EN LA JUBILACIÓN DE JUAN RAMÓN, MARTÍN Y ROSA MARI…
Queridos compañeros:
Como todos los años, llega el momento de despedir a los que pasan a mejor vida (dicho sea en el mejor sentido de la palabra); porque van a disfrutar de actividades a las que no se podrían dedicar plenamente estando en activo.
Me vais a permitir que me dirija a ellos, aunque ya sabéis que lo mío no es hablar en público, pues me pongo nerviosa y el corazón ‑ahora mismo‑ me va a cien; pero no os asustéis, que vengo de pastillas hasta las cejas y no me pasará nada.
Empezaré por orden de edad.
Margarita Latorre García.
Juan Ramón: Yo lo conocía de vista como un joven alto y atlético; recuerdo coincidir con él en la consulta de Pulpillo con nuestros respectivos hijos. Algunos años después nos encontramos en el Barrio de La Guita; ya no era tan joven, ni tan atlético. Además, fumaba mucho, tomaba café y daba Educación Física. Me acuerdo que un año di la Religión en su curso y otro la Plástica.
Después, el corazón le dio un aviso gordo y tuvo que dejar café, tabaco y Educación Física. Por último, ha sido Jefe de Estudios con tutoría en los cursos altos. Tiene carácter para gobernar a los alumnos mayores y, a veces, un genio un poco singular; que comprendo, por las muchas responsabilidades que ha llevado sobre sus hombros. Por eso, para que no te enfades te canto tu canción preferida (con música de ese mismo villancico navideño):
Ande, ande, ande…
La Marimorena.
Ande, ande, ande…
te vas de la escuela.
En el Portal de Belén
ha entrado Juan Ramón
y le ha dicho San José:
«Ya te sabes la lección».
Ande, ande, ande
La Marimorena.
Ande, ande, ande
te vas de la escuela.
Ahora le toca a Martín. Martín ha sido durante mucho tiempo nuestro eficiente Secretario: encargado de las cuentas, del material, de hacer las actas de Claustros y Consejos Escolares, de sus clases de inglés y supongo que de un montón de cosas que desconozco. Recuerdo con añoranza, nuestros viajes de ida y vuelta a Torreperogil en el Seat 127 amarillo, con Paqui Cobo y Carmen Tuñón (ambas ya jubiladas), que siempre llevaba muy limpio, con un casete que tapaba con mucho cuidado y mimo con una bayeta amarilla. Con él nos amenizaba los viajes, casi siempre con música clásica (El Mesías, Música acuática, Las cuatro estaciones, etc.). Otras veces eran canciones de M.ª del Mar Bonet, Los Beatles, u otro artista de la época.
Al casarme, nos separamos. Cuando pasó el tiempo, nos volvimos a encontrar en nuestro “cole”. Nos hemos prestado mucha música clásica, hemos compartido chistes, momentos tristes y alegres, como la despedida que te hicieron mis alumnos de 4.º B cantándote “Cumpleaños feliz”, en inglés.
Para ti también tengo despedida musical, pero más clásica que el “Ande, ande, ande”. ¿A ver si te suena? (Con música del Cherubino de Mozart ‑de las Bodas de Fígaro‑).
Te has jubilado, ¡qué contento estarás!
Todos los días, tranquilo dormirás.
La programación nadie te pedirá.
Ya te jubilas, ¡qué bien lo pasarás!
Actas y cuentas quedaron atrás.
También yo quisiera poderme jubilar.
Pero como no es posible,
me tengo que aguantar…
Y ahora le toca el turno a la más joven: Rosa Mari.
Rosa Mari, es amiga de todos; pero ha sido, es y siempre será, mi amiga íntima. Nos conocimos en el instituto San Juan de la Cruz, en quinto curso de Bachillerato, ella venía de las Carmelitas con su inseparable “compa Rosarito”. Como he dicho, ambas estudiábamos quinto y éramos de las poquitas (12 o 13) que nos decidimos por Ciencias. Recuerdo el primer día que fui a su casa, creo que para enseñarle a hacer unas flores de papel pinocho; yo iba un poco asustada, sobre todo por eso de que un guardia civil me parase y me preguntara adónde iba. «A casa del Capitán Llinares», tuve que contestarle, toda nerviosa.
Me dejó pasar y subí a un piso de techos muy altos donde me recibió y presentó a sus padres: Agustín y Rosita, que me recibieron cariñosamente. Hicimos las flores y merendamos un pan con chocolate riquísimo; aquí, podemos decir, empezó nuestra amistad. Comenzamos a salir las tres juntas y alguna más, que luego se agregó.
Al año siguiente, pasamos a sexto y después a la Safa para hacer Magisterio. Aquí las cosas eran de otra manera, pues aunque en los dos cursos anteriores estábamos con niños, aquí esos niños ya eran algunos, hombres, y otros casi hombres. ¡La de confidencias que nos hicimos! ¡La de fatigas que pasábamos para ver a éste o a aquél! ¡La de ratos entre clase y clase que estuvimos asomadas a las ventanas para ver a…! No te asustes, no voy a decir nombres, sólo recordarte el viaje a Cástulo, pero porque es cosa mía y todas estabais pendientes de mí.
Después con la reválida, prácticas, oposiciones y mi boda, nos separamos un tanto, porque tú estuviste en Peal de Becerro y yo tenía otras obligaciones; pero seguimos manteniendo la amistad. En Torreperogil coincidimos, pero el encuentro definitivo ha sido aquí, en nuestro “cole”. Alguna vez hemos estado en el mismo ciclo, pero creo que nunca de paralelas. Recuerdo con especial cariño el curso que estuvimos, en San Miguel, sólo cuatro maestras: Juani, Dulce, tú y yo. Para mí fue estupendo, a pesar de los perdigonazos que nos tiró el nene de enfrente, pues evocamos multitud de anécdotas que nos ocurrieron en nuestra ‑un tanto ya lejana‑ adolescencia.
Desde mediados de febrero disfrutas, por fin, de tu merecido descanso para hacer lo que quieras: levantarte tarde, leer, viajar, pasear, etc. A mí me gustaría poder acompañarte pronto en esas “difíciles” tareas.
Para ti también tengo música; se trata de una canción con la que una vez estuviste dando la lata una buena temporada, aunque yo la he cambiado un poco. A ver si te gusta. (Con música de la canción “He prometido…”).
He prometido, que no te he de olvidar.
En cuanto pueda, yo te he de alcanzar.
He prometido, que no te he de olvidar.
Con ansia espero, llegarme a jubilar.
¡Qué feliz estarás a todas horas!
¡Qué bien te encontrarás sin madrugar!
Yo también quiero hacer lo que tú haces
y tener tiempo libre a mogollón.
He prometido que no te he de olvidar,
en cuanto pueda, yo te he de alcanzar.
He prometido, que no te he de olvidar.
Con ansia espero, llegarme a jubilar.
He prometido…
Y nada más.
Espero que los tres disfrutéis de muchos años de jubilosa jubilación; y que a mí me dejen unirme ‑pronto‑ a vuestro clan…
Con mucho cariño, vuestra compañera Margarita.