Ciego en la plaza Nejjarina

La luz eterna ‑dice‑,

la luz eterna. El ciego

desde dentro contempla

las lámparas que penden

como ramos de dátiles

encendidos, o lluvia

de centellas. ¡Piedad!

Las oraciones tiñen

de luz o de saliva

sus ojos sin pestañas.

La luz eterna ‑dice‑,

la luz eterna. Pasan

las sombras y muy dentro

del ciego

se encienden los pabilos.

Tiende su mano

y la limosna brilla…

por su ausencia.


juralopez42@msn.com

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