De favores (o no)

Una cosa mala que nos puede suceder es que se te pida un favor y por el hecho de pedírtelo te conviertas en un obligado a hacerlo.

Afortunadamente, no toda la gente que hace favores, o que los recibe, termina en considerar el asunto como se ha escrito; mas pasar, pasa y más a menudo de lo que se piensa.

Existen quienes hacen algún favor esperando ser recompensados o de inmediato o en el momento que se considere oportuno por el desprendido favorecedor; o sea, que en realidad hacen el favor como si estuviesen invirtiendo, para ganar rédito a corto o largo plazo. No hay nada de desinterés al hacerlo: muy al contrario. Es ejemplo muy gráfico la película de “El Padrino” a este respecto: hace el favor pedido, suplicado, y en apariencia no exige nada, mas de las partes es sabido que ello conlleva una posterior e indefinida obligación de pago.

Sí, algunos de los que hacen favores también son bastante inoportunos, que a la menor ocasión te lo están recordando, restregando, echándotelo en cara; lo cual es harto molesto para el favorecido, llevándolo a renegar del haberlo pedido. Lo del mafioso es mucho más sutil.

Pero volvemos al primer modelo.

Sí, ese que te ata al favorecido. Ese que crea un vínculo de servicio necesario, ineludible, entre el que da y el que recibe, tal que el dadivoso se convierte en sujeto atado a los deseos del ayudado. Y suele esgrimirse aquello de…

·         Sí, si a ti no te cuesta nada…

·         Si lo has hecho porque has querido, nadie te obligó.

·         Ya lo hiciste una vez, no digas ahora que no puedes, es que no quieres…

Tales razonamientos son abrumadores y crean en el sujeto un sentimiento de culpabilidad, entrando en las siguientes autoacusaciones:

·         Claro, es que soy muy cómodo.

·         Si no me cuesta trabajo, en verdad.

·         A ver si por no hacerlo se me va a enfadar y nos pelearemos.

Cae pues en la miseria de su culpa y promete enmendar el daño causado accediendo a la petición y lo más prontamente posible.

Ahí se invierte la carga de la prueba, se cambian las tornas, tal que el que hace el favor se siente impelido, obligado a hacerlo y se pasa de acto voluntario a acto obligatorio. El que pide se transforma en exigente patrón al que se debe satisfacción en su demanda. Quien hace el favor queda encerrado en la cárcel del favorecido, desapareciendo el criterio de voluntaria libertad.

Hay quienes parecen bruscos a fuer de ser francos, maleducados, insolidarios, desagradables, porque se niegan tajantemente a hacer cualquier favor, y lo dicen. Que no, que no hacen nada y punto. Pueden parecernos los más odiosos pero yo los prefiero a los más correctos…

Porque existe quien no se niega, nunca se niega a nada, sea lo que sea lo que se le pida. Te dice que sí, que no te preocupes, que te lo va a hacer, a solucionar… Mas en su interior ellos saben que no lo harán, que no tienen intencionalidad alguna en satisfacer tu petición. Pero no te lo dirán, al contrario, pues su intención es quedar siempre bien con todos… Verás pasar días, años y de lo dicho no habrá nada.

Si al anterior le pides explicaciones, pues crees que te las debe, te saldrá con una y mil excusas a veces inverosímiles. Y reiterará o su inocencia en la marcha del negocio o su irrevocable intención de llevarlo a término. Palabrería.

Los hay muy prudentes que en cuanto les pides un favor te indican:

·         Según lo que sea…

Los favores son eso, favores. Acciones que se piden y se conceden en orden al libre albedrío y a la voluntariedad del concedente. Y, en principio, se suponen sin contrapartidas del peticionario. Otra cosa es que entre las partes se decidan. Pero, entonces, el favor pasa a ser mero contrato. Las partes contratantes establecen unas condiciones recíprocas que se han de asumir y respetar; que obligan. Eso no es, pues, ningún favor.

Cuando, de aceptar hacer el favor, se deriva un compromiso exigible o ineludible, creo que se está en el área de lo contractual. Como todo contrato, entonces debe contener en sus términos el servicio que se va a prestar, bajo qué condiciones y a cambio de qué contraprestaciones. Y, si ello no es así, estamos frente al abuso.

La promesa es otra cosa, como el juramento. Es poner por delante al dios o al propio honor como aval y garantía de lo que se va a proponer, sin que se falle. La promesa o el juramento se pueden emitir motu proprio o por ciertas convenciones sociales o jurídicas ineludibles. Son, esencialmente, garantías personales.

Siempre se ha tenido a menos a las personas que juran o prometen con demasiada frecuencia y facilidad. Se entiende que están acostumbradas a faltar a su palabra.

Hasta en política ha surgido ahora la palabra compromiso (compromís, en catalán). Es un contrato realmente teñido de absoluto voluntarismo de quien lo emite, pero que luego le obliga. Y lleva el enlace con los demás, que también se comprometen; ese es el sentido de los compromisos de los enamorados, que se prometen entre sí y hasta lo materializan con los anillos. Su prueba.

Si, al acceder a un favor, se entiende que se adquiere un compromiso, queda invalidado como favor, pasando a obligación. Si el que pide no se siente obligado, tampoco lo puede ser el que accede. No siendo así, se provocan los mayores malentendidos y, en general, cuando se producen, la ruptura en las relaciones.

 

marianovalcarcel51@gmail.com

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

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