Úbeda, para reflexionar contra la crisis

La crisis actual de nuestra sociedad no solo se manifiesta en la pobreza económica, sino también en la zafiedad y ordinariez insolente de muchos medios de comunicación. Es más que probable que la almendrilla del problema esté en un estado de profundo pesimismo de la sociedad, razón por la cual Habermas, uno de los más prestigiosos pensadores actuales, propugna una vuelta al vitalismo del Renacimiento.

Occidente está sumido en un gran pesimismo por la crisis, más que económica, de pérdida de confianza en las instituciones, de falta de claridad en los objetivos de desarrollo y de inversión de muchos principio morales.

Hasta la Edad Media, el hombre vivió unido a Dios por el cordón umbilical de la fe, y toda su actividad estuvo proyectada a la otra vida. Los quehaceres diarios, como el trabajo, el comercio o la política solo servían para sobrevivir, pero no interesaban, y el arte estaba dirigido a motivos exclusivamente religiosos. Igual que un bebé solo ve la cara de la madre que le cuida y alimenta, el hombre, hasta el Humanismo, tenía toda su vida depositada en manos de Dios.

En el siglo XIII, Santo Tomás descubre que no solo la fe es un instrumento para descubrir a Dios: también sirve el juicio; y, cuando el hombre utiliza la razón y lo busca a su alrededor, se topa con la naturaleza, y su asombro es igual al de un niño que empieza a andar, se suelta de la madre y se sumerge en el ambiente. A partir de ese momento, los clérigos, que eran depositarios de la verdad, son sustituidos por Dante, Petrarca, Bocaccio, etc., que ahora la traen por medio de la literatura, y de su mano regresan a los griegos y al silogismo aristotélico.

—Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo —había sentenciado Arquímedes—.

Y los humanistas descubrieron ese punto de apoyo mágico: la lógica de Aristóteles. Con ella, la observación de la naturaleza permite expresar los fenómenos mediante fórmulas matemáticas, y el embrión de la ciencia ya aparece nítido con Galileo (s. XVII).

Desde el siglo XIII al XVII, el hombre experimenta una profunda metamorfosis. Con la fe y la razón se siente “renacer”; la vida teocéntrica es sustituida por otra antropocéntrica, y el hombre, que se protegía de la naturaleza cubierto por la sombra divina, ahora se guía por la proyección de esa sombra en la naturaleza para llegar a Dios, con lo cual el vivir pasa de cumplir un sistema de normas (deber), a descubrir los misterios de la naturaleza (ilusión) ‑parece incuestionable que la cultura avanza más por la ilusión que por el deber‑. Probablemente, ese momento cultural no haya sido superado por ningún otro, en la historia de la Humanidad.

Desde Nietzsche y su influenciada Escuela de Frankfurt hasta los movimientos ecologistas actuales, las más importantes propuestas para el progreso de la sociedad son enormemente pesimistas, y el resultado de algunas de ellas se evidencia en la vulgaridad desinhibida e insolente que muestran muchos de los medios de comunicación.

A la crisis cultural se añade, en estos momentos, la económica y, mientras que los políticos centroeuropeos apuestan por el deber como solución, el pensador Habermas lo hace por la ilusión y propone una vuelta al Humanismo, convencido de que si al final del medievo este condujo a Occidente a su “renacimiento”, quizá ahora consiga la resurrección del estado al que nos ha conducido la modernidad ‑paradójicamente, regresar es una acción que, en algunas ocasiones, conduce al progreso‑.

De todas las manifestaciones artísticas del Renacimiento, probablemente sea la arquitectura la que mejor nos ayude a valorar el pálpito de ese momento, y Úbeda es una de las ciudades más bellas para bucear en el hondón de aquella cultura. Pasear por esta ciudad podría ser un camino para recuperar la ilusión perdida.

 

La arquitectura renacentista, como una manifestación más de la lógica que todo lo impregnaba, es simetría, y hasta las sombras de los elementos parecen estar calculadas con plomada, cartabón y escuadra. Pasear por las calles de Úbeda y contemplar sus edificios es como sumergirse en aquel formidable ímpetu que caracterizó la adolescencia de nuestra cultura.

delmoraldelavega@yahoo.es

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