Por Dionisio Rodríguez Mejías.
Una historia que pudo ser la tuya.
1.- El hecho de vivir entraña un riesgo.
Hacía un día espléndido, el cielo estaba muy azul y el sol brillaba sobre la espesa capa de nieve. La lesión de Jean Bertrán no era de importancia, sólo un esguince; el médico le hizo un fuerte vendaje, le recetó un antiinflamatorio, y le recomendó ser precavido. Dejé al muchacho con el doctor, y salí a las pistas con el resto de los chicos después del desayuno. En la explanada, frente a la escuela, me esperaba Escudé. Llamaban escuela a una pequeña caseta de madera a pie de pistas, con pósters en las paredes, un armario para guardar los equipos de los profesores y una mesa para anotar las incidencias.
Cuando los chicos y los profesores se alejaron, Escudé me indicó, con la vista, que le siguiera. Vivía en la primera planta del hotel, en una especie de suite de dos piezas con un dormitorio y baño completo; un saloncito equipado con tres butacas de cuero, escritorio, una mesita baja, un armario y un arcón de madera forrado de piel. El suelo estaba alfombrado con una piel de ciervo, las paredes llenas de carteles con paisajes de alta montaña y, sobre la mesita, había dos cámaras fotográficas muy sofisticadas. Desplegó una pantalla portátil frente al armario, colocó un proyector encima de la mesa y, al lado, una considerable colección de diapositivas.
—A ver si te gustan; yo soy un apasionado de la fotografía.
Corrió las cortinas de la habitación y empezó la proyección.
—¡Mira qué colores! La edelweiss es una flor que nace y vive en la nieve. Cuando la encontré por primera vez, sentí tanta emoción como si hubiera descubierto un tesoro. Parece una sola flor, pero en realidad es un conjunto de diminutas florecillas que crecen agrupadas para poder sobrevivir. Fíjate bien qué ejemplos de solidaridad nos ofrece la Naturaleza. Vivir supone un riesgo; cada vida, por pequeña que sea, exige un trabajo y un triunfo. Cuidar a un bebé requiere un trabajo de veinticuatro horas diarias durante muchos meses; es una tarea inquietante, pero agradable y satisfactoria. ¿No te parece? Pues algo parecido acurre con estas flores: conviven y se ayudan para crecer y desarrollarse. ¿Sabes cómo sobreviven los pingüinos en la Antártida?
—No, señor.
—Parece increíble: cuando las crías salen del huevo, los padres tienen que abandonarlos a su suerte en aquellos islotes de hielo, para ir al mar en busca de alimento. El problema reside en que la suave capa de plumón, que los recubre, es insuficiente para protegerlos de las bajas temperaturas y están expuestos a una espantosa muerte por congelación. Pues bien, ¿sabes qué hacen los polluelos para defenderse del frío?
Le escuchaba con atención, sin interrumpirle ni mover un músculo de la cara.
—Se apretujan unos contra otros para aprovechar el calor de sus hermanos y sobrevivir. Pero mucho más asombroso aún es que esos miles de pingüinos, recién nacidos, están en un constante movimiento giratorio para evitar que ningún polluelo pase demasiado tiempo en el exterior y acabe congelado. ¿Qué te parece?
—Es maravilloso. ¡Qué lecciones nos da la madre Naturaleza!
—Y hablando de lecciones —dijo Escudé—, ¿qué piensas hacer esta tarde?
—Pues, como aquí no hay mucho que hacer, leeré un poco y adelantaré algunas asignaturas para cuando vuelva a la Facultad.
—¿No te gustaría dejar a un lado los estudios y subir conmigo al Pic del águila?Un delegado federativo tiene que esquiar con cierta soltura, y me gustaría ser yo quien te enseñara los primeros fundamentos.
Intenté eludir el compromiso, pero me fue imposible.
—Empezaremos a primera hora de la tarde, cuando dejes a los chicos en las pistas; pero antes pásate por el guardaesquíes y dile a Xavi que te elija unas buenas botas, unos bastones y unos esquíes de tu medida. Y no te preocupes, que no tienes que pagarlos.
—Muchas gracias, pero no se trata de eso.
—Ya me imagino de lo que se trata. Como en cualquier circunstancia de la vida, para esquiar hay que sentirse esquiador y parecerlo. ¿De acuerdo?
—Sí, señor.
—Pues vamos a empezar por vestirte adecuadamente.
Abrió el arcón y sacó dos pares de pantalones de esquí, con la marca y la etiqueta. Luego sacó algunos pulóveres de cuello alto, un par de jerséis de colores vivos y un anorak con las letras de la escuela. Él mismo eligió dos conjuntos.
—Creo que son de tu talla; pero, por si acaso, pruébatelos.
—Esto ya es otra cosa —dijo Escudé—. Ahora sí que tienes pinta de esquiador.
—¿Qué le debo?
—Son un regalo. Estas prendas las envían las firmas de material deportivo para promocionar nuevos diseños, y la mayoría de veces no sé qué hacer con ellas. ¿Te gustan?
—Sí, señor.
Salí vestido con el nuevo equipo, incapaz de disimular mi alegría. Me parecía que todo el personal del hotel se volvía para mirarme. Subí a la habitación, guardé en la maleta la ropa de Reyzábal y salí de allí vestido con uno de los equipos que me había regalado Escudé.