Esto era una vez…
Un niño muy inteligente cuyo comportamiento no era todo lo bueno que se podía esperar…; aunque poseía buenas prendas personales: era valiente, dadivoso, compasivo, imaginativo…; pero, demasiadas veces, todo lo echaba a perder por su mala actuación…
Por eso, durante tantos y tantos días traía estampas, juguetes o cosas innecesarias al cole ‑como tantas veces le repetía su maestro‑; en lugar de preocuparse por ser el primero de la clase ‑pues talento tenía para ello‑, y aprender lo que allí se le enseñaba…
Hasta que un día, por fin, maduró… Entonces no hubo quien le ganase en cualquier materia escolar o extraescolar (practicaba el teatro con sumo gusto y maestría), pues sabía de todo, ya que leía y le interesaba toda materia que viniese reflejada (principalmente) en las nuevas tecnologías… Aunque tenía un defectillo: le gustaban demasiado las historias sangrientas y monstruosas, ¡no lo podía remediar!; no sabía muy bien si debido a alguna influencia familiar cercana…
Y antes de que se diera cuenta, llegó a ser mayor, siendo la admiración de propios y extraños; pues al tener una preclara mente matemático‑científica, se dedicó a la ingeniería robótica, traspasando su fama nuestras fronteras nacionales; por lo que fue requerido por China (por entonces, la primera potencia mundial), a donde fue ‑sin miedo…‑ a mostrar sus inventos más perspicaces…