Esto era una vez…
Un niño traviesillo al que le encantaba todo lo relacionado con la naturaleza… Los animales, especialmente, eran su debilidad. Por eso siempre estaba leyendo y consultando libros referidos a ellos, y a la naturaleza en general, pues su padre lo había iniciado (desde bien pequeño) a que amase ese regalo de Dios, que es nuestra naturaleza, a la que ‑por desgracia‑ cada día que pasa le vamos haciendo más y más agresiones, sin posible remedio…
De ahí que siempre llevase a su clase diferentes libros y objetos que delataban su amor por el ecologismo y por el saber en general… Le gustaba mucho explicar a sus compañeros todas sus más íntimas vivencias, siempre experimentadas en contacto con la naturaleza y los animales, demostrando su sabiduría y buen corazón… No obstante, en clase, su comportamiento dejaba mucho que desear, pues no paraba un momento estando sentado en su asiento y siempre andaba pendiente de sus amigos más íntimos (y viceversa…). Parecía, a veces, que en su sitio expendiesen miel y todas las abejas‑niños fuesen a libar de ella…
Hasta que llegó un día en que maduró, como le ocurre a los propios animales o plantas, y su misma naturaleza humana le brindó el camino a seguir: hacer la carrera de biología, especializándose en las especies animales autóctonas de la provincia de Jaén, en peligro de extinción, sobre la que hizo su tesis doctoral. El sobresaliente cum laude que obtuvo llenó de alegría a sus padres y al resto de su familia, pues se dieron cuenta de la valía de este adulto (que no hace tanto tiempo era un niño travieso y despistado sobre el que su madre ‑y su querido maestro‑ tenían siempre que estar encima para que trabajase…).