Como avancé en trabajo anterior, ciertas coincidencias entre mis imaginaciones noveladas y la realidad contrastada me llevaron a plantear la cuestión de forma algo más estructurada.
Así que, el día 20 del mes pasado, expuse, dentro de las jornadas habidas sobre Novela Histórica, estas coincidencias de la realidad y de la ficción (“Ficción versus realidad”) ante cierto público que tuvo la amabilidad de asistir a la charla dada en la sala Julio Corzo del Hospital de Santiago, acá en Úbeda.
Contrastando, párrafo a párrafo, lo escrito en mi novela Te pasarás al otro lado con lo escrito por el padre Claudio de Santa Teresa en sus Estampas de mi calvario. Memorias de un fraile miliciano en la Guerra Civil española, se pudo comprobar ese alto grado de coincidencias.
Y, ahora, cabe la reflexión: ¿esas coincidencias se produjeron casualmente?; ¿dónde está la mera redacción de una historia y la interacción de una memoria subyacente o colectiva?; ¿por qué escribí estas cosas y no otras, y algunas hasta idénticas…?
Vivimos en un mundo lleno de misterios, de cosas que todavía no sabemos interpretar, pero que deben tener su explicación cuando se den las condiciones oportunas. Y, ciertamente, lo sucedido no es casual.
Si se sigue publicando en esta página web la historia del fraile, y dado que quien la publica no tuvo a bien facilitarme el acceso a la misma, para contrastar la etapa miliciana del sacerdote, espero tener la posibilidad de comprobar si hasta en eso hay coincidencias notables; o si, ahí, pudo mi imaginación más que el soplo en mi mente de la verdadera historia. Paciencia.
Añadiré ahora que tengo datos de uno de los personajes que más me intrigó en el relato de fray Claudio, Alejandro Moraga, gracias a la amabilidad de quien tenía esos datos.
En efecto, un estudioso de ratos robados a su vida particular sobre la Causa General franquista, levantada tras su victoria como medio de castigo y represión de los perdedores republicanos, cuyo estudio e investigación estaba referido a nuestra provincia de Jaén (por cierto, tremendamente pormenorizada y detallada, en un trabajo ímprobo de recopilación de datos), me habló y envió noticias sobre este señor ya mencionado. No tuvo inconveniente en pasarme, vía correo electrónico, las copias de ciertos documentos.
Fue Alejandro Moraga, inspector de policía gubernativa, republicano y miembro dirigente del Partido Socialista Obrero Español en Úbeda y en la provincia. Con estos antecedentes hubiese bastado, en dicha Causa General, para fusilarlo de inmediato.
El amigo que me facilitó los datos (Luis Juan) mostraba su extrañeza ante el personaje. Porque, en el procesamiento del sujeto, se manifestaban tales testimonios enormemente contradictorios, en los que se le acusaba de enormes barbaridades, incluyendo muertes; y salían a la luz, sin embargo, declaraciones que lo eran a su favor, como benefactor de muchas personas de derechas que, tal vez, hubiesen perecido sin su intervención.
Este investigador manifiesta que bastantes de los testimonios acusatorios, para este caso y otros que se dieron, lo fueron sobre invenciones hoy día demostradas (incluyendo contradicciones flagrantes). Había sujetos que llevaban la voz cantante en estos procesos, siguiendo unas consignas bien marcadas y haciéndolas seguir por los intervinientes. De algunos de los dudosos testimonios acusatorios, se beneficiaron luego los que los hicieron. Así se produjo un procedimiento generalizado de acusaciones más o menos veraces, seguidas de sumarísimas sentencias (acabadas en muerte bastantes). En el mejor caso, quien conseguía el ansiado aval (certificación de buena conducta o de afección a la causa nacional) salía con poco mal; a lo sumo, los meses (o años) que hubiese estado internado, o en cárcel, o en campo de concentración.
Volviendo a Moraga, sucedía que se encontraba en el Hospital de Santiago, porque su esposa había sido intervenida (no se especifica de qué) y él ocupó una de las habitaciones reservadas. Por ello, tanto las monjas que allí se encontraban como los frailes y novicios, que fueron llevándoles, gozaron (si así puede decirse) de su protección. Incluso, como se testimonia en el proceso, les facilitó, en su momento, acceso a las casas que los podían admitir. Estos testimonios pesaron, para bien, en el juicio militar al que fue sometido.
Terminó nuestro hombre pasando por prisión, sin embargo; y, tras la amnistía del año cuarenta y ocho, se le desterró de Úbeda. Pasó a vivir en Écija y creo que murió pronto: en el año cincuenta y dos. Por supuesto, perdió, como tantos otros, su condición de funcionario.
Esto es una muestra de la complejidad de nuestra historia y de su interpretación. Una muestra más de la necesidad de acabar con la única historia ya contada, la de los “buenos” vencedores, y asumir la rehabilitación y reconocimiento de los también, en verdad, “buenos” vencidos; porque también los hubo y fueron injustamente tratados. Llegados a este reconocimiento, se podría y se debería llegar a la reconciliación real de bandos y personas. Cosa que ni se ha hecho, ni se ve que se tenga intención.
Así, siempre nos perseguirán nuestros fantasmas, no dejándonos en paz.