De aquello que nos rodea y es verdaderamente valioso, la naturaleza nos da mucho y gratis. Adquirir la capacidad de descubrirlo y disfrutarlo es una manifestación de sabiduría.
Lo que la civilización actual nos enseña para alcanzar la felicidad es que a ella se llega con la posesión de mercancías, a estas por el éxito, que se alcanza con la eficacia, para lo cual es necesario adquirir capacidades… para las matemáticas, el arte, la ingeniería, las ideas, el deporte. Y en ese afán por ser muy capaz se pierde de vista lo que nos rodea, y no oímos al pájaro que canta cerca de nosotros, ni nos damos cuenta de las florecillas que pisamos, ni sentimos el silencio envolvente del crepúsculo, y uno recuerda aquella parábola bíblica de alguien que, confundido por sus instintos, cambió una enorme herencia por un insignificante plato de lentejas.
Si los maestros enseñaran en sus escuelas a admirar una puesta de sol, a sentir el pálpito de un pajarillo dentro del hueco de nuestra mano, a embriagarse con la fragancia que surge a la orilla de un arroyo… Si desde niños aprendiéramos a disfrutar lo que la naturaleza nos regala a cada instante, es probable que descubriéramos que somos inmensamente ricos, y que es casi nada lo que no tenemos y obstinadamente queremos poseer.
El atardecer en las dehesas extremeñas del valle de Carrión es un espectáculo grandioso y gratuito que produce una profunda paz en todo aquel que, simplemente, es capaz de detenerse y mirar.
Figura y texto originales de José del Moral de la Vega.