¿Cómo abordar al otro en una negociación y en cualquier otra situación de interacción humana?
Constantemente abordamos a otra persona o somos abordados por otros para intercambiar cosas importantes o menos importantes, para hacernos aceptar y ganar su simpatía, para socializar, para vender o comprar algo valioso u ordinario, y para tantas otras cosas grandes o pequeñas.
De esos primeros movimientos que emprendamos puede depender el éxito del intercambio futuro. Pero es tal la diversidad de situaciones que resulta difícil dar una receta universal útil que asegure el éxito de ese primer momento de aproximación.
Existen, sin embargo, actitudes iniciales que garantizan la aceptación en una alta proporción de casos.
La última soledad ontológica
Si hemos asistido de cerca a las últimas horas de una persona muy querida, habremos comprendido qué vano es pretender acompañar la terrible soledad existencial en la que el ser querido atraviesa el túnel de la muerte.
No hay que engañarse. Estamos condenados a vivir interior y últimamente solos. Es la condición humana de «seres arrojados al mundo» que decía Heidegger.
Dos personas que entran en interacción son como dos islotes en el mar o dos colinas separadas una frente a otra.
Recordando el famoso dicho de Hobbes, homo homini lupus (‘el hombre es un lobo para el hombre’), y rebajándolo para ser realista, afirmo que, en última instancia, las cosas del otro (¿desconocido?) nos importan poco o nada. Por mucho que recubramos estas realidades con nuestras amables máscaras para vivir la comedia del mundo. Y por mucho que queramos ocultar y ocultarnos este triste y feo egocentrismo. El amor totalmente altruista es una utopía inalcanzable en su plenitud.
La No man’s land (‘tierra de nadie’) entre las personas
En el contexto de los intercambios cotidianos, para ir hacia el otro, sobre todo si es desconocido, alguno de los dos hemos de romper el hielo de la indiferencia mutua. O siguiendo con nuestra metáfora, tender puentes para atravesar el foso que nos separa.
Es muy importante reconocer teórica y prácticamente la existencia de esa «tierra de nadie» entre las personas, porque ese espacio vacío juega un papel fundamental en las transacciones entre personas. Es necesario reconocer su papel de amortiguador. Las cortesías cotidianas, los rituales sociales, las bromas sin mala intención, el hablar del tiempo, de la familia o de los hechos marcantes del día… sitúan la interacción en un espacio neutro: los intercambios nos permiten vivir sin entrar a fondo en diferencias o conflictos potenciales.
En ese espacio, se juega el gran teatro del mundo sin peligros ni compromisos. Un lugar poblado en el que entran en acción actores no reales sino fantasmagóricas imágenes más o menos falsas de sí mismo y de los otros. Todos jugamos nuestro papel casi instintivamente, ya que entrar a fondo en el territorio del otro, apoyándonos en nuestras verdaderas percepciones, ideas, intenciones, intereses… es peligroso y potencialmente conflictivo. Quedándonos en la periferia se convive mejor, aunque no se vaya a fondo.
RECOMENDACIONES
1. Situarse a buena distancia uno del otro.
Antes de verdaderamente entrar en posibles discrepancias y diferencias, es bueno que exista ese espacio neutro que amortigüe choques y proteja la intimidad de cada uno.
Se cometen muchos errores por no saberse situar a la buena distancia del otro, en amor, en amistad o en simple relaciones de servicio, de autoridad, etc. Pero hay que especificar más las distancias convenientes, teniendo en cuenta los momentos y, por supuesto, las personas y el tipo de relación.
Una proximidad excesiva puede ser peligrosa en la amistad, como en el amor. Mientras que, observando la distancia correcta, la relación se hace durable.
2. La bondad evangélica como útil estrategia.
¿Y si empezásemos presuponiendo que el otro está lleno de buenas intenciones, que es honrado, que busca la verdad y la justicia? La mejor manera de hacérselo ver, y de hacérselo creer es mediante actitudes empáticas a través de la comunicación no verbal, es decir, con gestos, tono de voz, etc. A condición de que seamos profundamente sinceros.
Esa actitud que alguien calificaría de negociación, según el sermón de la montaña, desarma frecuentemente la desconfianza y los prejuicios del otro. No siempre.