En llegando la fecha constitucional, me entra más mala leche de la común en mi persona, que ya es decir…
Porque, lo que debía haber sido un nuevo y ejemplar hito de nuestra historia patria se ha acabado convirtiendo en un papelón mojado e inservible, con menos valor que los papelones llenos de pescaíto frito de nuestras andaluzas costas. (Los prefiero).
Aceptada hace años la caducidad de la separación de los tres poderes clásicos de Montesquieu, se aceptaba sin remedio el deterioro imparable de la política y, como tal, su sinsentido (respecto a esa división y sus consecuencias). Así que el contrapeso que significaba el equilibrio entre el Poder Legislativo, el Poder Ejecutivo y el Poder Judicial, sus mutuas influencias pero, fundamentalmente, sus mutuas independencias, perdido por entero, pierde las garantías del sistema democrático por completo.
Perdidas las garantías democráticas queda sólo una parodia. Y una gran estafa.
En realidad, cuando todo el poder recae sobre el Ejecutivo y, desde el mismo, se maneja al Legislativo y se mediatiza al Judicial, poca comprensión se puede tener y menos justificación hacia el sistema, teóricamente democrático, vigente.
Tras la larga dictadura, la ilusión general estribó en instaurar una democracia plena. Y se habilitaron supuestos instrumentos en pos de esa finalidad; al menos, la mayoría del pueblo creyó que se trataba de eso. Pero, por medio de algunos, se procuró volver al sistema de la llamada Restauración (final del XIX y primer cuarto del XX), de tan infausta memoria y tan penosas consecuencias. Volver a la Restauración era volver al sistema de la alternancia bipartidista y sus consiguientes tejidos clientelares, caciquiles y corruptos. Y, siendo como fue, se volvió a lo mismo, con el consentimiento de todos y el cálculo de dividendos y de rentas políticas para los dos partidos que emergieron (y los satélites acompañantes). El sistema de conteo de los votos, en aras de asegurar esas mayorías y alejarse de supuestos resultados muy atomizados que se tornasen en periodos de ingobernanza, lo que verdaderamente perseguía era lo anterior.
La Restauración colapsó y dio paso a la dictadura de Primo de Rivera y esta, posteriormente, a la II República y su deterioro irreversible. Y a la otra dictadura, de donde venimos.
Elaborar una Constitución incompleta, mal redactada (por lo extensa y farragosa) y peor aplicada y desarrollada, de la que se hacen mangas y capirotes cuando interesa (y de ahí esa “muerte” montesquiana), de la que se extrae sólo lo que conviene al Poder Ejecutivo, de la que éste hace caso omiso convenientemente, manejando todo a su antojo, fue algo que pudo estar justificado por la premura; pero no ahora, tras los años ya pasados. (Por ello, considerarla “intocable” solo beneficia a quienes de facto le están sacando todo el provecho político, social y económico).
Establecer el rito electoral como único justificativo de la ulterior acción política (ejecutiva y legislativa) es absolutamente una estafa. Porque se cuidaron de que las listas fuesen cerradas, con las consecuencias de déficit democrático que ello ha demostrado y de falta de representatividad de los elegidos (forzando la aparición de castas y círculos cerrados de personal político profesionalizado). Además de intentar chantajear al electorado en base a la supuesta “representación” de la voluntad popular alcanzada en los comicios, que no se puede cuestionar ni criticar, pese a que esos “representantes” no cumplan lo prometido. Y así, hasta los cuatro años siguientes. Con este argumento falaz, se aherrojan las disidencias y se justifican los actos dictatoriales de un Ejecutivo que vela por intereses ajenos a los verdaderos intereses nacionales (que son los de sus ciudadanos, no los de unos sectores muy concretos, en exclusiva).
Muerto el juego de los poderes constituyentes a favor del Ejecutivo y manejando el Ejecutivo los dos restantes, las ilusiones democráticas naufragan en el lodazal de la parodia, del timo.
Así que la llamada “clase política”, en general, queda como mera clase estamental, aferrada a sus privilegios frente a los del pueblo; clase que no va a dar pasos decisivos para el cambio de la situación, como ya se está viendo. Las organizaciones políticas seguirán cooptando entre los suyos, de entre sus círculos de poder interno, de entre sus funcionarios, los que formen sus cerrados listados (que no quieren abrir), sus cuadros de mando y ejecutivos, más pendientes de agradar a los otros poderes que mediatizan a ese Poder (ejecutivo), a los que pueden servirles con posterioridad (o a los que ellos mismos ya sirven).
En consecuencia y en realidad, quienes de veras detentan el poder (manejando al Ejecutivo) son los que determinan lo que se ha de hacer económica, social y hasta religiosamente. Y no proceden de las urnas precisamente.
Para esto, una democracia no nos hace falta. ¡Que no nos representan!