La luz eterna ‑dice‑,
la luz eterna. El ciego
desde dentro contempla
las lámparas que penden
como ramos de dátiles
encendidos, o lluvia
de centellas. ¡Piedad!
Las oraciones tiñen
de luz o de saliva
sus ojos sin pestañas.
La luz eterna ‑dice‑,
la luz eterna. Pasan
las sombras y muy dentro
del ciego
se encienden los pabilos.
Tiende su mano
y la limosna brilla…
por su ausencia.