“Barcos de papel” – Capítulo 19 f

Por Dionisio Rodríguez Mejías.

6.- Respetar a una chica.

Al día siguiente, “El Colilla” me invitó al café de Saturnino, para pulir los flecos de un nuevo proyecto empresarial que se le había ocurrido. Yo no tenía ganas de salir, pero tampoco quería quedarme en la pensión; necesitaba distraerme y no me apetecía demasiado ponerme a estudiar. Por el camino, le hablé de la comida en casa de Roser y el compromiso que había adquirido con su padre. A “El Colilla” aquello le pareció muy divertido, pero a mí me preocupaba. Nadie es feliz, si vive en el engaño, y no encontraría placer en mis relaciones, si faltaba a mi palabra. Aunque él intentaba hablarme de sus negocios y no mostraba gran interés en mis razonamientos, le pedí su opinión.

—¿Respetarla? ¿A qué te refieres?

—Pues ya sabes, a lo que todo el mundo entiende por respetar.

—No me estarás diciendo que no piensas acostarte con ella. ¿No? Pobrecilla. Me la tendrías que presentar. ¡Vaya suerte que tiene! Antes con el revolucionario y ahora contigo. Eres como esas marujas que recorren todas las plantas de El Corte Inglés, se prueban una docena de vestidos, y se van tan contentas, sin comprar nada.

—Pero he empeñado mi palabra.

—Porque estabas bajo los efectos del rioja. Además, la solución a tu problema es conceptual. ¿Te parece una falta de respeto acostarte con la muchacha de la que estás enamorado? Porque supongo que estás enamorado. ¿No?

—Creo que sí.

—“Mosquito”, no suena muy convincente tu respuesta, pero sigamos adelante. ¿Tú crees que respetar a una mujer consiste en no acostarse con ella?

—Hombre, yo creo que sí.

—Pues yo creo que hay otras maneras más honradas de demostrarle respeto: por ejemplo, queriéndola mucho, siendo leal y sincero con ella. Lo que me parece grave es que juegues con dos chicas a la vez, que engañes a las dos y, por si fuera poco, no te acuestes con ninguna. Eso sí que es una putada en toda la extensión de la palabra.

—Yo no lo veo así.

—Porque como te he dicho muchas veces, tú llevas un jesuita metido en la cabeza. Crees en la amistad entre hombre y mujer, en mantener conversaciones elevadas, en hablar de música y de poesía. En fin: fantasías y gilipolleces clericales. ¿Sabes lo que dice Quevedo en El Buscón sobre este asunto?

—Seguro que alguna barbaridad.

—Pues que él a las mujeres no las quiere como consejeras espirituales, sino para acostarse con ellas. ¿Vale? Que llevarse a la cama a una fea, por muy inteligente que sea, es como pasar la noche abrazado a un libro de Séneca o Aristóteles. ¿No es cojonudo? Tienes que leerlo.

No le contesté, pero estaba de acuerdo con él. Tenía la seguridad de que no podría corresponder a la supuesta confianza de Vilanova. Le había engañado. Si no había llegado con Roser más allá de los besos y los toqueteos, era porque no había encontrado ni la ocasión ni el sitio adecuado; pero estaba ansioso de hacerlo cuanto antes.

roan82@gmail.com

Deja una respuesta