¡Qué tal, amigos!
Hoy, me toca a mí (una alumna de cuarto curso), contarles mis impresiones sobre la actividad cultural que nos han regalado cinco cariñosas madres del AMPA de nuestro querido colegio (“Sebastián de Córdoba” de Úbeda, Jaén), para que esta palabra, que hoy se lleva tanto: paridad, con mi crónica se equilibre; pues si, en las actividades realizadas con motivo del Día de Andalucía 2013, un compañero mío ‑muy letrado, por cierto‑ les contó todo lo acontecido; hoy quiero ser yo, con mi particular punto de vista femenino, quien les relate todo lo que hemos hecho, en esta soleada mañana de viernes, cuando bajamos al corazón de la Úbeda monumental para divertirnos y aprender tantas cosas… ¡Ah!, y que bastantes compañeros míos no conocían, con la excusa de que la mayoría vivimos en la zona norte de expansión de nuestra amada ciudad. (La villa arriba, como siempre la ha llamado mi abuelo, que es campesino.)
Primero, hicimos el examen de Conocimiento del Medio, aunque con una salvedad: pudiendo usar el libro para resolverlo… ¡Qué contentos nos pusimos todos cuando, nuestro profesor, nos dio la grata e inesperada sorpresa…! Los gritos de unánime alegría llegaron muy lejos… No sé si alguno de ustedes los oiría; espero que nos comprendieran…
A las diez y cuarto, comenzamos la bajada a la plaza Vázquez de Molina, punto de encuentro y comienzo de la actividad programada, con el fin de conocer nuestra historia a través de sus principales monumentos y leyendas… Bien vigilados, por nuestro maestro y tres desprendidas madres de nuestro curso, llegamos rápidamente a nuestra cita.
La primera mamá nos explicó la historia del edificio donde se encuentra el actual ayuntamiento, mientras permanecíamos plácidamente sentados en la explanada que hay delante de su fachada principal, en la Plaza Vázquez de Molina. Finalizó con la Leyenda de la monja varón, de una forma sencilla que todos comprendimos: las monjas recibieron un niño abandonado a la puerta de este edificio, entonces convento de dominicas, al que fueron criando como si fuese una niña, hasta que se hizo monja y ya, de mayor e inesperadamente, cuando todo el mundo se había olvidado de aquello, se descubrió que era hombre; por lo que lo expulsaron, muriendo por ello de pena y/o hambre…
Con la segunda y simpática guía, nos acercamos a Santa María y a la Puerta de la Consolata, donde nos relató ‑muy didácticamente‑ una historia de Santa María de los Reales Alcázares, sorprendiéndonos de que hubiera diferentes túneles subterráneos que uniesen esta fabulosa plaza; impacto que ocasionará, estoy segura, que esta misma noche más de uno de mis compañeros sueñe con ser un infantil aventurero en su ciudad de nacimiento… Nos dijo que al estar por debajo, toda hueca, forma una cruz de calatrava, con sus túneles; que encendió la imaginación, ya de por sí volátil, de todos mis compañeros; y la mía propia… Aunque, hoy en día, la mayoría de ellos estén cegados, nos hizo pensar que antaño estuvieron abiertos y servirían de oscuro camino para ciertas familias ubetenses…
Y nos regaló La leyenda del duendecillo de la Colegiata de Santa María de los Reales Alcázares. Un ferviente devoto del Nazareno llevó a su hijo pequeño durante todo el recorrido de la procesión, en una fría madrugada del Viernes Santo. De regreso, el niño se perdió entre el bosque de túnicas moradas; siendo encontrado, al fin, debajo del trono de Jesús; como si Él lo hubiese estado cuidando… Desde entonces, el niño prometió acompañar al Nazareno, todos los años, en su procesión. Como a los pocos murió, todos los viernes santos, desde muy temprano, lo acompaña por las calles de Úbeda prendido en su corazón… Mientras, muy de mañana, Jesús Nazareno sale por la Puerta de la Consolata y las notas del Miserere se entremezclan con el primer rayo de sol, que ilumina su cara; en su pecho, reluce este niño: el duendecillo de Santa María…
Para la tercera visita nos desplazamos, caminando alegremente, por la singular plaza, hasta la Redonda de miradores. Nos pusimos cercanos al precipicio, donde una guapa y joven mamá nos esperaba para sugerirnos que observáramos el paisaje de interior que teníamos en el horizonte; y así fue como repasamos este campo semántico, que, no hace tanto tiempo, hemos dado en Conocimiento del Medio: calle, montaña, cordillera, río, pueblos, olivares…; y que tan bien se ve desde esta atalaya magnífica, haciéndonos volar la imaginación por ese mar de olivos que ya elucubraba, cuando era joven, nuestro universal Antonio Muñoz Molina: que detrás de esas montañas había trenes que conducían a ciudades del interior (Granada) y de la costa del mar Mediterráneo (Málaga)…
Admiramos el señorial valle del Guadalquivir; aunque algunos de mis compañeros, los más revoltosos, no atendieron todo lo bien que debían… Nuestra guía nos hizo jugar a ser pequeños constructores, formando círculos humanos concéntricos, para que representásemos –lúdicamente‑ a Andalucía, Jaén y Úbeda; o a Europa, España y Andalucía… También nos señaló las diferentes sierras que hoy, desde aquí, veíamos tan nítidamente, pues la atmósfera estaba limpísima: Sierra Mágina, Cazorla, Segura y Las Villas; incluso adivinamos Sierra Nevada, detrás de las montañas de enfrente, y que está al lado de Granada capital…
Representamos la antigua muralla de Úbeda haciendo un nuevo círculo, subiendo y bajando las manos, como en la canción (La muralla) que cantamos todos los años, en el patio, en el Día de la Paz… Esta lista madre nos dijo que de las treinta y ocho torres que se construyeron sólo queda una original: la Torre Octogonal ‑¡cómo me suena esto a la geometría que acabamos de estudiar…!‑ de la Corredera de San Fernando; y que la construyeron los árabes…
Entonces aprovechó para referirnos La leyenda de los Cerros de Úbeda: Alvar Fáñez (capitán cristiano) se enamoró de una guapísima mora, sin tener en cuenta su religión, mientras mandaba las tropas del rey cristiano Alfonso VIII. Una mañana, éste le dijo a aquél, que preparase el ejército para atacar Úbeda y conquistarla (pues estaba en manos de los árabes). Nuestro héroe se dijo: «¿Qué hago yo…?». Y no lo pensó dos veces: se fue con la muchacha amada en lugar de preparar al ejército cristiano; por lo que el amor venció a la guerra… Al preguntarle su rey, dónde había estado, no tuvo mejor respuesta que decirle: «Por esos Cerros…, Señor», sin querer decirle la verdad. Por eso ha quedado ya, para siempre, la expresión “Irse o estar por los Cerros de Úbeda” como ‘encontrarse despistado, en Babia, en las nubes’…