Por Mariano Valcárcel González.
A veces hay coincidencias que a uno le dan que pensar; o que sirven, como en esta ocasión, para tener tema que escribir.
En menos de una semana, he encontrado dos referencias sobre el mismo asunto y en medios distintos: una vez en una novela que estoy leyendo y otra en la prensa digital. ¿A qué se refieren? A un documento denominado Evangelio de Bernabé o Biblia de Bernabé según las referencias. Al resultarme algo chocante tal coincidencia, en el espacio y en el tiempo, decidí recabar más información al respecto.
En principio, hay que decir que Bernabé ‑o Barnaba, y esta aclaración tiene su importancia como se verá‑, santo para la Iglesia, era pariente del tal Saulo, o Pablo, también santo, al que acompañó en alguno de sus viajes proselitistas en tierras de gentiles (Asia Menor); e incluso fue quien lo presentó y avaló ante el núcleo apostólico de Jerusalén. Divergieron sin duda por la controversia, clave en la historia posterior de la evolución del cristianismo, entre la continuidad y prioridad de la línea judía (y sus mandamientos y ritos, como la circuncisión) y la necesidad de expansión hacia los no judíos y, como consecuencia, la superación del elemento judaizante. Este fue el dilema creacional del primitivo cristianismo y también la explicación de posteriores maniobras para alcanzar una uniformidad doctrinaria que armonizase todas las ideas e interpretaciones que se dieron en los primeros siglos.
En la novela que leo sobre tema morisco (siglo XVI), se indica la existencia del Evangelio de Bernabé y se insinúa que ya venía de siglos anteriores y era afín a las tradiciones y traducciones árabes. En los actuales medios de prensa digital, se noticia el hallazgo en Turquía de un libro realizado con pliegos de piel, escrito con letras de oro en lengua aramea (lengua que hablaba Jesús) y que es el libro anterior. ¿Por qué esta atención y este interés hacia el texto de Bernabé? Porque en el mismo se demostraría la verdadera condición y atributos de Jesús y su proyección profética hacia la llegada de Mahoma. Sí; Jesús sería un gran profeta, superior a los anteriores, y dirigido por Dios, que preparaba el camino al profeta definitivo, Muhammad, que predicaría al único Dios (Alá) y asentaría y fijaría definitivamente la doctrina.
El Evangelio de Bernabé fue aceptado como canónico hasta el año 325 d. C.; o sea, que fue un texto que existió realmente y que fue divulgado entre las comunidades cristianas primeras, en una versión que contradecía los textos que habían sido controlados y definidos doctrinalmente por Pablo. No reiteraré las contradicciones y oposición que existía entre la posición paulina y el núcleo judío apostólico de Jerusalén; que Pablo pretendía una actualización y modernización aperturista del incipiente cristianismo es un hecho establecido; y que lo logró y todavía ello tiene consecuencias.
En esos siglos primeros, todo estaba por hacer y, en consecuencia, todo se podía hacer, interpretar, escribir, enseñar, aunque los intelectuales metódicos como Pablo ya considerasen que ese totus revolutum en el que vivían los sencillos apóstoles había que clarificarlo, ordenarlo y darle consistencia unívoca doctrinal. Pablo, sí que pensaba en organizar una verdadera y fuerte Iglesia.
El texto de Bernabé contenía datos que podían chocar y destruir la concepción doctrinal unívoca que el de Tarso propagaba, enseñaba e imponía. Por eso, en Nicea, primer Concilio Universal, año 325 d. C., convocado por Constantino el Grande (emperador romano), se pretendió acabar con la multiplicidad de textos y datos sobre Jesús, su vida y hechos, familiares y discípulos, cualidades y poderes, muerte y resurrección… De la cantidad de libros que había, solo se admitieron como canónicos (únicas fuentes de doctrina) 46 del Antiguo Testamento y 27 del Nuevo Testamento (incluidos los 4 y únicos Evangelios de Juan, Mateo, Marcos y Lucas); por cierto, que Lucas fue compañero y médico de Pablo y no es locura pensar que era el que plasmaba las ideas fundamentales de este en sus escritos. Por lo tanto, el libro de su pariente Bernabé quedó desautorizado y eliminado, hasta físicamente, de los libros oficiales.
Se cuenta, no obstante, que un ejemplar se pasó a la biblioteca privada del Papa de Roma. También se cuenta que, en el 478 d. C., se descubrió la tumba de Bernabé y que en ella había otra copia de su libro. Y se especula con que, en el siglo XVI, un morisco español reescribió o hizo una copia de este evangelio. El libro papal sería redescubierto también en este siglo y dicen que se encuentra ahora en una biblioteca de Viena. Lo cierto es que hubo confusionismo en todo esto, pues algunos lo llamaron Biblia o Evangelio (ya tiende a confusión) de Barrabás, dada la similitud entre Barnaba (Bernabé) y Barrabás.
Ahora tienen en Ankara un texto datado de 1500 años y descubierto en el 2000, porque unos traficantes de antigüedades lo querían vender. Y esto no es casual… ¿Por qué? Porque avalaría la existencia y preeminencia de las prédicas de Mahoma, y por lo tanto del Islam, como verdadera y única religión, último tramo de la evolución de las intervenciones patriarcales y proféticas, desde Ibrahim (Abraham), Musa (Moisés) e Isa (Jesús) hasta llegar al último y definitivo Muhammad (Mahoma) como profeta de Alá (Dios). Ahora que el fundamentalismo y la intransigencia islámica se han hecho carne y sangre, cuerpo de exterminación y muerte, viene muy bien airear este texto del cristianismo inicial, porque constituye un pasaporte indiscutible hacia la admisión e imposición del Islam como religión universal, única y verdadera.
Habría que pensar, tras esta historia, en la evidente fragilidad de las enseñanzas; en sus tergiversaciones, variaciones e interpretaciones tan diversas que sufren a lo largo de los tiempos; en la manipulación interesada de estos hechos (religiosos o meramente históricos); y en la dificultad de verificación. Y pensar también en esas casualidades que implicaron que Jesús (o Mahoma) no dejasen nada escrito de su puño y letra, cosa que sabían hacer. Con lo que se pudo escribir luego (y antes en los textos bíblicos) lo uno y lo contrario, lo blanco y a la vez lo negro, en flagrantes contradicciones. Por eso, cualquier interpretación, según pasaje que se escoja, es válida.
¿Dónde está, pues, la verdad?