Presentado por Manuel Almagro Chinchilla.
En este artículo, Ramón Quesada, refiere tradiciones, hábitos, costumbres y anécdotas del acontecimiento popular, en este caso religioso, de mayor carácter multitudinario que tiene lugar en la “Ciudad de los Cerros”. No en vano Úbeda ostenta, como una de sus condecoraciones, el ser “ciudad de Semana Santa”. La mayor parte de las vivencias y situaciones que describe nuestro articulista son ya historia pasada. Tan pasada que, a quienes aún no han llegado a la “cincuentena”, difícilmente hayan tenido la oportunidad de haberlas podido grabar en las neuronas. En cambio, a quienes hace más de dos décadas que hemos rebasado ya el medio siglo, las tenemos imperecederamente grabadas con el mayor cariño.
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Hay costumbres perdidas que tuvieron también su influencia en esta última de la cuaresma en los pueblos. En Úbeda, que es una ciudad en la que se prodigan las cofradías y las imágenes, estas tradiciones aportaron a su Semana Santa motivos para el recuerdo. Fueron situaciones, cosas y casos tan heterogéneos, tan extraños que, su misma originalidad, permite que las saquemos de la película del recuerdo, precisamente en estas fechas en las que los mismos pueblos se entregan a la escenificación de la tragedia del Hombre en siete días de “amargas verdades”.
Una de estas “cosas” estaba en el grupo inquieto de niños y niñas que precedían la cruz‑guía del guión cofradiero, accionando sin descanso aquellas pelotas blancas que iban y venían atadas a una goma elástica, y al dedo, haciendo cardenales en pantorrillas y en salva sea la parte. Y el imprescindible tonto que, al lado del alguacil y del tío de los cohetes, en los domingos de alegría, se esforzaba en vano por organizar el montón de chiquillería y de adultos, que se “dormían” mirando Dios sabe dónde y el guión se les echaba encima, ocasionando que los penitentes “de hilo blanco y de hilo negro” se pisaran los talones.
Delante de todo este barullo, chirriando las ruedas de la vieja “bici” y crujiente armazón de madera con volandero mantel blanco, iban los carritos con las chucherías, tan surtidos y tan adornados de baratijas colgantes y de moscas, que más se asemejaban a cosa de feria que a solemnidad “semanasantera”. Y la trompeta del nene y el tambor de la nena, de la mano de mamá, que chupaba un purito “americano”, que era, ni más ni menos, un caramelo redondo, alargado como diez centímetros, rojo, con un cordoncito igualmente de dulce en espiral, rodeándolo. Se vendían “a perra chica” y regalaban con la compra un trocito de papel de estraza para no mancharse los dedos de gelatina y baba. Se chupeteaban también, hasta casi el éxtasis por su buen sabor, los “coquitos”, caramelos rudimentarios, caseros y de colores; y los “adoquines”, alargados y de menta.
En ocasiones, detrás de la procesión, iba el buenazo de “Chilana”, empedernido bebedor de vino “del país”, al que nunca nadie consiguió ver sobrio. Andaba tambaleante, crujiendo los dientes y regalando calderilla a los mocosos, sin meterse con nadie y sin caer, en lo que era un experto. Sin embargo, una caída en la cuesta de la Merced, si mal no recuerdo, le costó la vida. Y, cuando éste no estaba adicto al néctar de Baco, lo hacía Remigio con su cesta de almendras garrapiñadas, asimismo un alma de Dios que moriría ya mayor dejando buena herencia de descendientes y buenos buñoleros. Y “Regadera”, que vendía pasteles y dulces por los pasillos de los teatros con su cestón de metal, bailando mientras se ponía en escena, en el Ideal Cinema, Vida, pasión y muerte de Jesucristo, por la compañía de Luis B. Arroyo. Y “Simpaticón”, que hace ya años murió en Córdoba, dándole al manubrio de un pianillo verbenero, como los tradicionales de Madrid.
Paseando las aceras de arriba abajo, haciéndose los despistados, con caras de ingenuos mientras las gentes se hallaban absortas, viendo pasar el Cristo desde los balcones de esas casas que se extinguen, se veían los “moscones”, jóvenes y menos jóvenes que, escudados en sendas gafas de sol, alzaban la vista hasta el balcón, para verle las piernas a todo viviente con falda y melena. En nuestros días, como las piernas y otras morbideces femeninas están a la orden del día igual que una plaga, a nadie le importa un bledo la pierna o el muslo de la prójima, aparte de que, lo que antes fueran rollizas extremidades ahora son famélicos remos precisos, sólo para mantener la verticalidad. Y eran también los mocicos y las mocicas, que se hacían novios “formales” entre el revoltijo de naturales y visitantes, que se hacinaban en las calles esperando el primer penitente del guión.
Algo curioso y que, a mi parecer, se utilizaba sólo en algunas iglesias, consistía en el toque de la carraca a la hora de los oficios divinos, reemplazando a las campanas; instrumento de madera cuya aplicación primitiva estuvo en significar el terremoto final de las tinieblas, en Semana Santa. E interesante era también aquello de que en la Plaza Vieja se amontonaran, muy próximos a la fuente de los sipotes, con caños de metal donados por don Daniel Tera, haces de alfalfa y avena en verde, que se vendían para alimento de ganado y que, aprisa y corriendo, había que apartar para que las dos filas de la cofradía pudieran pasar.
Pero lo más sentimental, y el más humano de todos estos casos y cosas, aparte de construir un encanto más de la Semana Santa que en muchos pueblos se está restableciendo con ayuda incluso de aportaciones oficiales, es esa Semana Santa que los niños organizaban después de la verdadera.
Algunas imágenes, bien conseguidas obras del arte infantil, y las túnicas y varales, y los tambores y las trompetas, y el orden y la ilusión suponían para los mayores un ejemplo que tener en cuenta en los momentos de la fidedigna Semana de Pasión.
Trajes coloreados de papel, varales y hachones de los más extraños materiales, trompetas de juguete de feria y tambores de latas vacías de conservas y detergentes, a los rítmicos acordes copiados de las bandas de las cofradías, pasado el Domingo de Resurrección, parecían ser como una llamada de continuidad hecha de los niños a los hombres, de los que pudieran ser mañana cofrades a los que ya lo son.
(19‑03‑1989)