Nada nuevo bajo el sol

Por Mariano Valcárcel González.

La noticia ha saltado a los medios de comunicación y se ha tomado como insólita o muy novedosa. Me refiero a la reforma que en el método educativo han introducido los jesuitas en algunos de sus colegios catalanes.

Con pies de plomo habrá de tomarse lo que se publica al respecto, porque es sabido de la tendencia al sensacionalismo y muchas veces el sesgo que sufren los hechos en manos del periodismo: lo primero, que la noticia ha de servirse muy circunscrita en un espacio concreto, a veces muy reducido y, por lo tanto, la síntesis necesaria no es obligatoriamente la más acertada o la que refleja mejor lo que se quiere trasmitir; lo segundo, que los conocimientos que se requieren para explicar con claridad los extremos técnicos de la noticia no tienen por qué ser los que el plumilla encargado de la redacción posea.

Por lo tanto, es algo aventurado meterse en este jardín sin llevar las botas de agua.

Lo que me llama la atención, a bote pronto, es que, en realidad, no hay nada nuevo bajo el sol. ¿Nadie se acuerda ya de otros intentos anteriores de modificar las condiciones, rígidas, de la enseñanza tradicional?, ¿nadie se acuerda ya de aquello de los grandes grupos, los pequeños grupos, los talleres y demás?, ¿nadie recuerda cómo se derribaron tabiques para unificar espacios, cómo se habilitaron mamparas y biombos, migraciones de salas grandes a salas pequeñas, según se requiriese…? Me asaltan los versos de Jorge Manrique («¿Qué fue de tanto galán, qué de tanta invinción como truxeron?»), porque aquello se evaporó como los humos. Y se volvió a la rutina del aula, el maestro (o maestra) perenne y solo los requerimientos de ciertas especialidades permiten el variarlos.

¿Qué se da pues de novedoso en la propuesta docente y metodológica jesuítica? En un curso de verano, en cierta universidad, conocí, practiqué y entendí la dinámica que implicaba la utilización del trabajo individualizado, el de grupos pequeños en asignación de tareas y, luego, el gran grupo con la puesta en común (y la utilización de los diversos espacios adecuados en cada momento); me gustó el método y el sistema, lo entendí como muy provechoso, pero adecuado más bien a estudiantes de cierta capacidad y edad, que pudiesen aprovechar esas nuevas técnicas, porque, en verdad, eran más participativas, creativas, dinámicas y constructivas.

No hay nada nuevo. Lo posiblemente novedoso será el aplicar estas dinámicas a las enseñanzas iniciales, incluso desde infantil. Mas…, ¿se pueden dar las condiciones necesarias para una utilización óptima y unos resultados que podamos considerar adecuados?, ¿tienen los escolares de estos niveles las capacidades suficientes para afrontar tales retos?, ¿o es que conscientemente decidimos que no importan esas capacidades (que se pueden adquirir en el tiempo) y sí las experiencias y respuestas ante los estímulos del presente?, ¿buscamos la satisfacción inmediata y no contemplamos el futuro, o es al revés, que sobre los posibles futuros montamos gratificaciones instantáneas?

Volvemos a la teoría del interés. Es el interés del discente el que nos debe llevar a la acción docente (¿se recuerda que ya trabajábamos sobre centros de interés?), y esto apunta en la misma dirección; mas no olvidemos que es algo cuestionado, que no es única y exclusivamente el interés del alumnado el que nos debe dirigir, porque lo normal es que no coincida con lo que pretendemos. Es viejo, viejísimo, el dilema.

No dudo que ante la rigidez y, a veces, hasta la sordidez de la docencia en general, no haya que buscar otras alternativas (ya se ha insinuado que la enseñanza pública no lo haría, dada su estructura funcionarial) y que todo lo que se haga para mejorar la relación docente‑discente, para mejorar la calidad de la enseñanza y, en realidad, para mejorar sus resultados, sea bienvenido y aceptado; pero, cuando en la base de esa aceptación se encuentre su probada eficacia. No se pueden realizar experimentos con las personas, sin tener conciencia de lo que pueden significar los resultados. Sin olvidar que la pedagogía, al fin y al cabo, es el resultado de las ideas filosóficas y, según estas, así se aplicará aquella.

Puesto que no hay nada nuevo bajo el sol, habrá que contemplar la nueva propuesta bajo el prisma poliédrico de las experiencias habidas; y, del estudio ponderado, habrán de sacarse conclusiones. Por lo pronto, lo más llamativo (como noticia) es la reforma de los espacios y su decoración diáfana y alegre, que obedece al juego psicológico del entorno. Y la ausencia de horarios rígidos. Luego vendría la aplicación generalizada (que ya he adelantado que se da por fracasada) y ello nos lleva a que, en realidad, se están fraguando nuevos núcleos exclusivos y excluyentes, para ciertos niveles sociales y económicos muy concretos, donde se puede hacer y se vende tal reforma. ¿Alguien recuerda también “el proyecto Somosaguas”? Es lo que se nos vendía como novedoso hace ya años y se trataba de contemplar en los manuales didácticos y escolares de cierta editorial… que hizo y experimentó en los colegios de ese entorno privilegiado de la sociedad de Madrid. Claro…, ¡en Somosaguas! Con esto queda dicho todo.

marianovalcarcel51@gmail.com

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

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