Y ahora, quiero rendir homenaje a un hombre que ya no está entre nosotros. Entró a trabajar al servicio del pueblo, aquí en el Ayuntamiento, en el año 1940. (Son datos de una entrevista y por lo tanto publicada). Su sueldo era de diez pesetas diarias, cuando sólo el pan nuestro de cada día le costaba veinte pesetas (tenía ocho hijos). Se llamaba José María Quesada Sánchez. Hoy tengo algo en común con él, aunque con una gran diferencia. Yo soy el último Pregonero, un título que me va a durar sólo un año, porque el año que viene será otro.
José María Quesada Sánchez fue el último pregonero de aquellos de los de voz en grito, que pregonaban a viva voz por las esquinas y cuyo título permanecerá con él para siempre en el tiempo: “El último Pregonero de Pozo Alcón”. Heredó de su antecesor, Francisco Expósito Calleja, dos uniformes, uno de invierno y otro de verano, con dos filas de botones dorados, una gorra de plato con las iniciales V. P. (Voz Pública) y la preceptiva e inseparable trompeta. Los puntos donde paraba a informar eran siempre los mismos: la calle La Higuera (actualmente calle Tosca), en la Fuente la Bizca (actualmente Avda. del Fontanar), el Barranco, la Placeta del Santo, la puerta del Tío Fiera (esquina de la calle Lérida), el cruce de la carretera de Jaén y detrás de la torre del Reloj. En aquella larga entrevista, cuando él ya tenía ochenta años y una voz temblorosa, me hizo un pregón de los suyos, cuyo tono, obviamente, no pude transcribir. Hoy, gracias a esta tribuna privilegiada de Pregonero, quiero hacerle este humilde homenaje póstumo y complacerle en aquél deseo suyo de entonar su pregón. Va por ti, José María, allá donde estés, que no puede ser otro sitio que en la Gloria:
¡Por orden del señor alcalde se hace saber… a todos los regantes de Pozo Alcón, Hinojares y Zújar… que mañana se podrá regar toda la superficie con derecho a riego de primavera… Y al que se le pase el turno de riego, no podrá regar hasta la tanda siguiente… Y el que se cuele de la superficie será denunciado al Jurado de Riegos para que le impongan la sanción correspondiente!
Tampoco es fácil de imprimir las sensaciones que emanan de las vivencias en la sierra, que siente todo aquel que anda por sus sendas, contempla sus insólitos parajes y admira su flora y su fauna. Dos años en Cazorla, hicieron enamorarme de ella; veinte años en Pozo Alcón, me han hecho vivirla en plenitud. Curioso: dos pueblos unidos o separados por la sierra, no lo sé. Lo cierto es que ella es mi pasión. En la sierra he tenido vivencias muy gratificantes, he descubierto rincones insospechados, me he fatigado por llegar a metas imposibles, me han sorprendido tormentas atronadoras, he pasado noches cobijado entre las rocas, he superado miedos insufribles y he disfrutado la libertad que únicamente la soledad te puede dar, sin más límites que el cielo, el Sol y la Luna.
Por este tiempo, en período seco de verano, es la época de la recogida de ese liquen parásito de los pinos, la Usnea Barbata o Barba de Capuchino, al que los serranos, que son sabios poniendo nombres, le llaman “La Pelusa”. Varias cuadrillas, a cargo de José Novaliche, pasaban la temporada en la sierra, afanadas ardorosamente en ese cometido. Llevaban sus víveres, sus útiles y sus animales de carga. Establecían el centro de operaciones en algunas de esas encantadoras casas forestales situadas en parajes idílicos, como la Cañada de las Fuentes ‑en el nacimiento del Guadalquivir‑, Nava del Espino, Fuente Acero, Fuente Segura… En más de una ocasión, las he acompañado en misión de reportero. De día, he seguido sus sendas; y, a la noche, en torno a unas brasas, he participado en sus tertulias a la luz de un candil.
Vivencias, junto a otras, que bien iba buscando o me salían al paso y que he ido acumulando documentalmente. Aunque tenía como más importante la necesidad de guardarlas en ese archivo personal blindado, que traspasa la mochila y que llevamos en lo más profundo del conocimiento para disponer de él en un futuro, que veía todavía lejano.
Ha sido una etapa de mi vida que reniego a contemplarla en pasado. Pero inexorablemente el tiempo pasa y pesan los años. Las precauciones ante un accidente en solitario se extreman; la meteorología adversa aparece ya como una barrera casi insalvable; dormir a la intemperie, teniendo por cabecera una piedra, te parece una locura… Las circunstancias son otras; y, sobre todo, pesa el condicionante de que la familia… es la familia.