¡Ahora que vamos despacio, ahora que vamos despacio, vamos a contar mentiras, tralará…!
Cantamos alegres por el camino dando saltitos de gusto y berreando la cancioncilla a grito pelado. Como pelado está el camino y sus bordes. Pero eso no nos importa, que lo importante es que vamos por ahí, cantando, de excursión.
Y puestos ya a contar mentiras, pues nos lanzamos, que es una forma ingeniosa de matar el tiempo y de enmascarar la pesadez de la ruta. Su fatiga.
¡Vamos a contar mentiras, tralará…! Marchamos por la senda adecuada, y es lo único que se puede hacer y por eso lo vamos a hacer, ¡tralará! Hacemos una reforma laboral para crear empleo, ¡tralará! La reforma de la banca no es una intervención de la Unión Europea y además no nos cuesta ni un euro a los ciudadanos, ¡tralará! La administración pública no funciona y por eso la debemos privatizar, ¡tralará! Tampoco funciona la sanidad pública y la pasamos a manos privadas, ¡tralará! La educación hay que reformarla y empezamos disminuyendo la partida de becas al estudio, ¡tralará! Para mejorar la educación es conveniente meter de nuevo la Religión como asignatura evaluable, ¡tralará! Los gastos en investigación son inasumibles y se adelgazan, ¡tralará! Los pensionistas colapsan el sistema, ¡tralará…!
Que marchamos casi sin darnos cuenta de nuestra marcha, gracias a la cancioncilla de marras, progresando por el camino. Maravilloso. Sigamos cantando pues… Nuestros políticos se parten el pecho por garantizar nuestros intereses, ¡tralará! Creen tanto en la democracia que nos dejan votar cada cuatro años, ¡tralará! Nuestros banqueros son de lo más honrado conocido en el mundo, ¡tralará! Ni políticos ni banqueros saben nada de lo que pasa a su alrededor, ¡tralará! Ellos cobran sus sueldos, bonificaciones, sobresueldos y prejubilaciones, porque tienen muchas responsabilidades, ¡tralará! La dedicación al servicio público exige mucho sacrificio, ¡tralará! Todos lo hacen altruistamente, ¡tralará! No existen cajas B ni pagos bajo cuerda, ¡tralará…!
Continuamos entusiasmados nuestra marcha. ¡Por el mar corren las liebres, por el monte las sardinas, tralará…!
Alguno resopla ya y siente el hormigueo o la escocedura de sus pies, las rozaduras de la zapatilla de deporte, la pesadez de las piernas… El sudor perla las frentes y empapa las camisetas. La mochila hinca sus correas en los hombros, amenazando cercenar los cuellos. Falta el resuello y algunas caras se ven desencajadas. Unos ojos amenazan verter algunas lágrimas. Pero, ¡adelante!, que esto ya es corto… Sigamos cantando para aligerar la marcha.
La justicia es igual para todos, ¡tralará! Los más católicos de todos ellos no se divorcian ni tienen queridas, ¡tralará! Ni a sus hijas las evitan embarazos indeseados, ¡tralará! Se vive mejor con el empleo en precario, ¡tralará! ¡Y mucho mejor sin empleo, tralarí! El consumo no es necesario para la recuperación, ¡tralará! Tampoco son necesarios los créditos, ¡trulurú! Los convenios de los trabajadores son una rémora del pasado, ¡tralará! Y lo del salario mínimo una hecatombe empresarial, ¡troloró! El mercado se regula por sí solo, ¡je, je, je! Las esposas nunca saben de dónde viene el dinero de sus maridos, ¡caraduras! Emigrar es una ventaja, ¡tralará! (y ya no se canta la canción de Juanito Valderrama). Entre todos tenemos la culpa de la crisis, ¡sí, sí, sí! Cuando se liberó el suelo, bajaron los precios de la vivienda, ¡naturaca! Los que firmaron hipotecas sabían que tendrían problemas para pagarlas, ¡treleré! Y los bancos no mentían con las preferentes, ¡no, no, no! Nadie se percató de la burbuja estallante, ¿eh, eh, eh…?
Algunos ya se detienen en el lado del camino. Incluso se sientan. Los menos se derrengan en la cuneta, sin ánimo de continuar. El guía y timonel de la tropa empieza a mirar hacia atrás, incrédulo. Pero no se detiene. En un momento dado, grita: «¡Ánimo que ya se ven brotes verdes en los laterales, en el campo!». Nadie los ve, pero los que le siguen dicen que sí, que más lejos se vislumbra ese tono verde y fresco que los reconfortará, donde podrán detenerse a gusto y, ya pasado lo peor, descansar.
Se va apocando la canción en las secas fauces. Apenas un murmullo cansino y monótono indica que algunos, todavía, la continúan. Como el zumbido del tábano que pasa y molesta, para después perderse, así acaba el cántico. El atardecer se apaga, dejando en el horizonte una franja terriblemente roja, que persiste un buen rato.
Los de cabeza ha tiempo que se esfumaron. El camino queda lleno de rezagados, caídos a su vera, desolados, solos, mientras la noche los rodea hasta hacerlos desaparecer.