Gran hermano

Por Mariano Valcárcel González.

Audiencia televisiva ante el “Gran Hermano”… Un programa que lleva demasiadas ediciones, según mi parecer, pero que en respeto por las apetencias del público que lo sigue (¡que hay mucho!, porque si no ya lo habrían eliminado hace años) no seré yo quien clame y exija que lo finalicen por siempre jamás.

Que es un programa demostrativo de lo que tenemos encima (junto con otros, en general de la misma cadena y filosofía de su dueño, que sigue persistiendo en degradar la sociedad y, por tanto, la democracia italiana y española hasta los límites más bajos) y de lo que hoy interesa al televidente. Estulticia, zafiedad, miseria moral, la nada por horizonte consistente si no es ser “famosete” y hacer “bolos” y salir en las teles a costa de cualquier cosa (que ya no importa ni la intimidad, ni el honor personal, ni la palabra que se da, ni que se vea lo miserable que pueda llegar a ser uno o una. Y no hacer nada. Maravilloso guión.

“Gran Hermano”. Porque, según sus inventores, todo el día y en todo lugar y situación habrá una cámara tomándote. Claro, en esto siempre hay trampa, porque la emisora se ocupa muy bien de seleccionar y emitir lo que en realidad conviene al programa. Así que todo lo que se nos vende es que en todo momento están “vigilados”. Como en el gran libro de Orwell “1984”. De esto quiero hablar.

He leído ‑ahora, sí lo declaro‑ el libro citado (tan nombrado, tan utilizado como referente) y me he quedado boquiabierto. Sí, no he podido por más que admirar la clarividente intuición y la clarividente interpretación de su experiencia, que este hombre tuvo. No es lo más importante, con serlo, el que en la narración exista siempre ese gran “ojo” que todo lo ve y ese gran “oído” que todo lo oye… Desde luego que siendo eso tremendo, por lo que significa de coerción, control, presión y falta de libertad social y personal, no es lo peor. Lo peor es la declarada intencionalidad del control de las mentes y de las conciencias.

Que te tengan constantemente vigilado es terrible. Nunca podrás ser tú mismo, aunque lo quieras o lo intentes, porque sabes que, en cualquier momento, puedes cometer un error y que ese error te traerá consecuencias. Pero lo más terrible es que, con lo anterior y mediante otras prácticas, te llevan a anular tu voluntad más íntima, a destruir tu más íntimo razonamiento por oculto que lo quieras tener, a alterar y cambiarte de tal modo que lo que supuestamente pienses no sea más que una serie de clichés y sartas de máximas y eslóganes implantados en tu conciencia y sustitutivos de lo que antes hubiese habido, ya borrado totalmente.

Y tan borrado que hasta la Historia, la Memoria, la Verdad habida y existida hayan quedado completamente desaparecidas, como si nunca, nunca, hubiesen existido. Costumbres, civilizaciones, ideas, personas, sucesos…, todo queda eliminado tras una constante y aplicada práctica de lavado de cerebro, individual y colectivo. Orwell conoció buenos ejemplos de lo que ello suponía, de los intentos de llevarlo a cabo (cita varias veces a los regímenes nazi y comunista como precursores de la sociedad de su narración) y de los métodos utilizados. Se cita mucho la frase de su novela ‑quien controla el presente interpreta el pasado y domina el futuro‑, pero creo que no se ha llegado a entender el alcance de esa afirmación. Su total alcance.

Una base fundamental de su sociedad es la invención del llamado neolenguaje. Por medio del mismo, en un proceso de decantación sin resquicios, el lenguaje se debe ir haciendo cada vez más simple, sin tanto contenido semántico ni ideológico (se entiende, de otras ideologías ya pasadas); un lenguaje tan simple que la comunicación sea inmediata y corta, con un contenido interpretable de inmediato que no necesite pensarlo. Órdenes y consignas. La reacción automática al estímulo recibido. ¿Parece esto una utopía o, en realidad, se está consiguiendo ya?

Los ejemplos que pone, en la explicación de ese lenguaje nuevo, son claros. Bienpensar se ajusta de lleno a lo que debe entenderse y hacerse, pues es ir de acuerdo con lo que dicta la doctrina del Gran Hermano y no tolera lo contrario, pues lo contrario es crimenpensar, que ya lo define todo. Se trata de palabras‑resumen muy impactantes y sencillas. Refiere Orwell que ya los anteriores regímenes lo habían intentado, tal que, en vez de decir, por ejemplo, Internacional Comunista, se prefirió usar Comintern, que en sí anulaba con esa precisión burocrática los significados más profundos que lo anterior sugería.

Su transformación del lenguaje llega hasta la precisión de colocar el prefijo in para indicar lo contrario, tal que a bueno se le oponía inbueno, y así se evitaba la palabra malo. Esto me lleva a recordar que, en cierto colegio cercano al pueblo mío, la línea didáctico‑pedagógica adoptada por el sanedrín directivo llevó a enseñarles a los infantes que la mesa era mesa, pero que la silla era nomesa, en el más completo neolenguaje orweliano. Con estas y otras transformaciones que vamos observando y evidenciando en el idioma (y que van cumpliendo perfectamente las intuiciones del escritor referido) no tenemos más que esperar a otra fecha señalada por Orwell, 2050, para que se cumpla la apoteosis final del neolenguaje. Y el dominio total del Gran Hermano.

 

marianovalcarcel51@gmail.com

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

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