18. Asaltos

Al amanecer del día 31 de julio nos llega una terrible noticia: la cárcel del partido había sido asaltada y todos los detenidos vilmente asesinados…; lo que llenó de luto y desolación a las principales familias de nuestra ciudad, tiñéndola de sangre y fango con este crimen horrendo perpetrado por la chusma y baja plebe de Úbeda y sus contornos…

Desde ese momento, todo era posible por esa horda que trataba de saciar su instinto sanguinario y criminal. Así, nuestra angustia y temor ante el posible asalto al hospital se mantenían intactos. Y se confirmaron una noche, pues se presentaron a sus puertas cuatro individuos armados. Según dijeron, venían a hacer la guardia allí, de parte de la autoridad. Al no creerlos nadie ‑pues la guardia ya se encontraba dentro‑ y estando uno de los dirigentes del socialismo local en el recinto, él fue el encargado de entendérselas con ellos. Primero, hizo una llamada telefónica a las autoridades para enterarse de la verdad; luego, bajó a la puerta para hablar ‑por las buenas‑ con ellos, para convencerlos de la inutilidad de la guardia y que debían retirarse. De mala gana lo hicieron, y con amenazas. Sus apetitos sanguinarios no contaban con la presencia de aquel dirigente socialista…

Otra noche se presentaron, también a deshora, pues decían traer un herido. Al abrirles las hermanitas ‑con algunas enfermeras‑ comprueban que no era sino un muerto que ellos mismos habían asesinado. Uno se cuela escaleras arriba, pidiendo agua para beber. Una enfermera hace como que fuera por ella, pero, en realidad, va por el dirigente socialista que se halla descasando, informándolo de todo. Tomando su revólver, sale al corredor y se encuentra con que el más grande y calificado criminal de Úbeda estaba a punto de entrar en nuestra sala. Comprendiendo sus intenciones, revólver en mano, lo obliga a salir del hospital, despachándolo fuera y cerrando sus puertas. De esta forma, nos salvó de una muerte segura, con peligro de la suya. Luego, nos enteramos de que su intención era matarnos a todos y llevarnos en su camioneta al cementerio…

Gracias a Alejandro Moraga, que había sido presidente de la Casa del Pueblo y era muy estimado por los suyos, habíamos salvado la vida por segunda vez. Su gran corazón no podía ver un crimen ni una injusticia. Él también había liberado, el día 22, al novicio herido que estaba desangrándose entre las garras de las fieras; y, por medio de mil estratagemas, lo había traído al hospital. ¡Cuántas veces nos socorrería, y cuántos buenos oficios haría con nosotros!

Úbeda, 28 de enero de 2013.

fernandosanchezresa@hotmail.com

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