El regalo

Llovía con hambre aquella tarde de marzo. Comprar regalos me hace llorar. Mientras ella vivía, no tenía que preocuparme por este asunto; pero, desde el año pasado, tengo que pensar en ello y siempre termino triste, consumido por las dudas.

Cuando desaparece la manía de llenarlo todo de casas y las casas de cosas, recuerdos muertos que apenas pinzan el día… entonces, desde el otro lado de la verja, digo quererte vagamente, Carmen, con tinte resignado. Reconozco que las personas sin amor son como las canciones sin sonido, y en eso estoy.

Daniel cumple mañana siete años y no es porque sea mi nieto, pero todavía es un inocente encanto y el chico más despabilado que conozco y conste que han sido muchos los que he conocido en mis cuarenta y pico años de enseñanza.

Intenté siempre no robar la sonrisa a un niño.

Reconozco que en este mundo hay dos planos enfrentados: el pasado frente al futuro; las canicas y las colecciones de cromos frente al libro electrónico y las pizarras digitales; las “Crónicas de un pueblo” y las tiras matamoscas contra “Torrente 5” y el Trendsetter (quien se encarga de fijar y establecer los parámetros de imagen fashion que se utilizarán en las temporadas venideras); los paseos por el campo frente a las vídeo cámaras, GPS y al móvil. Por cierto, Daniel ya maneja el móvil como un experto y envía mensajes de texto con el nuevo lenguaje:

«x D, x D» (¡por Dios, por Dios!).

Estoy ante el cristal del enorme escaparate. Hay toda clase de juguetes: puzles, coches de carreras, balones de fútbol, zapatillas de “marca” y chándal originales, camisetas de la selección española, ordenadores para niños, iPod mini, cámaras fotográficas digitales…

Lucha especial la del E-book revolucionario versus libro artesanal, o sea, el tradicional, el de hojas de papel que te mojas el dedo para pasar la página leída o doblas la esquina superior para indicar el avance de lectura… un libro que hueles, notas el alma y hasta ves al autor, cuando lo escribió en la soledad de su cuarto, al amanecer.

¿Entre qué dos paginas del libro electrónico podrás secar y guardar una flor, Daniel?

Me gustaría que hubiera una tienda donde comprar sonrisas, plazas con fuente, atardeceres, salud, estrellas, tiempo en efectivo, arcoíris, sueños, árboles de sombra, hasta una calle sin asfaltar donde echar partidazos con pelota de trapo y dos porterías de piedra.

Recuerdo cuando nos juntamos la peña para ir, por las mañanas de verano, empeñados en descubrir estanques con nuestras bicicletas, bien equipados con las bombas de inflar ruedas y la caja de parches para los reventones. De camino, también saciábamos el hambre con la rica fruta cogida directamente del árbol “del bien y del mal”, porque era corriente escapar a toda pastilla ante la inesperada aparición del guarda, que nos obligaba a huir en carrera con la ropa entre las manos, sin haber dejado el sudor en la charca.

—¿Puedo ayudarle en algo? —me pregunta el empleado—.

—Sí, quiero comprar un regalo de cumpleaños para mi nieto.

—¿Cuánto quiere gastar?

Salí rápidamente de allí y entré en una tienda más pequeña que también vendían de todo.

—Buenas tardes —me dijo la joven dependienta—.

Ahora sí, ahora empezamos mejor.

La joven alucinaba con mis desvaríos.

Cerraron la tienda, pero yo había elegido un buen regalo.

Fíjate, Daniel, que el tesoro más preciado que teníamos era la camisilla heredada del hermano mayor, válida para todas las estaciones del año, no por ser de una marca reconocida, sino por los numerosos lamparones procedentes del “joyo” de pan y aceite que el tiempo iba acumulando en su desgastada tela, y que las manos generosas de nuestra madre, frotando contra la piedra del lavadero, no conseguían quitar.

Ese mundo ‑no te resistas‑ ya no existe más que en cuatro o cinco cabezas canas y hueras como la tuya.

No llovía. Hasta sentía un vientecillo agradable en la cara.

¿Sabes Daniel, por qué la bebida más rica para tomar en invierno y en verano es el agua? Porque se muestra tal cual es, sin adornos. Pues eso, niño, que las nubes son solo agua. Consejos trasnochados, lo sé.

Esto pienso, cuando el reloj sigue andando, aunque yo me pare. Cuando sabes que te van a sobrar bolígrafos, entonces comprendes que es tarde, que la vida son dos días y hoy ya es miércoles para mí y me asustan las flores y las velas.

En fin, soñé, Daniel, que un día, pasado mi fin de semana, cuando te acuerdes, puedas decir con orgullo: «Este libro me lo regaló mi abuelo, cuando cumplí los siete años».

ehinojosa04@yahoo.es  

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