63. Camino de Extremadura

Por Fernando Sánchez Resa.

Los días iban pasando pacíficamente en esta pequeña población jienense (Lupión), haciendo soñar a toda la tropa y sus mandos que con este ambiente de paz y tranquilidad se terminaría la guerra. Pero como “los sueños, sueños son” (según Calderón de la Barca), pronto se desbarataron ante la cruda realidad…

Con el fin de amortiguar el victorioso avance de las tropas nacionales en Cataluña, que se estaba produciendo en los primeros días del año 1939, los rojos contrarrestaron atacando con éxito los frentes de Extremadura. Al ser nuestra brigada de choque, la orden de movilización no se hizo esperar: el 8 de enero. Desde bien temprano salieron las cocinas mientras los demás andábamos alegres, cantando jotas al son de una guitarra, apurando las últimas horas en el cuartel…

Cuando llegó el mediodía, vimos pasar lentamente los batallones de Infantería, Ametralladoras, Sanidad y Transmisiones que estaban acuartelados en la vecina Begíjar, hasta que recibimos orden de marchar. Serían las tres de la tarde cuando tomamos el camino hacia la estación de Baeza (hoy, Linares‑Baeza), distante nueve kilómetros, precedidos del capitán, teniente y comisario de guerra. Cuando llegamos allí, partía un tren con la mitad de la brigada; nosotros ignorábamos cuándo nos tocaría ni cuántos trenes albergarían todo el parque, oficinas y bestias. Pasamos al otro lado de la estación y nos prepararon un buen rancho de arroz, que fue interrumpido con el aviso de nuestra inminente partida, pues nuestro tren estaba preparado; pero fueron pasando las horas sin que aquello se moviese; parecía que se hubiese acabado la guerra…, por lo que nos acurrucamos para dormir, al ser ya de noche, hasta que comenzó a rodar perezosamente a altas horas. De madrugada, llegamos a la estación de Manzanares y, sin temer a la helada que caía, saltamos del tren y estiramos piernas y miembros entumecidos por la incómoda postura que llevábamos. Tomamos la línea férrea de Ciudad Real, dejando la que iba a Madrid, y nos adentramos por los campos de Daimiel y Almagro. Llegamos sobre las diez y media a la capital provincial. Bajo la bella y espesa arboleda de los alrededores de su estación, estuvimos esperando (largo tiempo) la hora de partir.

Y a la tarde, juntamente con un amigo, salimos de aventura para visitar los monumentos de esta ciudad, aunque la catedral y los edificios importantes eran ahora centros políticos y sindicales a los que no te podías acercar, pues podían tomarte por un espía. Entonces visitamos algunos comercios, aunque no merecía la pena comprar nada, excepto papeles y sobres para escribir desde el frente, puesto que allí escasearían y serían malos y caros… Las estampillas de correo y la tinta nunca me faltarían…

Volvimos al anochecer y el tren seguía varado en el mismo sitio, mientras los soldados estaban contentos, pues habían visitado algunas bodegas donde compraron buen vino de La Mancha, que mezclaron con la alegría y el buen humor, acompañándose de guitarras. Mientras el tren permanecía parado, el cielo se iba oscureciendo…

Úbeda, 1 de julio de 2015.

fernandosanchezresa@hotmail.com

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