En mi cuerpo hay células que, unidas, forman tejidos y éstos órganos que, unidos, forman sistemas. Células que se diferencian para cada función específica del órgano correspondiente, pero que tienen una finalidad primordial, que es hacer que mi cuerpo funcione correctamente. Cuando algunas de estas células no cumplen su función determinada, mi cuerpo se resiente o cae enfermo.
Todas las células tienen un origen común: las llamadas células madre; pero es esa especialización la que les da sentido y las hace funcionar. Nacidas del tronco común y teniendo básicamente los mismos componentes, su diferenciación es la que hace que mi cuerpo sea el mío y yo sea yo.
Se comprende que tal complejidad, sin embargo, está dirigida y determinada, ordenada, al bien común de mi persona. A que yo pueda vivir.
Ahora, el cuerpo llamado España siente que algo no quiere funcionar en él mismo. Hay un órgano que tiende a separarse del mismo, dejando a este cuerpo mutilado y, por ende, con cierta disfunción e incapacidad. Pero es que ese órgano segregado, llámesele Cataluña, como no está formado básicamente por células madre capaces de regenerar una serie de sistemas diferenciados, pero convergentes en la formación de otro cuerpo autónomo y autosuficiente, se encontrará sin la ayuda y el soporte de los demás, que se conjuntan para sobrevivir; y, siendo así, acabará inútil e inservible: muerto.
Si se quiere, hágase esta parábola para entender bien lo que pudiese ocurrir en el caso de seguir en la idea.
No voy a insistir en los topicazos que se han venido barajando tantos años y tiempos entre unos y otros; entre el centralismo madrileño y la periferia catalana; entre tirios y troyanos y sus plañideros coros de afrentas inventadas o reales; no voy a seguir indicando que hay un buen núcleo inicial de “células madre” históricas, que no se pueden olvidar ni quitar de un plumazo o porque sí (y ya está, la Historia no existe). No quisiera hacer de altavoz de imaginarios idílicos y estériles, fruto de poetas o aprovechados de la desmemoria. Ni de los que atisban provecho de lo inestable.
Mas tendrá que poner los puntos sobre las íes y llamarle al pan, pan y al vino, vino. Y decir primeramente que cercenar un miembro de un cuerpo siempre es doloroso, por mucha anestesia que se ponga en el acto. Dolor para las dos partes. Y conlleva una enorme conmoción y alteración, que puede ser prolongada y hasta fatal, por las consecuencias imprevistas. Así que una secesión catalana no debería irse de rositas, como un supuesto matrimonio civilizado que se separa y dice quedar “como buenos amigos”… Eso, en general, no se da ni en la vida real.
Los políticos catalanes (y quienes siguen entusiasmados sus consignas, o al revés) han de saber que hay un precio que pagar (ellos, que se mueven por el interés de “la pela”); y ese precio habrá de evaluarse, acordarse y hacerse efectivo. Sienten que aportan más que lo que se les devuelve, desde el conjunto de España (y por eso empezaron hablando de un concierto económico); bien, puede ser, y tienen razón en decirlo, porque ya existe la afrenta diferencial de los conciertos vasco‑navarros que el Caudillo permitió (porque su oligarquía, tan “esclavizada”, se ve, los impuso y a todos les convenían). En idénticas condiciones, Cataluña debiera haber tenido también ese estatus económico.
Pero ¿de dónde le viene la riqueza tanto a Cataluña como a los otros mencionados…? De la utilización, como área comercial y económica, del resto peninsular. Esto es innegable. La expansión catalana no se conseguiría si no hubiese tenido una zona de influencia expansiva, donde colocar sus productos y de donde extraer sus finanzas. Es, el resto de España (con sus excepciones), el cuerpo del que los catalanes han extraído la vida con la que se pueden sustentar, comunicando a su vez vida para mantener el ciclo y la simbiosis. Si niegan esto, es ceguera pura.
Cuando nosotros, los andaluces, por ejemplo, compramos una medicina que se fabrica en un laboratorio de Cataluña, no sólo estamos haciendo que ese laboratorio siga funcionando, sino que le transferimos valor añadido de ese producto no fabricado acá y otros impuestos. Cuando sacamos una cuenta corriente en una caja catalana, estamos trasvasando capital a Cataluña. Esto debiera ser evidente.
Pues, ante la tesitura de independencia, ¿por qué no exigir las contraprestaciones necesarias e inevitables…? Ese comercio mantenido, ese trasvase de capitales, esa dependencia entre dos partes que se necesitan para vivir, debiera cortarse, pues, de raíz. A Dios lo de Dios y al César lo del César. ¿Quiénes tienen más que perder en esta situación…? Sería muy traumático, desde luego; mas, a la postre, el cuerpo puede salvarse, pero el órgano cercenado muere.
Y un inciso, que ahora salen clamando ciertos partidos (y acá léase PSOE, IU…) por una España federal como solución. ¿Por qué, en tantos años de poder, no se atrevieron a ir raudos hacia esa meta? Ya puede que sea tarde o, cuanto menos, inoportuno.