Me larga, un conocido de todos nosotros, la siguiente andanada:
—Yo sé que a ti te gusta poner a los católicos como hoja de perejil.
Mi contestación fue rotunda:
—Yo solo no trago a los malos católicos, a los fariseos e hipócritas (creo que Jesús ya intuyó por dónde irían las cosas). Me siento cómodo con un buen católico (si llegamos a definir lo que eso sea), con un buen fascista, con un buen comunista o con una meramente buena persona (si llegamos a definir lo que sea ser buenos…).
Y es que se nos obnubila la mente y nos dejamos dominar no por la razón, sino por un revoltijo de consignas, clichés preconcebidos, absolutismos sin derecho a réplica, verdades que parecen intocables y toneladas de buenas intenciones que pueden ser de efecto totalmente contrario a lo pretendido.
Y lo peor, que nos vamos derechitos a establecer la clasificación de buenos o malos, con el enorme peligro que ello entraña.
De ahí que considere que la afirmación del inicio es totalmente desafortunada e injusta para conmigo, a la vez que incierta. Y me duele que la hiciese quien la hizo, por la estima personal que le tengo. Trataré de explicar la contestación adjunta, en intento de clarificar mi discurso.
Empezaríamos por la consideración, ardua, de qué es ser bueno.
Bueno como persona pues, teniendo esa cualidad, ya sobrarían las otras bondades; pues se puede ser un buen fascista, como tal fascista, yéndose a aporrear rojos; y se puede ser buen comunista, como tal, si uno se dedica con saña a perseguir y descubrir a fascistas encubiertos.
Al igual que se puede ser un buenísimo profesional, escritor, médico… sin ser buena persona.
Mas creo que no se puede ser buen católico, si no se es buena persona. Es radicalmente imposible. Se será un buen beato todo fachada, todo mero rito de hueco contenido; se será buen practicante a horas concretas y en escasos días; se será un impostor aparentando lo que no se es, como medio de escalar, sobresalir, sobrevivir; se podrá hasta ser un mero número en la estadística de creyentes, pero no un buen católico, si no se es buena persona.
Hay que dejarse ya de gaitas.
Y, en España, sobran gaitas y gaiteros; y cofrades y portaestandartes; y ensotanados y asociados a grupos, sectas y órdenes que hacen mucho ruido, mucho daño y que tienen por divisa la división, la exclusión e incluso el deseo de desaparición de todo lo que no les sea afín, grato o subordinado a sus intereses y poder. Por desgracia, no puedo considerar buenos a los católicos, ni los puedo comprender, ni tenerles simpatía. Ellos mismos se descalifican.
Los buenos, sencillamente, son así, radicalmente buenos y así obran como tales. Se les conoce por su buen ejemplo y por sus hechos ciertos.
Como en todos lados, donde se cuecen habas, en todas las clasificaciones de los humanos, hay gente buena. Cuando generalizamos, en verdad cometemos injusticia para los que no corresponden al juicio general que cae sobre su casta; mas nos es imposible ir señalando uno a uno (o separándolos como en el juicio final) y nombrándolos de forma individual. Si no tenemos pruebas determinantes, no podemos ni debemos ir adjetivando a nadie concreto; por eso, nos es más fácil generalizar. Lo malo es que, cuando las tenemos, o no nos atrevemos a utilizarlas, o las ocultamos por determinados motivos, o ‑a la postre‑ las usamos cuando nos conviene y con intencionalidad que supera su misma importancia.
Por eso, lo afirmado por mí. Yo estoy cómodo con cualquiera, siendo premisa el ser buena persona y dejando atrás su adscripción social, religiosa o política.
Volviendo al tema, ¿qué es ser bueno…? He acá la pregunta. Antonio Machado intentó aplicársela a sí mismo. Creo que bueno es quien obra sin maldad y sin doblez. Bueno es quien pasa por la vida sin derribar, sin ofender, sin abusar. Bueno es quien vive y deja vivir. Quien hace sin pedir nada a cambio o, al menos, sin poner precio a sus acciones; sin pedir que se le compense con el ciento por uno. Bueno es quien, teniendo conciencia, trata de seguirla; y el que, equivocándose y sabiéndolo, trata de remediarlo.
Hay que dar paso a los buenos antes de que nos dominen los malos.