Los niños ingenieros

Los pueblos del mundo rural son un volcán de creatividad. Rebuscar en los hechos aparentemente rutinarios de su vida es como entrar en una cueva de tesoros. Este juego de los niños de Villanueva de la Reina (Andalucía), a mediados del siglo pasado, es una muestra de ello.

 

En el pueblo, cambiaban muchas cosas por el tiempo en que se empezaba a segar el trigo: el cine de verano iniciaba sus funciones; Cavila y el Carchelejeño sacaban a la plaza sus puestos de helado («¡Al rico helado mantecado! ¡Corte de fresa, nata y chocolate…!»); Benito, con su carrillo de mano, vendía polos por las calles todas las siestas; y, los domingos por la noche, la banda de música daba conciertos delante de la iglesia. Para los chiquillos, lo más importante era que teníamos vacaciones hasta septiembre; y, sin las ataduras de la escuela, andábamos todo el tiempo holgazaneando por las plazas o sus alrededores.

En las lindes de las eras, donde se barcinaban las habas, se aventaba el trigo y se trillaban los garbanzos, cuando casi todo en el campo se había secado, aparecían unos cardos con flores de color purpúrea sobre las cuales se posaban unos abejorros grandes y con cuatro manchas amarillas muy vistosas. Aquellos insectos, por su tamaño y color, eran muy atractivos para ser capturados por los niños, operación que hacíamos mediante un pañuelo, cuando alguno de ellos se posaba sobre un cardo cercano a nosotros. Había que tener mucho cuidado con aquella caza, porque el abejorro posee un aguijón que, si te lo clavaba, sentías más dolor que el que provocan las avispas.

Una vez el insecto en nuestro poder, en el estrechamiento que posee entre el tórax y el abdomen atábamos un hilo largo, a cuyo extremo habíamos pegado un pequeño papelito. Cuando teníamos la certeza de que el hilo estaba bien atado, lo soltábamos, y el potente abejorro levantaba el vuelo arrastrando el hilo con el papel. A partir de entonces, la imaginación creaba mil y una fantasías y sentías vivamente estar dirigiendo un avión de verdad:

—¡Mira el mío cómo se eleva! —gritabas—.

—¡Este es más rápido! —replicaba tu amigo—.

—¡Yo tengo ya tres! —contestaba otro—.

Es posible que, en una fábrica de aviones, no hubiera tanta tensión como la que se generaba entre aquellos niños, con sus abejorros.

Al poco tiempo, los insectos, fatigados, caían al suelo; momento en que aprovechábamos para guardarlos dentro de una caja de cerillas, teniendo buen cuidado de quedar a salvo de su terrible aguijón.

Alrededor de estos artrópodos (Megascolia maculata flavifrons, Fabricius) existe una extraordinaria complejidad biológica: el cardo sobre el que suelen posarse los abejorros para alimentarse de polen tiene unas extraordinarias cualidades medicinales y está considerado el mejor protector del hígado, siendo muy útil contra muchas intoxicaciones, incluidas las de alcohol y drogas, cualidades que son atribuidas a un privilegio de la Virgen María a partir de un día en que daba de mamar a Jesús y cayó sobre la planta una gota de leche. Esa es la razón de que las hojas de esta planta posean manchas blancas y que popularmente sea conocido como “Cardo mariano” (Silybum marianum, L). El abejorro (M. maculata flavifrons) que se alimenta de su polen está considerado el mayor de los himenópteros de la península ibérica y tiene entre sus funciones la de parasitar las larvas de algunos coleópteros, como las de “Gallinica ciega” (Melolontha melolonta, L) ‑muy abundantes en los estercoleros cercanos a las eras que había en mi pueblo‑; para ello, clava el aguijón en la larva, a fin de inmovilizarla, y deposita un huevo en su interior, del cual eclosionará una larva de abejorro que se alimentará del cuerpo de la Gallinica. Pero, como estos abejorros son grandes y vistosos, constituyen unas presas muy apetitosas para los abejarucos (Merops apiaster, L), unos pájaros de colores vivísimos que se alimentan de himenópteros ‑en mi pueblo son muy frecuentes sus nidos, que fabrican en las terrazas sobre el Guadalquivir‑.

 

Cardo.

Este es un proceso complicado e interesante del cual la biología nos informa sobre su desarrollo, aunque nada nos dice sobre su intencionalidad. Ahora, al recordar aquellos años en que los niños jugábamos con los abejorros, no puedo dejar de preguntarme: ¿Y si el sentido de tanta complejidad fuera conseguir la felicidad de unos niños fantaseando ser ingenieros?

 

Abejorro.

El himenóptero Megascolia bidens, caracterizado por sus manchas amarillas, está considerado el mayor himenóptero de la península ibérica. (Foto bajada de internet).

albayanaeditorial@yahoo.es

delmoraldelavega@yahoo.es

Deja una respuesta