Mirando hacia Montserrat,
el tiempo se ha detenido
y del pino envejecido,
nació un esbelto arbolillo
que deslumbra en su brillar.
¡Oh, bella tierra d’Anoia!,
entre cárcavas del río,
dormida estás, silenciosa,
cuando yo, absorto te miro.
Tierra parda, entre alcores
y bellísimos pinares,
verdes prados y flores,
rebaños junto a sus lares.
La tarde está adormecida,
descansando sobre el valle.
Por el cielo diamantino,
ruiseñores por el aire,
alzan el vuelo y cantan
al silencio de la tarde…
El campo, en el río, abreva;
el agua canta y corre,
y jilgueros, gorrioncillos,
la calma y silencio rompen.
La calma de tierra buena,
que en la mañana esconde.
¡Hermosa tierra de Anoia,
regalo a quien la recorre!
Al fondo, montes de malva;
vienen cargadas las nubes
de lluvia de agua limpia,
con gotas de agua clara.
Yo pienso, medito y veo
en esta tarde de calma,
estos bellos pueblecillos
entre el valle y la montaña.
Mirando hacia Montserrat,
bajo nubes de bonanza,
mi alma queda prendada
al mirar las nubes albas.
La tierra del río Anoia,
bella tierra de labranza…