He asistido a una asamblea de afectados por las hipotecas.
Sí, esas de los “perroflautas”. Sí, esas de gentes que protestan por protestar. Sí, de esas donde las personas se muestran vulnerables hasta el llanto. Sí, donde se dicen cosas que ponen los pelos de punta, o que parten el alma.
Una de esas asambleas a las que sólo acudimos los “bienpensantes” cuando resulta que, incomprensiblemente, sorpresivamente, también a nosotros nos “ha tocado la china”. En las que reconocemos nuestro fracaso. La caída del pedestal de la seguridad.
Esos “perroflautas” que son los únicos que se atreven a lanzar un aviso, que ni a grito llega, un leve quejido que es más un “oiga, que estamos aquí, no nos pise”, que un grito. Pero a todo se llegará, que hay tiempo y materia. Porque, hasta ahora, esa es la tónica contenida.
Asamblea de personas en círculo, con alguna carpeta, con cara entre curiosa y avergonzada. Asamblea de los perdedores de la vida que no comprenden cómo son perdedores. Ni a cuento de qué lo son.
Porque está claro, ¡que se jodan!, ¡que no hubiesen vivido por encima de sus posibilidades!, ¡que espabilen para la próxima vez…! ¿Pero es que habrá una próxima vez?
Porque si la hubiese y fuese igual que la que ha pasado, ¡aviados estuviésemos!, que más querría no pudiésemos reflotar la actual, o que el salvamento sea justo para no llegar a ahogarnos (que ya sería un logro). Porque se volvería a las mismas tropelías e indecencias.
Sí, presencié una asamblea de afectados por las hipotecas. ¿Y saben qué…? Pues que se me hicieron claros algunos puntos. Y desgloso:
1.- Que, salvo excepciones (que las hubo), quienes ahí acudieron estaban jodidos y bien jodidos.
2.- Que todos los casos expuestos lo eran de compras de viviendas hacia la mitad de la década anterior.
3.- Que, en los casos femeninos, la situación era similar: Pareja en separación o separada, hombre que se las pira y no quiere saber nada del pufo, hijos de por medio, salario de la mujer escaso o ya nulo.
4.- Que la táctica de acreedores (bancos, cajas, sociedades de inversión) es la clásica del “asustaviejas”, llegando hasta el acoso (llamadas recurrentes y a deshoras), o la de la desinformación más absoluta, para que no se entere el personal de nada y obrar a gusto, incluso afectando procedimientos de embargo que ni están iniciados.
5.- Que acá sí que existió un “contubernio”, que no fue judeomasónico, sino bien preparado entre promotores, constructores, bancos y notarios (y, desde luego, gobiernos que los consintieron y sálvese de esto quienes obraron decentemente) para colocar el género al por mayor y en lotes completos de compradores que, en general, no se enteraban de lo que estaban adquiriendo ni de las obligaciones a las que se sometían (y no me cuente usted que un notario, leyéndose de carrerilla un tomo de escritura, es la fórmula segura y fiable de que el comprador se entera de todo).
6.- Que, de todas formas, no todo el que reclama lleva razón ni está afectado de la misma forma, pues no es lo mismo quedarse en pelotas que con el baúl lleno; o que no se pague una letra, pero sí se compre un ipod u otro artilugio de última cosecha.
7.- También constaté que la legislación actual es injusta (y una ley injusta no es ley) por lo obsoleta: ¡cómo hemos seguido aplicando una ley hipotecaria del tiempo de la Restauración y sus intereses caciquiles! Y que las entidades de crédito (y robo) la aplican sólo en lo que tiene a su favor (que es casi todo) y, cuando surgen “suelos”, se olvidan de quitarlos o cambian el sistema de variable a fijo, según los vientos.
8.- Y que no valen las medias tintas, porque las entidades, mientras pagues, desconocen tus problemas. Y de lo de dación en pago, olvídense.
9.- Que si hay avalistas van listos. Aquí se queda en cueros todo el que firmase algo.
10.- Que se sigue engañando con aquello de “aquí derrochamos todos”, cuando lo fueron determinados y muy determinados, no los que derrocharon, sino los que se lo llevaron crudo; pero, ahora, lo pagamos todos y los desahuciados multiplicadamente.
Pero, claro, es que estuve en una reunión de “perroflautas” y ya se sabe… No como los que nos dedicamos a cantar la belleza del nardo, a contar batallitas inexistentes, a mirar para otro lado o a cultivar las buenas formas del conformismo.