Que nada es como parece, se tiene por cierto. Tal es la vieja sabiduría popular.
O el escarmiento, que nos nutre de experiencia (que se dice es la madre de la ciencia). Así que, escarmentando vamos aprendiendo y comprendiendo y ello nos debe permitir avanzar; lo consideraríamos, pues, como positivo todo ello, si nos procurase progreso.
Mas nos puede producir también regreso. Y, últimamente, estamos en esta dinámica regresiva que no nos lleva a lo porvenir, sino a lo ya venido y vivido. Como la vieja máquina de maniobras que encontrábamos en las antiguas estaciones, en su vaivén infinito entre vapor, carbonilla y fatigado ruido; máquina que no iba a ninguna parte, regresando siempre al mismo punto una y otra vez, cansina y apática.
Escarmentándonos, nos obligan a retraernos, retirarnos sin lucha. Como la letra con sangre entra, preferimos quedarnos analfabetos antes que recibir el escarmiento por no asimilar la letra. Entonces, se puede decir, sin dudarlo, no que aprendemos sino que nos amaestramos. Hacemos las cosas ya, por rutina; las mismas siempre y sin procurar conciencia de las mismas; sin cuestionarlas. Perfectamente domados.
Pues que se nos quiere domar y en el camino estamos. Se nos quiere así.
Por eso no confiamos. Porque nuestro instinto de supervivencia nos dice que no bajemos la guardia, que nos están engañando o nos quieren engañar. Y nada es, pues, lo que parece. Aviesas intenciones hay. La ilusión sobra.
Lo malo es que vemos que es verdad la mentira. Mentiras por doquier y a paladas. Mentiras sucias, alambicadas, prudentes, de doble sentido; mentiras institucionalizadas y emitidas por quienes se dicen garantes de las verdades. Vivimos en la mentira como soporte de nuestras vidas, de todo lo que nos concierne y nos afecta. Mentiras como verdades.
Mundo perro; y España, la perrera principal.
Nuestros dirigentes laboran en pro de los poderosos, los de siempre, no lo duden. Los que no nos dejan en paz, mientras nos quede un cacho de hueso, aunque esté ya roído. Lo quieren todo. Nuestros dirigentes no entienden de huesos, porque ellos reciben carne. Por eso sirven a los poderosos. Y hacen todo lo posible por seguir con ellos. Ahí tienen una oportunidad de guardarnos algunos huesos a escondidas de los amos; pero ellos también están amaestrados. Sí, harán todo lo posible para que la ILP sobre las hipotecas y la sentencia de Estrasburgo queden en papel mojado: no sirvan para nada. Escamotearán los tristes huesos al de abajo, para ofrecérselos al de arriba. Tendrán su premio sin dudarlo.
El primer premio será el de poder hacerse los locos ante la realidad. Que les dice que los tiempos cambian y cambian las realidades, aunque ellos no quieran. Pero violentan la realidad hasta amoldarla a la pretérita vivida y soñada. Quieren como premio mayor que el tiempo no sólo se detenga sino que retroceda, para que nada se note cambiado. Como la avenida de esfinges que unía los templos del Egipto antiguo, así nos están vigilando; e impasibles, porque nada transcurra. Pétreos. Los cambios, por ejemplo en las circunstancias que se viven y padecen respecto a las vividas hace diez años, no existen. Lo que era, es, y así debe ser tratado… La realidad de los que ahora los sufren no existe. Sigamos exigiendo lo que era posible exigir antaño, y ganándolo. Y a eso le dicen sus incondicionales sayones «seguridad jurídica». Cuando los sayones se portan (o se pretende que se porten) bien, entonces se les condonan sus deudas. Para estos sí. Son buenos y obedientes. Y hacen su trabajo correctamente.
Claro, es la mentira, la gran mentira, garantizada. Los sirvientes y sayones representan a los demás: a los esclavos. Eso dicen. Los esclavos los eligen, nada que objetar. Pero, al instante, dejan (si alguna vez lo fueron) de serlo. ¿Por qué lo notan? Porque reciben su ración de carne. Por consiguiente, ya no piensan sino en perpetuar la situación: su situación. No harán nada por alterarla. Alterarla significaría posibilidad de volver a la masa domada. Eso es impensable: no existe tal posibilidad, no debe existir. Sigan los mismos edificios, las mismas estructuras, los mismos símbolos, señales y secciones. Las mismas leyes, los mismos textos. Los mismos.
Se sienten los gritos de la plebe; mas, por definición, la plebe siempre grita. La técnica es controlarlos. Los perros pueden ladrar a ciertas horas; así hasta pueden servirnos como defensa: asustar a otros perros. Queremos perros ladradores; no hay cuidado. Llevan la cadena al cuello, larga para no agobiarlos; pero cadena. Si se pasan, tiramos de la misma. Y ellos se callan.
Nada es lo que parece. Los malos debieran ser los buenos; y viceversa, los patriotas son los evasores de impuestos; los que desemplean son los creadores de riqueza; los impuros predican pureza; y los más moralistas cometen incesto.
Se dijo aquello de “el mundo al revés”, pues eso. Algunos todavía siguen en lo de “que alguien pare este mundo, que me bajo”. Ilusos: ni eso les dejarían.