La Sagrada Familia, exégesis de Gaudí para el hombre del siglo XXI

Por fuera, este templo es una perfecta catequesis mediante esculturas de personas, plantas, animales y símbolos encastrados en una inmensa espiral ascendente donde el espectador, al contemplarlos, va elevando poco a poco su mirada hasta acabar con la vista dirigida al cielo, lugar de donde viene la luz, verdadero interés de esta obra, en la cual, la arquitectura no es más que un instrumento de la mística: la piedra y la luz tienen una misma esencia porque ambas surgen de un mismo punto.

Por dentro, esta iglesia es más que un templo. Aquí, Gaudí ha sido capaz de encerrar la luz y jugar con ella y, como si de una niña se tratara, la engaña y la pone detrás de una columna, la sube a lo alto, la baja, la comprime, la extiende. En este lugar la luz se toca, se escucha, te envuelve, te penetra y, con ella dentro, subes y bajas hasta quedar como ingrávido y enceguecido, en una calma en la que, sin saber muy bien por qué, te sientes feliz.

«Yo soy la luz del mundo», dice Jesús ‑Juan, 8‑, y Gaudí, cristiano profundo, nos explica ese texto en clave física, exégesis evangélica hecha por un arquitecto genial.

Este templo es la propuesta religiosa de un arquitecto laico para que cualquier hombre, creyente o agnóstico, pueda alcanzar la espiritualidad ‑¿podría ser este templo un ejemplo de cómo debería ser la doctrina cristiana para el siglo XXI?‑.

 

Contemplar el exterior de la Sagrada Familia es como leer el Evangelio, pero en relieve.

 

En el interior de la Sagrada Familia, la luz aparece con tanta consistencia como la piedra y ambas crean un espacio que sorprende y emociona.

Texto y figuras originales de José del Moral de la Vega.

 

delmoraldelavega@yahoo.es

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