Presentado por Manuel Almagro Chinchilla.
Oí decir alguna vez que los fenómenos paranormales propenden a manifestarse en edificaciones antiguas, que cuentan con un pasado donde se han desarrollado vivencias penosas, no suficientemente aclaradas, fruto de la violencia o la enfermedad. Una incógnita que le confiere una aureola de misterio con lo que, conjugado con las características del lugar, surgen las percepciones conocidas. En este interesante artículo, Ramón Quesada expone los sucesos inexplicables del conocido Hospital de Santiago de Úbeda.
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Sabemos que el Hospital de Santiago de Úbeda fue mandado a construir por el ubetense Diego de los Cobos y Molina, «para enfermos de bubas y no otro mal», según acta fundacional de 1562. Y el proyecto fue encargado al arquitecto alcaraceño Andrés de Vandelvira y la obra terminada en 1575, no llegando a verla concluida el obispo de Ávila y Jaén, pues muere en 1565 en Toledo, durante un concilio provincial para aplicar las disposiciones del ecuménico de Trento (1545‑1563) que llevó a cabo la reforma de la Iglesia y puso final al gran cisma.
Desde que el Hospital de Santiago fuese edificado y dedicado a la sanidad pública, no habían de parar los sucesos de distinta índole que inquietaron a la población y que sabemos por las crónicas de los prestigiosos historiadores Rus Puerta, en su Historia Eclesiástica del Reino de Jaén, y Martín Gimena en sus Anales. Y otros casos que han ocurrido en nuestra época, de los que ya en su día se ocupara la prensa.
Uno de esos acontecimientos fue el que se tiene por milagro, debido a la intercesión de la patrona de la ciudad de Úbeda ‑dice el licenciado Espinosa de los Monteros en Historia de Nuestra Señora la Virgen de Guadalupe de 1705‑; el contagio ocasionado por un poco de ropa que trajo de Baeza un marchante de la calle de Valencia, cuyo contagio empezó a primeros de abril de dicho año. Hubo mucha prevención para los enfermos, que al principio se recogieron en la calle Peraleda y después, viendo que el número de enfermos era copioso, se dispuso fuesen al Hospital de Santiago, donde con mucho regalo y asistencia, operarios, sacerdotes y seglares servían y regalaban a los enfermos espiritual y corporalmente. Y viendo que se iba encendiendo toda la ciudad del contagio y que se llevaban muchos enfermos a Santiago y que la mayoría brevemente moría, se dispuso una procesión general y se echó un bando para que ninguna mujer saliese de su casa a ver la procesión (no he visto procesión más quieta en mi vida); y, en esta, llevaron a esta gran señora de Gavellar, Guadalupe, protectora de Úbeda a hacer visita al hospital y, con su vista, dar salud a los enfermos. Salió la procesión de la iglesia mayor y, con toda solemnidad, la clerecía, religiones, ciudad y cofradías; y hasta la lonja de Santiago llegaron los operarios con sus hachas encendidas y sacaron todos los santos que las religiones habían llevado en sus anteriores procesiones y los habían dejado en el Hospital para consuelo de los enfermos afligidos y también de los operarios que estuvieron de pie, hasta que se hizo la rogativa a Nuestra Señora, que la pusieron en un trono muy rico, arrimado al convento de San Nicasio.
Acabada la rogativa, se volvió la procesión en la misma conformidad a la iglesia mayor, cantando la letanía de Nuestra Señora. Bien quisieron los operarios y los enfermos que les dejaran a Nuestra Señora como habían hecho con muchos de los santos que en procesión habían llevado a Santiago; mas no pareció conveniente el dejar esta divina imagen en el hospital. Pero, cuando se conoció que el contagio se iba acabando y que los enfermos iban a menos y había mucha mejoría en la ciudad y en el hospital (que fue el día de santo Domingo, día cuatro de agosto del mismo año de 1681 y se dice que murieron hasta dos mil personas), trataron de llevar en procesión general a esta Señora de Gavellar, Guadalupe, y a cerrar el hospital y traerse las llaves por quedar vacío de enfermos.
Desde aquella fecha indeleble para la ciudad de Úbeda, la Santísima Virgen de Guadalupe luce en su divino pecho las llaves del Hospital de Santiago que fundara ciento seis años antes Diego de los Cobos y Molina.
Desde su fundación y como ya hemos dicho, al Hospital de Santiago no le han faltado las anécdotas, unas agradables y otras para recordar. Casos curiosos, sucesos que, siempre por su originalidad, absorbieron la curiosidad de los ciudadanos. Epidemias como la referida, cortes de luz mientras se intervenía quirúrgicamente a veces a vida o a muerte, ocurrencias de los médicos, de las religiosas y de los enfermos. Las muertes repentinas, como la del oftalmólogo Juan de Dios Peñas Bellón, mientras operaba a una niña de corta edad, etcétera, serían merecedoras de ser reflejadas en una gran obra reservada a la pluma de un elegido ubetense, pues nadie más indicado que un hijo de esta ciudad para hablar de lo suyo, de aquello que opinan y sienten los ubetenses de estos sucesos que, desde hace más de cuatrocientos años, han ocurrido. Otro de estos acaecimientos ocurrió durante la estancia de las monjas en este centro de salud, pues la Comunidad de Religiosas de San Vicente de Paúl se establece en Úbeda el 8 de julio de 1857, a petición del ayuntamiento, para tomar posesión de los servicios religiosos y sanitarios del Hospital de Santiago en 1862, siendo el alcalde, por entonces de la ciudad, Bernardo María de Orozco y Moreno, marqués de La Rambla, y la primera superiora, sor Luciana Martínez. Pero después de una ingente labor, que había de durar ciento cinco años, las monjas acogidas al patrocinio espiritual de San Vicente de Paúl se marchan de Úbeda definitivamente en 1967 «debido a ciertas oposiciones ya antiguas entre el personal facultativo y las religiosas».
Y no habían pasado nada más que unas horas de la partida de las religiosas, cuando, del tabernáculo que representa la figura en relieve de piedra del apóstol Santiago ‑del mismo siglo que del edificio, o sea el XVI‑, colocado sobre la puerta principal de la fachada, se desprendió “milagrosamente” la espada de hierro que en su diestra sujetaba el hijo de Zebedeo. Hecho curioso que dio lugar a diversas conjeturas entre el pueblo soberano que durante varios años y aún hoy, hace este suceso, meramente casual, coincidente con la marcha de las monjas, pues dicen que «el Señor no vio con buenos ojos que la congregación de San Vicente de Paúl dejara para siempre el hospital y, por tanto, la ciudad». Unos versos de no se sabe qué poeta, aparecieron por entonces impresos en octavillas que, sin demasiada métrica y escaso sentido literario, decían después de unas líneas de indisimulado disgusto:
De la mano de Santiago
se cayó la espada rota,
¿fue esto por un milagro,
o la culpa fue de las monjas?
No cesaron, en este caso relacionado con las monjas, las “cosas raras” en el Hospital de Santiago, sino que siguieron sorprendiendo a los ubetenses durante varios años más y hasta el suntuoso edificio renacentista, después de diferentes obras de restauración y reforma, la última y la más importante realizada en 1990, quedara convertido en extraordinario Centro de Congresos y Exposiciones, albergando a entidades y asociaciones culturales y sociales en sus espaciosas salas.
Y sucede que, continuando con estas “ocurrencias del destino tan caprichoso y extraño”, otro “milagro” es el que acaece en 1976 y precisamente el mismo día en que se conmemoraba la festividad del patrón de España y en la capilla del hospital se decía una misa religiosa en su honor. Esta vez, del referido altorrelieve de la fachada, cayó al suelo parte de la mano de la que antes había salido la espada del apóstol, con la consiguiente alarma de los miembros de la Policía Local ‑aquí acuartelada‑, que con frecuencia salía de las habitaciones interiores en las que radicaba el cuartelillo y prevención.
Y la gente, recordando el anterior suceso de 1967, empezó otra vez a especular con los “milagros”, asociar ideas y fantasías y a murmurar oraciones y plegarias al Señor Santiago y “otras memorias” a Diego de los Cobos, fundador de este edificio tan pródigo en acontecimientos anormales que tuvieron continuación el 25 de julio de 1977, festividad también de Santiago el Mayor, en el momento que algunas personas “muy dignas de crédito y respetables”, sobre las tres de la madrugada, oyeron alarmadas cómo una de las campanas de una de las cuatro torres tañía sola.
Caso extraño no obstante, pues este monumento, realizado para sanar de bubas y “no otro mal”, se encontraba por entonces desocupado desde hacía años y sólo en su planta baja estaba, como se sabe, la sede de la Policía Municipal, aparte de que sus torres carecen de campanas que recordemos.
Corría el mes de agosto del año 1979 y el centro, antes hospital y conventualidad de religiosas de la Caridad, no había sido ocupado. Sólo los municipales, hasta su regreso a los bajos del Palacio de las Cadenas también de forma circunstancial, tenían aquí su alojamiento. Habían pasado dos años del último suceso que originó tantos comentarios y el pueblo parecía que estaba en un periodo de tranquilidad en cuanto a los sobresaltos que el Hospital de Santiago había propiciado últimamente. Se empezaba a hablar del futuro del edificio y no eran pocas las conjeturas que lo convertían, a plazo no muy distante, entre otros empleos, en un hotel de cinco estrellas. Nada más lejano como se ha demostrado en la realidad, pues el inmueble ya parecía estar predestinado a otro fin muy distinto.
Bueno, pues el día 15 de agosto de 1979, festividad por cierto de la Asunción de Nuestra Señora, sobre las dos y media de la tarde, se oyó el llanto de un niño recién nacido que partía de una de las torres gemelas posteriores del patio. Suceso comentado por la misma guardia municipal, también más que incomprensible, pues el Hospital de Santiago ya no estaba en funcionamiento como es sabido y, por supuesto, no existían tampoco el paritorio o quirófano maternal ni las salas para las madres recién alumbrantes y al edificio no le rodeaban casas, según se supo, con bebés de tan corta edad. La gente refresca con esto la memoria y vuelve a recordar los eventos anteriores, de otros años. Nuevas cábalas sobre el asunto reciente, más maquinaciones sin sentido, intriga y misterio, por tanto, con preguntas interrogantes entre los ciudadanos como estas: «¿Qué es lo que sucede? ¿Habrá en lo sucesivo otros “milagros”, otras “cosas raras” o ya los “duendes” van a ocuparse por fin de otros asuntos más allá de Úbeda? ¿No serán bromas pesadas de los espíritus de Diego de los Cobos o de Joaquín María Cuadra y Berlanga, médico benefactor del centro hospitalario enterrado en la capilla del mismo, junto con los restos del fundador?». No se sabe.
Pero el caso es que todo esto es verdadero y dogmático, que ocurrió sin que se sepa porqué ni de parte de quién. Así que, vamos a dejarlo conforme está y que las buenas gentes de esta ciudad sigan creyendo lo que quieran, que no es malo; y tampoco creer en los “duendes” sólo en la imaginación o en acontecimientos meramente fruto de la casualidad.
Han pasado ya casi veinte años de la última “travesura” de los “duendes” del Hospital de Santiago y no ha vuelto a ocurrir nada extraordinario, aparte de su plena dedicación a los programas culturales, certámenes de gran música y actos diversos como exposiciones y concurrencias literarias, que están devolviendo la actividad perdida a raíz de la desaparición de las religiosas de San Vicente de Paúl y del último sanitario y facultativo.
El señor Santiago continúa sin su espada de hierro, no se ha oído otra vez campana alguna y ningún niño ha vuelto a llorar dentro de este edificio en el más alto campanario de sus torres. Todo está olvidado y lo único que sentimos al firmar este trabajo es que el recuerdo resucite y abra de nuevo la memoria ya restañada.
(15-09-1998)