Lecturas

Las noticias que nos llegan sobre el denominado Estado, o Califato, Islámico del Levante harían temblar de terror a cualquiera. Tan horribles son.

Lo más horrible es lo inconcebible del tema. Ya teníamos precedentes muy significativos y esclarecedores tanto con Al Qaeda como con los talibanes y demás movimientos integristas musulmanes. El islam se desliza por una pendiente revisionista de su doctrina cada vez más radical y rigorista.

Si los chiitas se revitalizaron con el poder de su Estado Islámico de Irán, regido abiertamente por los clérigos que anteponen el poder religioso al civil, los suníes se echaron en brazos del wahabismo político-religioso de la familia real saudí y luego, por rechazo de la hipocresía de esta, en los otros movimientos sectarios más radicales.

Y los unos enfrentados a los otros y todos ellos contra los demás.

¿Por qué sucede esto? Aparte muchas circunstancias, hay una explicación fundamentalmente simple: la religión interpretada literalmente.

Sucedió antaño y también ahora, con el islam y con el cristianismo o con otra religión fundamentada en unos textos y en la autoridad intérprete de los mismos; el judaísmo, el cristianismo y el islam giran y viven alrededor de este sistema de conocimiento, devoción y creencia. Ahora, ¿qué sucede cuando se utiliza el texto, el escrito sugerido como de inspiración divina, como fuente de doctrina basada en la literalidad del mismo…? Pues lo que se ha visto en el tiempo y ahora se ve en la actualidad es que lo escrito se impone a lo sugerido o interpretable, como forma, paradójicamente, de evitar las posibles desviaciones de sus creyentes.

En el cristianismo, revitalizando la lectura e interpretación “personales” de las sagradas escrituras, unos cayeron de tal forma en su literalidad que las iglesias se multiplicaron (y hubieron de surgir “pastores” para reconducirlas).

En el judaísmo interesa ahora, muy oportunamente, lo escrito, en sus términos literales, sobre el dominio exclusivo de la “tierra prometida” por el pueblo de Israel. También mantener algunas costumbres emanadas de las leyes mosaicas, elevadas a reglas civiles, e incluso dar lugar a sectores ultraortodoxos, apegados a la lectura al pie de la letra de la Torá o el Talmud. Es cosa, hoy, muy viva.

Y en el islamismo, ahora también lo estamos viendo en sus vertientes más pavorosas y retrógradas, llevando el rigor a sus límites más extremos.

Como la ley religiosa se identifica con la ley civil, el peligro existente es el de que los clérigos, intérpretes exclusivos de los textos sagrados, se erijan en los exclusivos dirigentes de estas sociedades y, con ese enorme poder en sus manos, manipular y dirigir a sus poblaciones en las direcciones que ellos desean. Y cualquier clérigo puede sentirse bueno para ello.

El Califato es una idea, por anacrónica e idealizada, muy querida por quienes “necesitan” revisar sus creencias y marchar, a sangre y fuego, hacia la purificación suya y de los demás. A sangre y fuego y sin remordimientos.

Ahora, yo me pregunto: si todos estos son tan literales en sus creencias e interpretaciones, ¿por qué las orientan solo hacia algunos aspectos y a otros no…? ¿Por qué los que se oponen a ciertas prácticas médicas no dejan también de alimentarse o de vivir utilizando los adelantos técnicos del siglo o metidos de lleno en sus negocios modernos? ¿Por qué a las mujeres sí se las tiene cubiertas hasta casi su desaparición, mientras ellos, los varones, viven cómodamente vestidos con lo que prefieran por muy moderno que sea? ¿Por qué, para hacer la guerra, utilizan todos los medios a su alcance muy diferentes de la espada, lanza o escudo de los tiempos de los profetas…?

Hay muchas preguntas semejantes que sé que se responderán diciendo que lo uno está «escrito en el libro sagrado» y lo otro no, con lo que el chantaje de la autoridad religiosa está servido y servilmente admitido; y no únicamente servilmente, sino también muy oportunamente. Si leemos los libros básicos y nos metemos de lleno en sus laberintos, nos daremos de bruces con la pared de lo inaudito, de lo inconcebible o de la aparente aberración (tal y como se puede leer). En resumen, el mal que nos aqueja es el mal del fanatismo acrítico, el del fanatismo ciego, de adhesión incondicional. El mal del que se deja manejar por quienes se autoproclaman intérpretes (o portadores) de la verdad absoluta, que hay que imponer de cualquier modo y forma: por convicción y, si no, por la fuerza.

Regreso al futuro.

 

marianovalcarcel51@gmail.com

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

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