Ha muerto Francisco Cuadros Rubio, que me precedía por orden alfabético en la promoción del 63.
Quizás no fuera mi mejor amigo, pero mantuve con él la misma relación fraternal que con el resto de mis hermanos-compañeros de curso.
Seguí sus vicisitudes como alcalde de Villanueva del Arzobispo y la enfermedad subsiguiente, que le lastró como persona. Estaba relativamente informado por medio de un paisano suyo que regenta un bar-restaurante en la playa donde paso los veranos.
Varios recuerdos se agolpan ahora en mi memoria. Su velocidad para dirigir el rosario de la tarde en una capillita cuya ubicación no podría precisar en este momento. Era un reto superar la marca de otros, de todos, que estábamos cansados de tanto rezo.
Podría decirse que intentaba buscarse la vida al frente de un mercadillo instalado en su pequeña habitación de la Primera División. Tabaco, vino… cualquier cosa de las escasas que necesitáramos formaba parte de su oferta comercial con la que se ganaba unas cuantas pesetillas de subsistencia.
Le recuerdo, dicharachero, en la celebración del vigésimo sexto aniversario de nuestra promoción, allá por el 1989. Y conocí a su esposa, simpática y agradable, con quien tuve el placer de acompañar en el baile que se formó en una discoteca de enfrente del colegio. Y también a una de sus hijas (no recuerdo cuántas tenía), bella y simpática como su madre. Descubrí a un Cuadros lleno de vida y dominador en la conversación y en el ambiente.
Se dedicó a la política formando pareja con Diego Martínez Bustos en el Ayuntamiento de Villanueva, y no sé si fue la política la que le pasó factura.
Le llamábamos máestro porque él lo repetía con un acento especial en la á. Él estaba muy orgulloso, como todos nosotros, en llegar a ser maestro porque esa meta suponía superar el humilde nivel social del que procedía, como la mayoría de nosotros.
Jugaba al fútbol de defensa izquierdo, cuando todos éramos futbolistas por decreto, y se lo tomaba muy en serio y, aunque no destacaba, le ponía entrega y unos enormes deseos de hacerlo bien.
Con sus virtudes y sus defectos era, por encima de todo, junto al resto de mis compañeros, un hermano del alma, como diría Miguel Hernández. Y siento mucho que se haya ido para siempre. Así se lo transmito, en esta crónica de urgencia, a su familia y a todos sus amigos y compañeros, muchos de los cuales son también míos. Con todo el cariño del mundo, queda en paz, compañero.
Cartagena, 4 de febrero de 2014.