Por Mariano Valcárcel González.
Volveré, siempre que me dejen, a repetir; que me da más miedo que un miura, un converso de reciente cuña.
Aunque también es verdad que entre los de siempre, los que militan en grupos, sectas, círculos o lo que se quiera, desde que tuvieron uso de razón (es un suponer), los hay cerriles; y cual cerriles, así de peligrosos. Pues que todavía no comprenden ni lo quieren comprender que cada humano (el prójimo) es sujeto único y digno de consideración y de respeto. Y, dentro de ese respeto, se encuentra en lugar destacado el respeto a sus creencias o ideas.
Es algo que la humanidad (del ronzal del caballo de la civilización occidental) tiene como admitido y tiene como exigible. ¿Por qué…? Porque se ha llegado a la consideración anterior sobre todas las cosas y sobre todos los considerandos, políticos y religiosos principalmente. Entendemos que es un avance fundamental para el progreso de las personas, de las sociedades y de las naciones.
Que mi religión me prohíba comer carne de cerdo, un suponer ejemplar, no debiera implicar que todos, en absoluto y en general y universalmente, tengan que acatar tal prohibición sobre la manduca de carne porcina. Así vista la cosa, nos parece de los más lógico y razonable, ¿no? O es que lo consideramos como irracional y contra derecho, porque esa prohibición parte de una doctrina a la cual no pertenecemos; no así si decidimos prohibir, ejemplo al canto, las procesiones, porque la nuestra, nuestra religión, sí que las permite y fomenta y deben soportarlas todos los que se encuentren bajo el área de su influencia. Y así en los dos casos y sus viceversas.
A poco que demos luz a estos asuntos, nos iremos dando cuenta (¿tanto trabajo cuesta?) que lo verdaderamente necesario es que se deje a la persona decidir por sí misma y que se sienten las bases, también muy necesarias, del respeto y de la tolerancia mutuos, de todos y entre todos; máxime en cuestiones de conciencia, siempre tan particulares y tan delicadas. Que ya es hora de que en ciertos sectores no se olviden de que sus normas o dictámenes sobre asuntos tan privados solo afectan a sus seguidores, militantes o discípulos.
Los fanatismos no se engendran por generación espontánea; los fanatismos deben tener una preparación previa, un caldo de cultivo (la sopa biológica de los científicos) que propicie su siembra, su crecimiento y, con suerte, su invasión de otros hábitat a los que colonizar e incluso parasitar, o destruir. A veces, somos tan insensatos que nosotros mismos preparamos las condiciones idóneas para que el virus del fanatismo se siembre, crezca y se implante con fuerza y luego… ¡ah, el llanto y el crujir de dientes!; el intento de detener la plaga con medidas que debieron ser preventivas, pero que ahora solo serán invasivas, drásticas y muchas veces de cirugía extrema. O tardías, casi siempre.
Los más hipócritas tiran la piedra y esconden la mano ‑¡ah, yo no he sido!‑, se exculpan y culpan a otros del desastre real o en ciernes. Crear las condiciones necesarias siempre ha sido fundamento del doctrinario que sabe que sin su sopa biológica no podrá llevar a cabo su proyecto. Esto es tópico en el lenguaje intelectualoide y algo críptico de ciertos políticos y profesionales del barullo. Condiciones necesarias sin las cuales no hay tutía. Y si no existen, pues las creamos; que para eso andamos por la vida y por la senda teórica de nuestros estudios o de nuestros recuerdos; en cuanto estén creadas, ya se andará todo; únicamente, alimentar el cultivo cada cierto tiempo. Que, aunque no lo admitan, también hay profesionales que aparentan no ser del barullo; pero que, y ello es más peligroso, laboran sus pócimas en secretas estancias.
Desligar a nuestras sociedades de estos fanatismos y de estas manipulaciones no parece nada fácil. Las gentes y los pueblos se encuentran desorientados y tratan de asirse a cualquier afirmación con apariencia de verdadera. Da igual, cual sea. ¿No nos encontramos, ejemplo va, en la Francia con los antaño de la masa izquierdista votando a la derecha reaccionaria, de tradicional verbo fascista…? La gente se pierde en los conceptos elementales y, cuanto más fuerte suenen, más les entran y los convencen, pues no se necesitan grandes ideas para vivir. Las supuestas grandes ideas, los discursos tradicionales, se demostraron falsos y solo al servicio de unos cuantos, que los utilizan como señuelos, mientras los invalidan con sus prosaicas realidades. Vendieron ideas que ya habían vaciado de contenido; el contenido real se lo llevaron a paladas, convertido en rapiñas y zafiedad. Algunos alimentaron el caldo mientras.
Cuando estalló, estalla o estalle el fanatismo, nos mostramos hipócritamente sorprendidos; ejemplo que estudiar, si hipotéticamente (y no tan hipotético) una comunidad española decide, por votación y con resultado de una real mayoría, imponer sus reglas religiosas a la totalidad de su sociedad civil, ¿nos escandalizaremos?, ¿diremos que se nos imponen ciertas creencias…? Pero no queremos entender que ello puede ser factible, porque la realidad es que hemos mantenido el caldo de cultivo, las condiciones necesarias, al no erigir el poderoso cortafuegos legal que marque los límites, el laicismo real y social, que no permitiría ninguna intromisión de tinte o corte religioso en la vida pública; no así, y desde luego y por siempre, en la vida personal y en la conciencia privada, que es un tesoro al que hay que darle guarda y garantías. Sin embargo, observamos que, en aras de captar votos o propiciar atmósferas favorables, se va hipócritamente adulando a ciertas minorías o culturas que, en un futuro no muy lejano, podrían haberse constituido en suficientes e influyentes y decisivas mayorías; todo sin preparar ese cortafuegos tan necesario. Niego tinta racista o xenófoba en estas líneas, que es argumento manido y recurrente cuando no se quieren admitir ciertas realidades (o se pretende crear la arcadia feliz), que es aviso para que se constituya una sociedad fuerte, civilmente fuerte y responsable ‑jacobina, si usted lo prefiere‑, que tenga muy presente y como referencia principal el valor de la ley (justa) al servicio de la total ciudadanía.
Pues bien, en ello estamos, en que guardamos los cultivos en sus viveros hasta que se produzcan las condiciones adecuadas y necesarias. Feliz cosecha.