Cuando en la luz se pierde
la mirada
y el aire se desviste,
y en la alberca verdosa
hunde primero el pie,
luego la espada de su cuerpo
y, al final, su cabellera,
este jardín,
un tanto descuidado,
es la memoria exacta
‑o inexacta‑ de otro jardín
bordado en un mantel
con botellas de vino rojo
y membrillos de octubre.
Si acaso vuela un pájaro,
es un gorrión redondo y pobre,
o quizás es una hoja
‑la primera tal vez‑
que el otoño desprende
de las alas cerradas
de las últimas rosas.