Diario de un aficionado cinéfilo, 14

En esta tranquila noche la película estadounidense Historias de Filadelfia, de George Cukor (1940), ha divertido y moralizado al creciente público asistente (mayoritariamente femenino), pues al igual que ellas salvaron (en su momento) la semana santa ubetense con el aporte de savia nueva a las cofradías y procesiones, lo mismo está ocurriendo ahora con la asistencia a las películas programadas por el Cineclub El Ambigú, en el Hospital de Santiago: las féminas, cada jueves, van en aumento, confirmando que merece la pena mantener esta gratuita y gratificante actividad cultural…

Durante ciento doce minutos, disfrutamos su entretenida trama y sus chispeantes y agudos diálogos, rememorando que, en las comedias de los años 40 y 50 (la época dorada de Hollywood), todo se trabajaba en beneficio de la historia. En este caso, nos cuenta cómo una quisquillosa y atractiva heredera (Tracy Lord), interpretada por una Katharine Hepburn, plena de poderío físico e interpretativo, está en dura lucha con Cary Grant (C. K. Dexter Haven, su primer marido; es sorprendente que este gran actor no haya ganado ningún Oscar en toda su carrera…) y otros personajes: su segundo pretendiente, el rico George Kittredge (John Howard); una pareja de periodistas enviados por la revista Spy, Macauley Connor (James Stewart) y Elizabeth Imbrie (Ruth Hussey); el padre de la principal protagonista e incluso su hermana pequeña (que proporciona un contrapunto gracioso); y cuyo final es relativamente sorprendente y sumamente gracioso… Sus premios son un buen aval: dos Oscars (mejor actor, para James Stewart; y guión adaptado); y el de mejor actriz para Katharine Hepburn, según el Círculo de críticos de Nueva York…

La historia es bien sencilla: Tracy Lord es una guapa y engreída mujer de la alta sociedad norteamericana que se cree poseedora de la verdad, de la belleza y de que todo sabe hacerlo bien…; por lo que quiere casarse, por segunda vez, con el hombre perfecto, dándose cuenta, a lo largo de la película, de sus limitaciones como ser humano, haciéndole recapacitar y bajar del pedestal en el que se encuentra; y que precisamente por eso no ha sabido conjugar y cuadrar su vida con el amor que realmente necesita para ser feliz. Todo ello gracias a las personas más próximas que le advierten de su equivocado comportamiento: su padre, por portarse como una reina tratando de someter todo a su dictado; su nuevo pretendiente, que le expresa su admiración, repitiendo que parece una diosa, una imagen a la que hay que adorar; su ex marido que le echará en cara el que siempre fue una mujer intransigente con el comportamiento de una diosa, razón por la que el matrimonio no funcionó; y que sólo el periodista (James Stewart) le hablará de amor (la escena de la noche de borrachera entre Katharine Hepburn y James Stewart es una de las que quedará indeleble para la memoria del séptimo arte); e incluso su propia hermana pequeña… La película trata, principalmente, sobre la imagen que transmitimos hacia el exterior, especialmente cuando somos tiránicamente exigentes con nosotros mismos. Esa es, sin duda, la gran lección que le dan a Tracy su ex marido, su padre y su prometido actual.

El plato fuerte de la cinta es su magnífico guión, junto a las interpretaciones y perfecta dirección de actores de Cukor, al que la genialidad del equipo le permitió rodar la película en ocho semanas, sin necesidad de repetir tomas. Es una historia romántica que nos enseña que hasta los más pudientes económicamente y que aparecen como fríos manipuladores de sentimientos, también son vulnerables en la fragilidad propia de la condición humana, de la cual ninguna persona puede escaparse. Aparentemente, es una sencilla película, pero nos proporciona un genial análisis de la personalidad de esta mujer que decide casarse. Con esta comedia romántica, vemos cómo el cine evoluciona para amoldarse a los gustos de la sociedad…

Cukor trabajó con Katharine Hepburn en diez películas. Eran amigos. Esta película está claro que se hizo sobre un guión para teatro; fue por iniciativa de la propia Hepburn que se llevó al cine. Siendo malpensado, se podría querer ver el machismo denigrante encubierto: que las mujeres tienen que tragar y someterse, porque eso es lo decente y lo que está bien visto; y ser comprensivas perdonando las debilidades de sus hombres (aunque sean unos alcohólicos y les pongan los cuernos…).

En Historias de Filadelfia hay diferentes parejas (de ahí su título) que, como piezas de un puzle, van tratando de coger su sitio adecuado a lo largo de la historia, hasta que todo queda en su lugar apropiado, como le gusta a la mayoría del personal cinéfilo: que el verdadero amor siempre triunfe y tenga un desenlace feliz; e irse a casa con ese regusto, paladeándolo en la cena y durante los ensueños nocturnos; que buena falta nos hace a todos…

Con esta película (como en otras), además de pasar un rato agradable y reírnos todos de los golpes de humor que muestra, llega a comprenderse que la actitud engreída y chulesca de la protagonista no conduzca más que a su propia desgracia; e incluso a la de los que le rodean a diario… ¡Ah!, si los humanos aprendiéramos en cabeza ajena, cuánta sabiduría obtendríamos… Pero, en fin, cintas de este calibre, al menos por los ejemplos que muestran, son buenos modelos que nos sugieren certeras pinceladas de cómo conseguir la propia felicidad…

Finalmente, la sincera ovación que se produjo al término del filme, como viene ocurriendo habitualmente, sirvió de expresivo agradecimiento a esta maravillosa e inmortal comedia, protagonizada por tres de las más gloriosas leyendas del cine americano, en un filme lleno de encanto, sonrisas e inteligencia…

A la salida, nos encontramos con los asistentes a la conferencia Belleza y Rebelión: Camus como educador, impartida por el escritor Ricardo Menéndez Salmón; y poco personal en la calle, pues, aunque se vislumbraba el viernes, todavía la gente andaba pensando en ese último día de la semana laboral para tomar calles y garitos en cordial armonía…

Úbeda, 14 de noviembre de 2013.

 

fsresa@gmail.com

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