En Meknés, el azul
del cielo es más azul
porque la tierra es roja,
roja como la sangre del cordero
o el vino de sus uvas
o el barro humilde y rojo
donde cuecen verduras,
nostalgias y cansancio
mujeres que no tienen
ni edad ni nombramiento.
Y la paz silenciosa
es púrpura y azul.
Los olivos, las vides
ya rojizas en noviembre,
alfombran la mirada.
Aquí no hubo combates
ni heridos ni discursos,
pero la tierra es roja
y el cielo azul profundo.