Mareando la perdiz

Por Mariano Valcárcel González.

Una cosa que me sucedió hace ya bastantes meses me sirve para constatar la torpeza y lentitud burocrática en la que andamos metidos. Y su ineficacia en general.

Un día recibí un mensaje de texto al móvil en el que se me instaba a establecer un contacto con “alguien” (?) que decía saber de mí por esos enlaces del face o del what que por estos mundos hay y en los que de una forma u otra andamos metidos, o nos meten. Bien, el mensaje era lo suficientemente ambiguo como para suscitar en cualquiera cierta curiosidad… Es fácil picar.

Como yo no hice caso del cebo, más por nada porque si desconozco al emisor no me tomo la molestia de responder, se produjo otro envío, en el mismo día, instándome a establecer ese contacto, vía what… Nada, sin embargo, que identificase al remitente, y ello ya me empezó a mosquear.

Reconozco que debí estar mucho más alerta, porque los dígitos del emisor no eran los del servicio normal telefónico (y debí recordar que los servicios de pago o a suscripciones tienen números especiales); un error. Se recomienda en estos casos no establecer nunca llamada de respuesta, pues de inmediato se puede generar un contrato o una suscripción no pedida. Reconozco también que sí envié respuesta instando a la identificación de esa “persona” que tanto insistía en obtener mi contacto; le indicaba que yo no mensajeo ni whatsapeo con desconocidos y que, por lo tanto, desistiese.

Siguieron llegándome mensajes del mismo o parecido tenor. Ya eran cargantes. Así que me metí en internet e indagué sobre estas cuestiones. En un primer consejo leí que, si estás suscrito a uno de estos números y lo has hecho inconscientemente, con engaño, o no quieres seguir, avises al servidor telefónico y que den de baja inmediatamente ese número. Pero comprobé que, sin decir que no, el servidor como que se lavaba las manos… Todo por la pasta. Porque estos servicios conllevan ganancia para el que los monta y la compañía telefónica que los mantiene activos. Ganan dos y uno (el consumidor) pierde.

Y me enteré que ese número concreto que me molestaba ya era conocido por consumidores que lo habían padecido, y que mutaba cada cierto tiempo para poder seguir en sus manejos y confundir al personal. Y que era una misma empresa quien estaba tras el tema. Siempre la misma. Así que la estafa era conocida y permitida. La administración pública no actuaba de oficio. Una forma de quitarse de encima trabajo y complicaciones… Veamos las que eran y lo entenderemos.

Por una página de consumidores me hice con una instancia/denuncia a la Agencia Española de Protección de Datos.

Y se inició todo un procedimiento largo, lento y farragoso, en el que la burocracia costó seguramente más que los resultados obtenidos. Pues, después de pedirme datos concretos y pruebas fehacientes de los hechos, determinaron que había tema (porque no era únicamente mi caso y por el mismo motivo los que le habían llegado). Así que esos funcionarios se vieron supuestamente obligados a actuar.

Y, como en tantas cosas (y la experiencia demuestra que tras marear perdices luego el caldo obtenido es más bien magro), llegó tras largos meses la resolución. En un informe de exposición de motivos, resoluciones anteriores y legislación europea y española, que no se lo saltaba un abogado, al final el meollo del dictamen determinaba multar ¡con 9 000 euros! y retirarle la licencia del número telefónico del servicio a la empresa afectada (que por otra parte no daba domicilio conocido)… Así que, tras casi un año de papeleo, se llegó al parto de los montes.

Esto es lo que venía yo a contar en el encabezamiento. Seguro que vosotros tendréis más de un ejemplo con el que dar por buena mi intencionalidad y mis afirmaciones. Que la burocracia en España es un laberinto inextricable, que el «Vuelva usted mañana» se perpetúa en el tiempo como una capa de piedra, ya consolidada por los siglos, que nos aplasta. Que muchas de las oficinas, secciones y negociados están obsoletos, no cumplen debidamente con su función o son, sencillamente, innecesarios. Y que, a pesar de la aparente productividad que debieran proporcionar los nuevos medios ofimáticos, como ‑a la postre‑ la máquina no hace sino lo que el hombre le proporciona como información, el tapón sigue siendo el mismo.

Estas y otras cosillas de apariencia menor son las que se deberían atacar ya como verdadera reforma en el estado de cosas en el que nos encontramos. Pararse en tontunadas o en lograr, por la misma barbaridad emitida, que se espante el personal ante las supuestas y novedosas inspiraciones regeneradoras de uno o unos cuantos, es solo montar el tinglado de la confusión por el que luego no se hace nada. Y no hace falta más que decisión política para ello y ganas. Porque, si no se despeja el camino, poco podremos hacer para andarlo debidamente; y lo de más enjundia se frustrará por falta de arranque.

 

marianovalcarcel51@gmail.com

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

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