Bienestar social

Por Mariano Valcárcel González.

Ya me mostré un poco contrario a ir admitiendo, como papanatas (o callando por no incordiar), lo que años tras años se nos ha dado como establecido, aceptado por la fuerza de los hechos y de las rutinas. Que hay muchas cosas que no debieron ser y lo han sido o lo siguen siendo. Y, en algún momento, habrá de decirse «Basta». Mayormente, por dejar la era bien despejada para el escaso grano que se ha de trillar.

Uno de estos asuntos es el llamado «Estado del bienestar», que ‑así como suena‑ suena muy bien, pero cuya aplicación ha sido bastante indefinida, indiscriminada, a veces irresponsable; y, en años de bonanzas, todo valía y pasaba lo que al ciego del Lazarillo: «Que yo comía de dos en dos y tú callabas»… Pero, en estos tiempos, ya no es viable ‑digo‑ el derroche y el «Venid y vamos todos».

Las ayudas sociales están sufriendo una gran merma y los que más lo están sufriendo son tal vez los que más las necesitan y más derecho tienen a ellas; por ejemplo, los grandes dependientes, los parados de larga duración, los ancianos, los necesitados de medicinas especiales o normales y de operaciones idénticas, los hogares en donde realmente no entra ni un euro, pues todo se acabó. Ahora se encuentran sin ayudas ni recursos y no se les atiende ni socorre. Porque se dieron ayudas sin ton ni son, sin investigación real de los solicitantes, por mera pertenencia a colectivos como gitanos, emigrantes y demás; y ya, por ello, merecedores de cualquier ayuda (mejor económica o de prioridad en la concesión de viviendas); un ejemplo de ello: en la adjudicación de puestos de trabajo en un hotel nuevo, en Úbeda, un colectivo de mujeres se queja de que a ninguna de ellas las han elegido. Y digo yo: «¿Por mera pertenencia al tal colectivo…?».

Pudiera ser que, en más de uno de esos casos, la situación del solicitante no fuese, ni por asomos, precaria (que no digo en todos); pero nadie se molestaba en constatarlo. Conozco quienes iban a recoger comida en las entregas mensuales y no la necesitaban (quedándose con las galguerías y tirando o vendiendo lo demás); por cierto, que esa comida ahora sí que hace falta y de productos básicos, que no lo son las natillas, o los quesitos en porciones, por señalar. También sé de adjudicatarias de pisos protegidos, con carácter prioritario por ser maltratadas y que, luego, viven allí con su maltratador. Se ha destapado ‑aparentando gran escándalo‑ que, en Vitoria, una familia paquistaní ganaba miles de euros al mes, entre diversas ayudas a las que se acogían y que nadie se tomó la molestia de verificar. Por eso, nadie se preocupa del pobre vergonzante ‑aquél que no manifiesta su situación precaria‑ que la oculta, pues lo considera una humillación absoluta y prefiere padecer, sin irlo pregonando a los cuatro puntos cardinales. Y hay muchos.

Es duro ver que grupos fascistas inician labores de auxilio social exclusivamente para nacionales; pero habrá que plantearse las prioridades, en estas acciones de auxilio, a personas necesitadas, si otras foráneas ya se aprendieron el truco y les sale bastante bien arrimarse a la teta administrativa o caritativa, exhibiendo su numerosa familia real o acoplada. No es cuestión de discriminaciones por raza o religión, pero sí por mera existencia de tejido nativo que proteger y no desamparar, aludiendo a falta de recursos. Estos casos de abusos se detectaron, ya, en los países que nos llevaban ventaja en esto del bienestar y tuvieron que reaccionar frente al problema. Somos conscientes de que, en los mismos, también se han reducido bastante las ayudas en lo que toca a los emigrantes (y, fuera de España, esto ya lo sufren los españoles emigrados; para ellos, no hay miramientos).

Siempre hubo una nota política en este tema. Que dar ayudas a quiénes, cómo y por qué, a veces, convenía para captar votos o tener así un cuerpo electoral de cierta fidelidad. Ahora mismo, en Cataluña, se matan ‑los de su gobierno y su prole de adheridos a la independencia‑, tratando, por todos los medios, de captar los votos de los inmigrantes, magrebíes o negros, haciéndoles carantoñas, llamándolos «nuevos catalanes» con fingido y sobrevenido amor, dándoles subvenciones a sus organizaciones y ayudas a sus familias. Un voto es un voto y no importa la mano que lo emita; y menos su color, si vota lo que yo necesito. Por cierto…, a los demás españoles nos lo niegan, porque nosotros no tenemos «derecho a decidir» en este tema también. ¿Eso no es discriminar…?

La redistribución de la riqueza no es ayuda alguna, es justicia; pero, hasta que este paraíso llegue, es necesario el plantearse la cuestión bajo la fórmula de ayuda de diversos tipos. Ya indiqué una vez que a una carrera se apunta el que quiere o al que se le obliga a hacerla; pero que en la salida todos han de tener los mismos recursos; pues, si no, ya estaría viciada y trucada a favor de unos pocos. Por eso, el estado del bienestar debe laborar por poner los mismos recursos para que todos sus ciudadanos puedan, al menos, iniciarla con expectativas de terminarla; que otra cosa sería quienes valen y quienes no, quienes tienen la fuerza o la destreza y quienes no, quienes de por sí ya tienen más posibilidades que los demás. De ahí, los servicios básicos que no se debieron nunca abandonar, deteriorar o poner en manos meramente mercantiles. Un día, hablando con un acérrimo comunista, le decía que me daba igual quien gestionase un servicio, siempre que lo proporcionase en condiciones; a lo que me contestó con un cerrado canto a la gestión pública de los mismos, como si ello fuese garantía de su mayor eficacia y mejor gestión; parezco contradecirme con lo anterior, mas no es así, porque lo fundamental en un estado del bienestar correcto es que todo esté supeditado al bien común y al servicio de la ciudadanía prioritariamente; y, luego, vendrán los criterios de beneficio o ganancia y rendimiento para la administración o para los capitalistas. Ahora, que concurra la iniciativa privada frente y en competencia a la pública o en exclusiva debe serlo bajo sus medios y arrostrando sus riesgos, nunca dependiente de la ayuda oficial.

Que garantizar el bienestar de todos es lo más importante.

 

marianovalcarcel51@gmail.com

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

Deja una respuesta