Sin embargo, a pesar de las citadas conmociones, castigos y expulsiones, buena parte de la herencia de los siglos musulmanes sobrevivió y siguió activa. Un ejemplo entre muchos: en 1762, la Inquisición de Granada hizo encarcelar a nada menos que 360 familias por prácticas musulmanas clandestinas.
¿Cuál es entonces la relación entre los moriscos y los gitanos? Creo que se encuentra en el hecho de haber sido protagonistas de dos historias de persecución paralelas y vividas en un mismo país.
Ya señalé que, desde que llegaron a España, los gitanos siguieron practicando su talento musical: participaban en las fiestas populares, sobre todo en la del Corpus, para cuya animación estaban contratados y pagados.
Ellos también sufrieron persecuciones, aunque éstas, a diferencia de las infligidas a los moriscos (o a los judíos), se debieron más a sus costumbres y modo de vida que a prácticas religiosas. A partir de finales del siglo XV, la política adoptada con respecto a los gitanos fue la asimilación total. Fueron encerrados en residencias vigiladas y sometidos a múltiples prohibiciones: ya no podían ejercer sus oficios tradicionales (como el comercio de caballos, por ejemplo), ni tampoco casarse entre sí; también les fue prohibido desplazarse, llevar el traje tradicional y hablar su idioma, el caló, un dialecto empobrecido que pertenece a la familia de las lenguas neohindúes como el sánscrito y el hindi.
Y una vez más, los gitanos tuvieron que recurrir a su inmensa capacidad de adaptación, sin dejar de conservar sus diferencias; poco a poco, muchos de ellos empezaron a desempeñar oficios de baja reputación, o mecánicos, que los moriscos abandonaron y que los cristianos desdeñaban: la herrería, la calderería, la cestería, la espartería, etc. Todo esto tuvo como consecuencia mayor que, a través de esas actividades, los gitanos entraban en el círculo económico de pequeña producción y tendían a sedentarizarse. Al mismo tiempo, fueron formando un complemento de mano de obra de sustitución donde ya no quedaban moriscos.
A algunos de ellos, cuyos padres habían luchado heroicamente en el ejército de Flandes, el rey Felipe III, en 1602, les concedió privilegios que les permitieron esquivar las persecuciones que el conjunto de la comunidad padecía. Es así como, a familias gitanas apellidadas Bustamante, Montoya, Rocamora o Flores, que exigían que no se les confundiera con gitanos “corrientes”, los terminaron llamando «flamencos» en los pueblos y ciudades donde se instalaron. No parece demasiado atrevido, pues, pensar que esta apelación familiar («los flamencos») pudiera extenderse a lo largo de los años al conjunto de las familias gitanas “privilegiadas” de Andalucía, en el seno de las cuales apareció el dicho cante flamenco hacia mediados del siglo XIX (1).
El momento más difícil en cuanto a la supervivencia de los gitanos tuvo lugar durante el reinado de Fernando VI cuando, en 1749, el obispo de Oviedo, por entonces también gobernador del Gran Consejo, mandó arrestar a todos los gitanos, con excepción de los gitanos «flamencos», cuyos privilegios reales los eximían de las leyes en vigor contra su comunidad. El obispo‑gobernador mandó arrestar a hombres, mujeres y niños e incautar sus bienes para venderlos en subastas. Hombres y jóvenes fueron enviados a astilleros, deportados a América del Sur o a Filipinas, para hacer trabajos forzados.
Las cosas no mejoraron hasta que el rey Carlos III, en 1783, firma la última ley en la historia de España que concierne a los gitanos. La ley en cuestión todavía condena el particularismo gitano, pero les devuelve la libertad de vivir donde quieran y ejercer de nuevo sus oficios.
Es por lo que, en un contexto de persecuciones paralelas, regido por leyes que a menudo amalgamaban a ambos grupos, era inevitable que los gitanos entraran en contacto con antiguos moriscos que se habían quedado o que habían vuelto del exilio: eso ocurre sobre todo en los latifundios, en donde siempre se necesitaba mano de obra; pero también en galeras, en las minas o en las cárceles.
Se trata, pues, de dos historias paralelas particularmente dramáticas que ambas comunidades vivieron, una al lado de la otra, en el ámbito del trabajo durante un tiempo, y en el que, finalmente, los gitanos tomaron el relevo a los moriscos.
(1) Es ésta una de las múltiples hipótesis que existen para justificar el nombre «flamenco» aplicado a los gitanos y, por extensión, al cante.