Como declaraciones de principio se pueden entender, creo, las siguientes afirmaciones de Unamuno, que constituyen verdaderas impugnaciones del Realismo. Se encuentran, principalmente, en los apartados II y IV del Prólogo a Tres Novelas Ejemplares (1920). Merece la pena leerlos:
Apartado II
«Nada hay más ambiguo que eso que llaman realismo en el arte literario. Porque, ¿qué realidad es la de ese realismo? Verdad es que el llamado realismo, cosa puramente externa, aparencial, cortical y anecdótica se refiere al arte literario y no al poético o creativo. En un poema ‑y las mejores novelas son poemas‑, en una creación, la realidad no es la del que llaman los críticos realismo. En una creación, la realidad es una realidad íntima, creativa y de voluntad. Un poeta no saca sus criaturas ‑criaturas vivas‑ por los modos del llamado realismo. Las figuras de los realistas suelen ser maniquíes vestidos, que se mueven por cuerda y que llevan en el pecho un fonógrafo que repite las frases que su Maese Pedro recogió por calles y plazuelas y cafés y apuntó en su cartera.
¿Cuál es la realidad íntima, la realidad real, la realidad eterna, la realidad poética o creativa de un hombre? Sea hombre de carne y hueso o sea de lo que llamamos de ficción, que es igual».
Y tras responder a esos interrogantes mediante la conocida teoría de los tres Juanes y los tres Tomases (prestada al intelectualista “yanqui” Oliver Wender) con sus seis tesis «en conversación», Unamuno remacha su desmarque con respecto a la novela del Realismo, añadiendo:
Apartado IV
«Y ahora os digo que esos personajes crepusculares ‑no de mediodía ni de medianoche‑, que ni quieren ser ni quieren no ser, sino que se dejan llevar y traer, que todos esos personajes de que están llenas nuestras novelas contemporánea españolas no son, con todos los pelos y señales que les distinguen, con sus muletillas y sus tics y sus gestos, no son en su mayoría personas, y que no tienen realidad íntima».
Está claro que estas afirmaciones de Unamuno pueden ser cuestionables; pero lo que sí es cierto es que mediante estas reflexiones, Unamuno pone en evidencia que una cosa es la realidad según la entienden los escritores del Realismo (es decir, como mundo fenoménico, aparencial y racionalista), y otra es la realidad tal como la perciben los noventayochistas, a saber, como mundo interior, como realidad íntima y de conciencia:
Apartado III
«[…] el hombre más real, realis, más res, más cosa, es decir, más causa ‑solo existe lo que obra‑, es el que quiere ser o el que quiere no ser, el creador. Sólo que este hombre que podríamos llamar, al modo kantiano, numénico, ese hombre volitivo e ideal ‑de idea‑voluntad o fuerza‑ tiene que vivir en un mundo fenoménico, aparencial, racional, en el mundo de los llamados realistas».
Como es sabido, es a partir de la novela titulada Amor y Pedagogía (1902), y como resultado de la terrible crisis espiritual que la precedió, cuando Unamuno entregó toda la fuerza de su poderoso pensamiento a la exploración de esa existencia “vivípara”, esencial, honda e intensa, que él consideraba la verdaderamente real, frente al mundo «anecdótico, externo y aparencial», ‘parto ovíparo’, del Realismo. Y ello, dando por supuesto la ecuación de que «el ser de carne y hueso es igual al ser que llamamos de ficción» (1).
***
(1) La teoría del “personaje” que desarrolla Unamuno en su obra Tres novelas ejemplares y un Prólogo, así como en su obra ensayística o narrativa, aunque se pueda calificar de invertebrada y a veces contradictoria, es la más original, interesante, compleja y entrañable de las que conozco. El lector curioso puede ojearla precisamente en el Prólogo a esas tres novelas ejemplares.