Presentado por Manuel Almagro Chinchilla.
A lo largo de este artículo, Ramón Quesada trata de hilvanar una serie de datos históricos para situar la pertenencia de Úbeda a una concreta diócesis. Ardua tarea que no llega a concluir, pues la escasez y la imprecisión de los datos impiden el propósito, pero sí resulta curioso el análisis de la exposición, en la que se remonta nada menos que a la Úbeda cristiana de la época romana.
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A lo largo de la historia de Úbeda, dilatada, una de las páginas más esplendentes en los anales de la misma España, con ropaje de realidades, esencial en las más difíciles empresas, se han venido sucediendo una serie de hechos que, pasando de la simple discordia, llegaron a instituirse en pleitos, por la importancia de estos: de la inocuidad de la tramitación del sumario, para tomar cuerpo jurídico atravesando las propias fronteras de la vulgaridad, hasta llegar al interés nacional, incluso con la intervención de los mismos reyes.
La ciudad de Úbeda, sus gentes codiciadas siempre, dispuestas a toda hora y no bien pagadas casi nunca, fueron en muchas ocasiones parte directa en estos pleitos, que tuvieron su origen en cuestiones religiosas, guerras, intereses, sucesos internos o graves divergencias con otros pueblos que de ella necesitaban. Su situación geográfica, su naciente futuro a la temeridad de sus hijos, a la hora de ser llamados para defender los intereses de los reyes, que recurrieron a los ubetenses en no pocas ocasiones.
Uno de los pleitos litigados fue el que interpusieron el arzobispo de Toledo, don Rodrigo, el obispado de Baeza y el prelado de aquella diócesis, fray Domingo. (A partir de entonces, se les llama obispos de Jaén, siendo el primero de estos don Pedro Martínez, que ayudó cuanto pudo a la edificación de las torres de Úbeda, iniciándose aquí el principal motivo para ser conocida, al correr de los años, como Ciudad de las Torres). Muy reciente la conquista de Úbeda por Fernando III el Santo (1234), nació una polémica entre ambos prelados sobre a cuál de sus jurisdicciones eclesiásticas tenía que estar sujeta la recién conquistada ciudad, caso muy espinoso por la dignidad de los personajes que intervenían, aunque es de justicia pensar que la razón la tenía Baeza, ya que en tiempos de los godos estaba la ciudad dentro del término de la Sede beaciense, estimada desde Calatrava a Guadix, según lo acordado en el Concilio XI de Toledo, donde reinaba Wamaba, elegido por los obispos y los nobles. Evidenciado que, a pesar de estar sujeta al señorío árabe, pasó a pertenecer a su antiguo obispado, al apartarse de esta. No pocos escritos antiguos ponen a Bétula (Úbeda) un obispado; creencia relativa, puesto que no hemos encontrado datos que la aclaren (en caso de ser así, Úbeda pertenecería ciertamente a su diócesis antes de la llegada de sus huestes islamitas). Apelamos a señalar algo sobre el obispado más inmediato que existía, como era el de Baeza.
Matías de Villanuño, en la Summa Conciliorum Hispanie, realizada en el siglo XVIII (1785), escribe sobre los obispos que constituyeron el concilio Iberitano y puede leerse el nombre de Ianuarius Episcopus Salariense. Salaria, en la antigüedad, fue la villa de Sabiote, por lo que el obispo arriba indicado es el de esta población cercana.
El Concilio de Iberi, celebrado en las estribaciones de Sierra Elvira, tuvo su importancia, puesto que fue el primero que los cristianos celebraron: en él se acordaron para España los cánones, aceptados y confirmados luego de muchos concilios generales y ecuménicos, entre estos, el de Nicea. En él se hallaron, aparte de otros, Secundino, obispo de Cástulo (Linares); Pardo, prelado de Mentesa (La Guardia); Januario, obispo de Salaria (Sabiote); los presbíteros Maura, de Iliturgi (cerca de Andújar); Tito, de Noalejo; León, de Martos; y Turino, de Cazorla.
Hay diversas opiniones, recogidas de otros tantos historiadores, sobre la fecha en la que el concilio se celebró, mientras los padres benedictinos aseguran que fue en el 300. Tillemont lo sitúa en 300 a 301; Aguirre en el 303 y no pocos lo llevan al 306 y 310, hasta que Ambrosio de Morales, refiriéndose a los orígenes de Toledo y San Millán de la Cogolla, afirma que se celebró en el año 321.
Creemos que la versión que más se acerca es la de Tillemont, ya que el edicto de Nicomedia, por el que se ordenaba la persecución de los creyentes de Cristo, estuvo motivado porque estos alardeaban de sus ideas y esto no pudo realizarse más que por un acto religioso de tanta importancia. También en las actas del concilio se hace referencia a Osio, obispo de Córdoba, lo que apoya nuestra tesis.
En las reformas de Constantino, el obispado salariense quedó sometido a la metrópoli de Cartagena.
Demostrado ya que en Sabiote hubo obispado tras la irrupción de los bárbaros, nos sigue quedando la duda de si Úbeda era Sede de Salaria o de Baeza; todo en la era romana, puesto que en la del gótico no tenemos noticias del obispado de Sabiote.
Terminó la disputa con que el monarca puso a Úbeda en estado de secuestro por motivos del pleito, hasta que en 1245 quedó a Baeza sujeta con las condiciones de que el arzobispo disfrutara en Úbeda de una parroquia que, según hemos investigado, fue la de San Pedro.
Que sepamos, este fue el primer pleito de nuestra historia en lo que a Úbeda se refiere. Siguieron otros de más o menos importancia, mejor o peor resueltos, favorables o no, pero que, sin lugar a dudas, han servido para forjar un capítulo interesante que deberían conocer todos los hijos de Úbeda. Por nuestra parte, en el “Jaén” continuaremos dándolos a conocer: el tema nos apasiona, es muy nuestro, y a ello nos atrevemos y nos entregamos con el calor del escritor inquieto y el cariño de agradar al tener la suerte de ser un hijo más de esta ciudad de hidalgos. «Efectivamente, si lo que se intenta ensalzar es el amor a Úbeda, nadie es capaz de superarme en este aspecto», con lo que nos unimos y hacemos nuestro este pensamiento del maestro de las letras y llorado ubetense, Juan Pasquau.
Pero de entre todos estos pleitos, en el que Úbeda intervino más directamente y tomó parte más activa, fue sin duda el que disputó en la ciudad de Segovia: el litigio por la posesión del cuerpo del muy venerable reformador de los carmelitas, fray Juan de la Cruz, que aún no se ha resuelto del todo a pesar del breve de Su Santidad por el que ordenaba restituir el cuerpo «a la parte y lugar donde estuviere»; o sea, a Úbeda. Mas de esta polémica nos ocuparemos en otra fecha, puesto que sabemos que el abogado y cronista de Úbeda, don Manuel Fernández de Peña, está interesado, con respetable razón, en despertar este asunto del sueño de no pocos siglos y nadie mejor que él para facilitar la labor.
(13‑08‑1978).