Por Fernando Sánchez Resa.
Siempre es interesante volver a la iglesia de San Lorenzo de Úbeda (Jaén); y más cuando hay un motivo de peso: la presentación de una nueva novela del amigo Miguel Pasquau Liaño.
Es día de elecciones municipales, con un agradable tiempo primaveral, y por el camino voy pensando que su autor y el presidente de la Asociación “Huerta de san Antonio” (Nicolás Berlanga Martínez), han escogido este día para “matar con un tiro dos pájaros”: votar y presentar Cuando siempre era verano; y así tener la excusa perfecta para volver ambos a su amada patria chica…
En mi camino hacia allí, me encuentro sentado (tan tranquilamente…) a Miguel con un amigo y el editor de la novela, que están tomando un tentempié en el bar Torno de Monjas, disfrutando de la belleza y tranquilidad de la plaza del Ayuntamiento. Ante mi saludo, Miguel me abraza espontáneamente y me presenta a sus acompañantes. Nos despedimos para vernos después en San Lorenzo, mientras enfilo la calle Corazón de Jesús y me adentro por Luna y Sol, hasta que doblo la esquina y avisto mi destino. Poco antes de llegar, me encuentro con su madre (Rosa Liaño) que tan amable, como siempre, me saluda y estampa dos cariñosos besos; que yo, devuelvo.
Ya observo gente comprando la novela a la entrada del recinto, pues no quiere perderse la sorprendente dedicatoria que le hará su autor, ni cómo las catas arqueológicas de esta antigua iglesia siguen abiertas, cual heridas que muestran su recóndita e inesperada historia, rodeadas de filas de sillas donde el público va cogiendo el mejor acomodo para no perderse detalle de este cultural espectáculo al que “Amigos de San Lorenzo” nos tiene ya tan acostumbrados…
Aunque estamos citados a las 12:30 h, la entrevista de los medios de comunicación a Miguel Pasquau hace que comience un poco más tarde. Entonces es Nicolás Berlanga Martínez quien toma la palabra para dar las gracias a todos los asistentes y protagonistas de este evento, como presidente del colectivo “Huerta de san Antonio”, recordando que en la sala de máquinas de este gran paquebote (que es la iglesia de San Lorenzo) se encuentran sus dos hermanos Manuel y Antonio, achicando problemas y apuntalando estructuras humanas, ayudados por los muchos amigos que les apoyan.
Y entonces presenta al editor de la novela, Ángel Sánchez, quien da las gracias por estar hoy en este lugar tan especial que Miguel ha preparado, cuando precisamente se cumplen los cincuenta años de historia de su editorial (Ediciones Miguel Sánchez, S. B.) que lleva todo ese tiempo trabajando en la ciudad de Granada. Se lamenta no haber publicado la primera novela, aunque la tuvieron en sus manos (Recuerda que yo no existo), y lo que en esta segunda (Cuando siempre era verano) han debido batallar con Silvia Bastos (representante del escritor) para hacerse con su edición. Termina asegurando que la tercera novela de Miguel será publicada por una editorial más grande que la suya y de ámbito nacional…
Nicolás retoma su fluyente y hondo discurso para recordar la larga lista de fieles amigos y colaboradores de San Lorenzo, en connivencia con diversos “equipos de conspiración”, entre los que se encuentra Manolo Madrid, del departamento de cultura del Excelentísimo Ayuntamiento de Úbeda, siempre disponible y en contacto con ellos. Luego se refiere al autor de la novela, aclarando que empieza a escribir desde bien joven, prosiguiendo con sus múltiples artículos, su blog (Es peligroso asomarse) y la estampida de lectores que han provocado, en estos dos últimos años, sus novelas… Y es que lleva muchos años precalentando y mirando a su alrededor como espectador próximo, mostrando sus esencias más personales: el Miguel obstinado, el humanista práctico (sin negación del creyente), el Miguel leal, emocionado, noctámbulo, humilde… que se manifiesta en todas sus expresiones… Vuelve a dar las gracias a todos y retomando el símil (del “paquebote” de San Lorenzo) asegura que sigue surcando las aguas y construyendo puentes, buscando siempre amigos como el que va a hablar a continuación, a quien da las gracias nuevamente.
Manolo Madrid Delgado recuerda que hace cinco años hizo la presentación de la novela de Antonio Muñoz Molina, La noche de los tiempos, y que, aunque se va retirando de los actos públicos, al recibir un correo electrónico de Miguel, no quiso ni supo negarse a hacer esta presentación. Afirma que va a presentarla humanamente, pues técnicamente él no es profesor de literatura; y quiere hacerlo con brevedad y apasionamiento, aunque la leyese hace ya cuatro años (en folios y con nocturnidad) en la cama. Apunta que esta novela es la primera que escribió Miguel, aunque se publique en segundo lugar, y dice gustarle más que Recuerda que yo no existo, pues todavía no tenía la sabiduría del escritor avezado que sabe tapar huecos y desperfectos, siendo más fresca y espontánea su prosa; y porque además la identifica con los días más felices de su vida, que también es la nuestra.
«Miguel recrea en esta novela los veranos de la familia Juan Pasquau en Valladolid, como Muñoz Molina en su Mágina inventada de su Úbeda real». Asegura que el protagonista, Juan Zaldaña, es más que Miguel, por lo que a la gente le gustará más…; y que el autor es valiente, en este momento político en el que nos encontramos, abogando por la felicidad en ese período de la historia de España. Cree que la alegría de vivir no se perdió, porque se ganase o perdiese la guerra, sino que fue necesario convivir con el dolor de todos, intentando ser felices, no obstante. Esa felicidad cotidiana es lo que se reivindica en la novela. Recuerda las palabras que Adolfo Suárez mencionó en la Transición: «Lo que ya es normal en la calle, hay que trasladarlo también a lo político…». Es norma histórica la peregrinación del presente y del pasado. También los vencidos de la guerra disfrutaron del cine de verano, de los gozos de las pequeñas cosas: ver las estrellas, bañarse en albercas de agua verde, enamorarse… Esa es nuestra felicidad, la que muestra esta novela: un recuerdo de la infancia dichosa que todo ser humano ha de vivir para ser permanentemente feliz; por ello, no se debe privar a ningún niño de una infancia feliz. Y prosigue su discurso certificando que es una novela políticamente incorrecta al nadar contracorriente, pues lo fácil es poner la veleta para que la mueva el viento y se dirija a lo que le venga bien a todos. También es una novela profundamente leal: Miguel y el protagonista son leales con su pasado… Y matiza: «Es bueno escribir lo que uno quiere escribir para, luego, terminar leyéndolo». Manolo toma la novela Cuando siempre era verano y empieza a leerla para que degustemos su prosa. Y termina diciendo: «Es mejor dejarse alcanzar por la memoria de sus muertos… Es más sincero y honesto».
Su discurso ha sido largo y enjundioso y ha dejado el ambiente preparado para que el autor y su amigo Ubaldo Gutiérrez Martínez suban al estrado a sentarse en unos sillones rojos, que hay junto a una mesita, para tener una interesante y larga conversación de amigos, en la que el público estará sumamente atento…
Ubaldo todavía recuerda aquel 29 de noviembre de 1976, cuando Miguel le entregó un bloc en el que se declaraba “redactor” más que “escritor”, a sus 17 años, contando su vida; y, desde entonces, comprendió que no podrían salir dos escritores de la misma clase, por lo que ya jamás pensó en serlo… Y basándose en el famoso cuadro de Velázquez, La fragua de Vulcano, en el que el dios Apolo dice algo a los Cíclopes y a Vulcano, entabla un vibrante diálogo con Miguel, haciéndole interesantes preguntas e intercalando doctos preámbulos: «¿Qué has pretendido con la novela y qué impacto quieres provocar en los «vulcanos» que te lean? Recordando el mejor artículo de tu padre, Maestro otoño: el otoño es calma, sosiego, nostalgia… ¿No crees que esta novela solamente es nostálgica y así pueda pensarlo alguien? ¿La nostalgia embellece los pasados? Aparte de los grandes temas de tu novela, háblame de la enfermedad que se presenta… ¿Amor adolescente o adulto? ¿El amor es una carga o un regalo? ¿Qué tipo de lector prefieres: lector pasivo o que anote y siga planteando dudas o reparos a tu novela? ¿Por qué en Castilla y no en Úbeda y por qué has cambiado el título original de la novela? Conforme nos vamos haciendo viejos se nos va incrementando la nostalgia. ¿Es suficiente el autoperdón?».
Y con auténtica maestría, Miguel va enlazando las respuestas conformando su peculiar lección magistral.
«Primero quiero decir lo bien que me siento rodeado de familiares y amigos (de diferentes edades: de los 19 años, de los 20, de los 40…); aunque esto siempre impacta más y te pone en una gran compromiso. No es lo mismo que te piropeen en una cena íntima; aquí hay exhibición…».
Agradece a Manolo sus agudas apreciaciones y recuerda que escribió la novela por el impulso de que iba a ser padre, mientras su mujer estaba embarazada, y durante bastantes comienzos de verano de sus tres hijos; pues es en esta época del año cuando le gusta escribir y recrear los personajes de su pasado, mirándolos como niño y adolescente… Le gustaría ayudar al lector a encontrar su pasado, el mediterráneo que está aquí desde hace mucho tiempo…
Cree que la novela española de la época del franquismo está desfigurada, porque está tomada desde fuera, y lo que él quiere es meterse en el drama personal de una guerra, que unos y otros soportaron con la victoria y/o la derrota; pero que, como todos sufrieron tantísimo, esa generación se conjuró para no hacerse más daño…
Miguel expresa a Ubaldo que ya le gustaría estar hablando, en ese momento, con su padre; y hace la doble distinción de nostalgia: en sentido estético o en sentido moral; defendiendo que los vivos y los muertos no formamos mundos separados y que el adanismo es una inmoralidad.
«Me cae mal el pasaje bíblico de Lot y su familia de no mirar para atrás, porque te puedes quedar como estatua de sal». A Miguel le encanta ese personaje y cree que esta nostalgia es una obligación moral…
Cree que en su novela hay muchas historias cotidianas relacionadas: novia en la terraza con novio en el frente y hermano que van a fusilar; amores adolescentes; matrimonios que se quieren; misas de domingo; alguien, en unos ejercicios espirituales, descubre que se quiere hacer jesuita; historias de dos generaciones cuyas vidas se cruzan… Reconoce que son todas inventadas, aunque haya algún detalle real. «Es el lector el que tiene derecho a leer hasta donde le venga en gana y disfrutar leyendo la novela».
Afirma que el amor adolescente es un calambrazo que sobreviene y te pilla de pronto (a los 14 años, por ejemplo); pero aclara que el que cuenta en la novela no es el suyo; mientras que el amor adulto es un prueba que no da calambrazo: es un amor sostenido con buenos cimientos y que llega a dar fruto de todo. Aunque nada llega al 100%, pero produce dones aumentados. Y necesita promesas y acuerdos. «En la novela hay amores adolescentes, adultos, un enamoramiento adulto y un desamor adulto…». Reconoce que el amor es un recurso fácil para la literatura, pero ha de estar bien hilado para que la novela sea atractiva al lector…
Confiesa que la fidelidad es el presupuesto y el resultado del amor (de ese amor adulto) y que es preciso ser no tanto fieles como leales, dando confirmación… La fidelidad sirve para distinguir la generación anterior de la nuestra, de la que se habla en la novela, no sólo en el matrimonio sino con los amigos, con los hijos y con todos… Miguel explica la diferencia entre la generación de antes y la nuestra, poniendo el ejemplo del jamón: «La generación de nuestro padres se comía hasta el hueso, mientras que la actual no pasa del bocado fácil». No había tanto zapeo ni exceso de oferta sin saber elegir lo importante… Esa fidelidad distingue a las nuevas generaciones de la antigua, que no vivía tan estresada ni dispersa, y era digno de ver cómo disfrutaban los veranos conversando en cualquier actividad que realizasen…
«El lector activo es el que me gustaría que leyese mi novela. Yo ya he tenido suerte, porque alguno lo ha hecho con conocimiento y fijándose en los detalles…». Un lector le dijo que le faltaba el último capítulo por leer, pero que no iba a hacerlo, sino que pensaba releer nuevamente la novela… «El auténtico lector debe meterse dentro de la novela. Y si le gusta, promocionarla boca en boca o decirle a su autor lo que no le ha gustado…». Ángel le dijo que tendría que ser el lector quien debería dedicarle el libro al escritor…
Explica cómo sus padres distribuían los veraneos entre Castilla y Galicia/La Coruña; y por eso escribe San Miguel del Pino por Pinos de Duero. «Me he atrevido a novelar con Castilla y no con Galicia. Tampoco lo he hecho sobre mis padres y hermanos, pues es un filón que ya los Pasquau han agotado…». Y Miguel da razones de su trabajo: «El verano tiene que ver más con lo llano de Castilla, lo seco, el páramo; con Úbeda, que es bastante castellana… En la novela se justifica y se envuelve; salen familiares míos y sus historias; y mi padre y mis hermanos están ahí; y con Úbeda pasa igual».
En cuanto al original título, Noches de San Lorenzo, es el hilo conductor de la trama. La novela empieza en una terraza de Úbeda, en 1936, y acaba el último capítulo también en Úbeda, en 1999, y en medio hay muchas historias… Como Julio Llamazares publicó Las lágrimas de San Lorenzo después de su novela finalista del XXII Premio Jaén (Noches de San Lorenzo) y aunque la registró Pilar (¡siempre son las mujeres las que registran las cosas de la casa!), el título ya estaba quemado y precisó buscarse otro, pues el original daba menos juego. Empezó a pensar títulos más interesantes hasta que llegó Cuando siempre era verano, que le gustó a la editorial. Y entonces hicieron el amplio test familiar por WhatsApp, pasando la prueba también; solamente hubo una oposición: la de su sobrino Ignacio, que le dijo a su tío: «Eres un vendío, pues el titulo primero de la novela es mejor…»; pero, con 20 euros que le dio, quedó solucionado el asunto… Y todos reímos a carcajadas la graciosa anécdota que Miguel nos había contado…
Y viendo que el tiempo corría veloz, expresa su última respuesta: «Hay distintos tipos de personas: unas se perdonan muy rápidamente y otras tardan mucho en perdonarse». Y nos habla de ambas personalidades y del ajuste que hay que hacer (cuanto antes) con uno mismo, matizando que, todo aquel que solamente se mira al espejo para verse crecer y creerse lo guapo que es, siempre se va a encontrar sin ayuda. Mientras que el que vive, mirando a los otros, tiene otras referencias y obtiene un buen resultado: responder desde la alegría, habiendo recogido todo el legado que la familia, la sociedad, la educación… le ha transmitido, transformándolo en sentimiento de responsabilidad que le pone de puntillas; y tiene mucha grandeza mirar para atrás, ajustar cuentas y ver lo que vale todo ello… Finalmente nos aconseja: «¡Llevad los veranos que habéis vivido y no os convertiréis en estatuas de sal…!».
Acaba Nicolás dando nuevamente las gracias a todos y advirtiendo que, sentado en una mesa (en lo que fue altar mayor), Miguel firmará pacientemente los ejemplares que el público demande; agradece también a la concelaja de cultura, Pepa Olmedilla, presente en la sala, la ayuda prestada como amiga de los “Amigos de San Lorenzo”.
Ha pasado más de una hora, casi sin darnos cuenta, embobados con la lección magistral que nos ha regalado Miguel Pasquau Liaño, profesor universitario y magistrado, con su verbo campechano y su maduro mensaje de tertuliano avezado. Ahora, se “traviste” en novelista para seguir siendo el protagonista principal, escribiendo sus certeras y literarias dedicatorias a la larga fila de incondicionales que esperan pacientemente; y eso que la hora de la cerveza y la tapa está ya casi periclitada…
Auguro y deseo mucha suerte en su alucinante viaje a este segundo hijo literario de Miguel Pasquau Liaño, que ya va en busca de sus incondicionales con renovado ahínco; hasta que le llegue un nuevo hermano novelado de la misma factura y con tanto o mejor empaque prosístico; entonces, muchos volveremos a beber de esa fuente inagotable que es su saber novelístico…
Úbeda, 24 de mayo de 2015.