Es alemán, seguro, el que compra los dátiles
mordidos por las moscas. Un alemán con lentes
y sueños trasquilados en una barbería
del arrabal del puerto. Auf der anderen seite,
el mundo es sólo espejos y niños con los ojos
comidos por las moscas. El mundo es una kasbah,
un laberinto anclado con un jardín de especias.
Es alemán; se nota en cómo mira al niño
que le mendiga un dirham, y cómo palidece
su piel papel cebolla si un anciano le roza
su mano de cerveza. Con la rama de dátiles
mordidos por las moscas, el asco en el estómago,
la mirada baviera y el paso descompuesto,
el alemán se pierde en un mundo concéntrico
con cráteres y telas, especias y madroños.