Por Mariano Valcárcel González.
Siempre que surge alguna circunstancia o suceso de cierta envergadura y trascendencia, y más si ese surgir se produce sorpresivamente o con ciertas incógnitas iniciales, asimismo surgen interpretaciones precipitadas y hasta sorprendentes.
Precipitadas, porque estamos en una era precipitada, a la cual y en la cual exigimos todo pronto e inmediatamente. No queremos pararnos a pensar o a dar tiempo al tiempo (que al fin es el más sabio), sino que cuanto antes los datos, mejor, a riesgo ‑casi siempre cierto‑ de que estos datos van a ser deficientes. Deficientes por la premura, que impide tenerlos todos al mismo momento y todos para poder establecer una panorámica o visión lo más completa posible de la situación que interese; deficientes por la imprecisión al obtenerlos, que puede llevar a errores fundamentales y, a veces, ya difíciles de enmendar (y con ello todo queda invalidado); deficientes, porque se puede poner el acento en datos secundarios y poco significativos, dejando en el olvido los verdaderamente fundamentales (y con ello la verdad).
Como la carrera que se establece para presentar datos y noticias ‑verdadera competición más que de fondo de velocidad‑ es ya un hecho, resulta que esa misma competencia (entre medios y entre las mismas redacciones y entre las empresas de comunicación, vinculadas a intereses económicos y políticos) resta calidad y nitidez a la misma comunicación.
El componente ideológico y de intereses que defender, propagar e inculcar es tan intenso que acá, en este tema del periodismo “independiente”, hay ya que hacer dejación de credulidad y pensar que tal vez queden profesionales libres y honestos, cuando se les deja ejercer. Todo lo demás es mera manipulación, más o menos descarada. Pues que hay medios y directores y propietarios de esos medios, a los que les importa un bledo lo de la veracidad e imparcialidad de sus noticias; que lo dan por amortizado, y hacen encajes de bolillos para endilgarnos unos titulares y unos contenidos, con apariencia de veracidad, que ni están investigados ni contrastados mínimamente. Acabo de leer que varios medios de información de Madrid se han dedicado, por encargo bien pagado, a fabricar noticias para maquillar la nefasta gobernanza de los políticos gobernantes. Se sueltan y ahí queda la cosa, que ya va bien.
Por ello, deberíamos pensar con seriedad qué es lo que se nos comunica y qué parte de verdad y qué parte de mala intención tiene. Cuestionarnos, a veces, la información recibida es un ejercicio de sano sentido. Pues estamos en manos de quienes nos la comunican y de lo que quieran, o no, comunicarnos. Otro caso conocido es el de la manipulación de un programa divulgativo de cierto cocinero, que se montó para aparentar que se había realizado en Tailandia; pura imaginativa.
Que la historia la escriben los vencedores es axioma admitido, y así corresponde a la lógica de los hechos; pero también los hechos pueden ser convenientemente investigados y, al final, surge la verdad oculta. Claro que se puede investigar cuando hay materia para ello… ¿Qué materia les puede quedar a los que vengan, si lo que ahí hay es pura mentira?
Luego están los conspiranoicos.
Como ya damos por descontado que todo lo que se nos ofrece es puro engaño, nos pasamos al otro extremo y consideramos que ello es producto de una conspiración, por pequeña o grande que supongamos. De ahí que surja la secta de los conspiranoicos. Sujetos que ponen todo su afán en rebatir los argumentos, digamos que oficiales, aportando los suyos, provenientes de aparente labor investigadora. Y los hay que argumentan bastante bien y de tal forma que hasta te llevan a la duda, pues aportan datos que o no se sabían o entran dentro de un supuesto lógico. Pasa lo que con los otros: que te los tienes que creer, pues ‑en general‑ a cualquiera les son difíciles de comprobar. En muchos foros y publicaciones que se consideran “serias”, abundan este tipo de trabajos y contra informes. Dan lugar a toda una literatura de ficción, con ribetes científicos, plena de sucesos paranormales y casos esotéricos.
También abundan en el campo político. Sobre todo en el mundo virtual de los navegantes sobre olas de bites. Y se encuentra uno cada barbaridad bien maquillada de capas de historia que no se extraña de la grandísima influencia que han tenido y tienen en muchos, hasta inducirlos a determinaciones que pueden resultar fatales. Un caso paradigmático es el legajo denominado “Protocolos de los sabios de Sión”, de inicio del siglo veinte. También se avanza, ahora desde opinión supuestamente de prestigio, que todo el relato épico sobre el hallazgo y muerte de Bin Laden es puro artificio, semejante al guión de esos juegos de rol bélicos, tan de moda; que la cosa fue mucho más prosaica y terrible.
Fíjense que, apenas asentados los rescoldos del avión destrozado contra los Alpes, y puesto que la autoridad francesa dio por determinada su causa, surgió la contra noticia, el contra argumento al respecto del autor del desastre. Total que, de creer lo último, el pobre hombre habría sido meramente una víctima más de las grandes conspiraciones. Sí, cosas así he leído y me temo que podremos seguir leyendo y escuchando (o viendo, que de las imágenes de la llegada a la luna ya se sabe).
Entonces…