María de Molina, doncella de Úbeda

Presentado por Manuel Almagro Chinchilla.

Ramón Quesada nos relata, en este interesante artículo, los datos más sobresalientes de la personalidad, de la dama más famosa y admirada de la historia de Úbeda, María de Molina y Morena, de sus influencias en la corte de Felipe IV, en España; y en la de Luis XIV, en Francia. Úbeda recibió importantísimas donaciones de ella, como muestra del amor que siempre demostró tener a la ciudad que la vio nacer. Unos legados que los avatares de la vida los hicieron desaparecer.

María de Molina y Morena nació en Úbeda, el día 5 de noviembre de 1625 (en el libro tercero de bautismos de la iglesia de Santa María, hoja 160 vuelta, existía una partida que literalmente decía: «En la ciudad de Úbeda, a 5 de noviembre de 1625, el M.º José de Salinas, cura de la iglesia colegial de esta ciudad, bauticé a María hija de Juan de Molina y de Francisca Morena, su mujer; vecinos de esta parroquia y firmé. ‑El M.º José de Salinas»). El libro fue destruido en 1936.

Hija de padres tan humildes como honrados, cuando apenas contaba diez años de edad, los Marqueses de Camarasa, don Diego de los Cobos y su esposa, que llegaron a Úbeda con la idea de disfrutar una temporada en su palacio de los Cobos, ante la necesidad de una sirvienta, conocieron y admitieron a María de Molina a petición de esta, pues buscaba por entonces colocación para ayudar en lo posible a sus necesitados padres. La prudencia de la niña y sus singulares cualidades la hicieron pronto merecedora de las simpatías y cariño de los marqueses, principalmente del niño Baltasar.

De María de Molina hace el P. Manuel de San Jerónimo la siguiente descripción: «…Sus personales prendas pudieron ser imbidia de las matronas romanas, cartaginesas, y sabinas; y cuantas en el templo de la discreción merecieron estalma. Era muy juyciosa, callada, y con mucha gala discreta. No la dotó el cielo de hermosura, porque debe ser complicación y riña de los astros concurrir todos juntos, y Minerva y Venus suelen andar discordes; más suplía su agrado y discreción en los oídos, lo que el gusto hechara menos en los ojos. Dotola el cielo de una voz tan suave, y el arte de una consonancia tan diestra, que era su música dulcísimo embeleso de cuantos la escucharan; y á no aver sido tan prudente, y honrada, fuera la sirena de aquel siglo…».

Cumplidos sus días de descanso en Úbeda, regresaron los marqueses a Madrid, y con el permiso de los padres de la joven, esta marchó con ellos. Admirados de las dotes de doña María, que ya tenía quince años por entonces y poseía gran sentido artístico, la presentaron a Isabel de Borbón, esposa de Felipe IV, que, al escuchar a doña María, le ordenó que se quedara en su corte, nombrándola azafata de la serenísima infanta doña María Teresa.

Casó la infanta en 1660 con Luis XIV, rey de Francia; a todas las recepciones y fiestas de palacio asistía la doncella de Úbeda, en París, como azafata de la reina, hasta que enemistadas las dos naciones por tan estrecho vínculo unidas, tuvo que regresar a Madrid. Antes de su regreso, un día de gran fiesta en el oratorio de palacio, queriendo la reina lucir a su azafata y limosnera mayor, nombrada recientemente, la hizo cantar una salve a la Santísima Virgen. Emocionado grandemente de su exquisita voz, Luis XIV le ofreció concederle la gracia que le pidiese. María de Molina miró al monarca, dudó un instante, se ruborizó un tanto y le saludó reverentemente; y, con tímida voz, pidió al “Rey Sol” la custodia del oratorio, con la ilusión de donarla a la iglesia donde era Úbeda fuera bautizada. Accedió el rey de buen grado y la valiosa joya fue enviada de París a Madrid, al alcalde de la casa y corte, don Juan del Corral, caballero de la Orden de Santiago, que inmediatamente, sabedor del delicado tesoro, avisó al cabildo de la colegial de Úbeda para que mandaran por ella, de lo que se encargó don Diego Hermoso Revilla, canónigo de Santa María, que la recibió mediante escritura, con cargo de veintiocho misas cantadas en veintiocho jueves del año, y el certificado de tasación del platero Juan Bautista Villarro, en el que se hacía constar que la custodia es de oro y plata sobredorada, esmaltada en colores y un pie y peana formando tres ángeles, de escultura de plata sobredorada, con sobrepuestos de oro esmaltados, guarnecida de diamantes y rubíes, teniendo 385 diamantes, 165 rubíes, 1 jacinto y 5 zafiros. Tasó la joya en 10 000 ducados. (La custodia fue destruida en 1936; la que la reemplaza hoy es una fiel reproducción, no tan costosa, realizada por el artista levantino José Marlo Lloréis).

A los veintiséis años de estar en Úbeda, estuvo a punto la custodia de ser vendida. La venta no se realizó gracias a la intervención de un ubetense. Sucedió que Santa María estaba necesitada de obras; con este pretexto, el que por aquella época fuera obispo de Jaén, don Antonio Brizuela y Salamanca, autorizó su venta. Hubo insistentes protestas de varios canónigos, y puesto el asunto a votación, al efectuarse, el canónigo de Úbeda, don Antonio Chirino de Narváez, dijo: «Señores capitulares: Mi ilustre paisana, doña María de Molina, donó esta joya a la iglesia y nosotros no somos quienes para privar a la ciudad de tan estimable alhaja». El magistral don Tomás Campos de Vargas aplaudió la idea, ofreciéndose para anticipar el dinero con destino a las reparaciones de Santa María.

Doña María de Molina y Morena no olvidó nunca a su pueblo; haciendo periódicas y espléndidas donaciones, hizo histórico su nombre. Para el convento de Religiosas Descalzas, que estaba en obras, mandó 12 000 ducados, otros 2 000 para terminar la iglesia; un cofre de carey que servía para el Santísimo, el Jueves Santo, y otro más de plata repleto de alhajas igualmente para la iglesia; todo ello a petición de la priora del convento, madre Juana de San Jerónimo, religiosa de parentesco muy cercano al Marquesado de La Rambla.

Sea porque su condición fue tan modesta, sea porque murió a muchos kilómetros de su ciudad, o fuera porque su fama no estuvo en verdad a la altura que le correspondía, la fecha de su muerte nos ha sido hasta ahora negada por la historia; por lo menos en diccionarios, archivos y libros que citan a la reina María Teresa y a su augusto marido Luis XIV, no aparece la azafata y limosnera mayor de Úbeda. Otros historiadores como Alfredo Cazabán y Miguel H. Uribe, incluyendo al cronista Juan Pasquau, omiten en sus escritos la fecha de su defunción, con lo que ratifican nuestra teoría. Sin embargo, María de Molina debió morir relativamente joven, ya que a partir de 1675 no se tienen noticias de su existencia.

Pero que fue una mujer célebre, no cabe la menor duda; y que junto con Mariana de Velasco, Isabel de Dávalos y Josefa Manuel forman un grupo de damas de Úbeda que, cada una a su estilo, a su modo, pusieron esplendor y honor en la historia ejemplarísima de la hidalga ciudad.

(25‑02‑1979).

almagromanuel@gmail.com

 

 

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