El aspecto cuantitativo
Sería, sin embargo, un error desechar de nuestro campo temático un buen número de greguerías en las que la repetición de un grafema parece primordial en el pacto asociativo, y menos la dimensión visual y/o fónica. Error, porque ese aspecto cuantitativo se ve trascendido al participar activamente en la configuración del pacto relacional. Así ocurre en greguerías como «El mayor desengaño de mi vida fue cuando comprobé que océano sólo se escribía con una c, cuando deberían ser más de dos, porque representan las olas del occccéano», o «La viuda de dos maridos tiene derecho a una tarjeta con W o sea viuda doble».
Otros aspectos
De menos cuantía, pero no por ello menos dignas de interés, son aquellas greguerías con cifra(s) y/o con letra(s) en las que, además de tener como razón primera en el pacto asociativo un rasgo visual‑acústico, se les puede incorporar otra dimensión, unas veces de carácter metafísico: «El beso es siempre un cero al aire», «Miramos con desconfianza la íes griegas de las venas hinchadas de la mano… ¿Y?»; otras de carácter moral: «Por pudor siempre he querido escribir ombligo con H»; y otras, simplemente, posicional: «¿Qué es la H? La locomotora que tira de algunas palabras».
La plurifuncionalidad de cifras y letras en la greguería
Esta variedad de posibilidades nos está indicando la múltiple capacidad evocativa que puede(n) tener la(s) cifra(s) y la(s) letra(s) en esta clase de greguerías. Como sería engorroso e innecesario mostrar un cuadro exhaustivo de ello, sólo voy a presentar una muestra ilustradora de las modalidades más representativas, por ser las más utilizadas.
Por regla general, el rasgo distintivo ‑gráfico o fónico‑ de una letra o de una cifra es lo que les concede vitalidad evocativa y funcional, y lo que les permite establecer la asociación con objetos a menudo pertenecientes a un léxico bastante usual y concreto.
Así ocurre, por ejemplo ‑y cuando el rasgo caligráfico es preponderante‑ con el punto de la letra i, o con la tilde de la letra ñ, que la caracteriza y diferencia de la n.
Veamos este último caso, que es el más interesante y numeroso debido a la explotación visual de la tilde:
«La Ñ dice adiós con su pañuelo a los niños y a los ñoños».
«La Ñ tiene el ceño fruncido».
«Sobre la Ñ revolotea la lombriz de la caligrafía».
«La Ñ es la N con bigote».
«La vírgula o tilde de la ñ de España es la nubecilla que flota en su cielo azul».
«Doña es un apelativo con peineta en la ñ».
«La ñ es la n con el pelo rizado».
Parecido fenómeno ocurre cuando es el aspecto fónico lo que confiere singularidad a una letra. Así tenemos que en la hache el rasgo más utilizado para la formación de una greguería es la idea de ausencia o vacío puesto que al ser muda la hache no se pronuncia, no se oye, no está. De ahí que se asocie con tener «hambre», ser «nihilista» o «no saber a veces dónde está» en una palabra:
«El hambre del hambriento no tiene hache, porque el verdadero hambriento de la ha comido».
«No sé cómo le queda la hache al nihilista».
«La H es tan transparente y tan muda, que no es raro que a veces no nos demos cuenta de que no está en la palabra en que debiera estar».
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Fuente homenaje a Ramón Gómez de la Serna.