26-09-2012.
Nosotros teníamos, hace muchos años, una efeméride conmemorativa muy destacada, con sus fechas, sus héroes, sus gestas y hazañas… La llamábamos GUERRA DE LA INDEPENDENCIA y era una reinterpretación de la Historia de España para que ‑como otras naciones‑ tuviésemos ese hito marcado en el relato heroico de nuestra historia. Ya veremos, alguna vez, el porqué de calificarla como reinterpretación. Mas independencia no había más que una.
Ahora nos atragantamos con la palabra, nos hartamos de oírla, se hinchan a convocarla, elevarla a mantra milagroso, aclamarla, desearla y manipularla. Pero ya no es aquella anterior, que es una sectorial, territorial dentro del territorio, nacionalista dentro del gran nacionalismo hispánico. Es la independencia de Cataluña (Catalunya o como quieran) y la paralela de Euskadi (Euskalerría o como quieran): independencias. Y estamos en tiempos propicios para pedirlas, intentarlas y hasta lograrlas. No en vano, la degradación del tejido nacional es tan profunda que no costaría demasiado rasgarlo.
Bueno; en principio, es de sentido democrático el pensarse que si existe una mayoría que lo desea y así lo afirma, frente a posibles minorías contrarias, sea atendido su deseo. Eso es lo que las reglas de juego posibilitarían o no. Los mecanismos actuales son los que debieran seguirse, salvo que se declare unilateralmente nula la efectividad de esos mecanismos y se proceda por la brava. Siendo esto último, estaríamos hablando claramente de secesión territorial.
Pero dejemos las legalidades y centrémonos en sus circunstancias y posibles efectos. También, vamos a dejar por ahora las especificidades que, como naciones, poseen estas dos.
Los dos territorios independentistas, Cataluña y País Vasco, son los más desarrollados y, a priori, ricos de nuestro actual mapa nacional (aparte Madrid); y esa riqueza y esa producción industrial, comercial, económica y de capital no se debe a sus innatas características territoriales únicamente, sino a una serie de acciones y de circunstancias históricas que han puesto en sus manos los instrumentos más eficaces para lograrlo (sobre y en contra de los demás territorios). No debiera ser discutible que los hechos favorables específicos son los que llevaron a estos dos territorios a superarse sobre la mayoría (si no la totalidad) de los otros. También es honesto admitir que hicieron lo que los demás hubiésemos deseado que se hiciese y, por variadas cuestiones, no se hizo en los nuestros.
Toda esa riqueza promovida, aumentada y disfrutada por Cataluña y Euskadi se ha nutrido de un “espacio vital”, necesario para ello, del resto territorial de España y, en su momento, de sus dependencias coloniales. Vital, porque sin estos espacios comerciales (y el proteccionismo comercial aplicado a sus productos, de catalanes y vascos, frente a los de otros países) ese desarrollo hubiese sido menos potente; me atrevo a decir que hasta precario, como lo ha sido en tierras andaluzas, por ejemplo. Negar esta evidencia es negar la realidad, más real que ciertas historias fundacionales de patrias. Por lo mismo que ellos nos han necesitado hasta ahora, es por lo que nos debieran necesitar en el futuro.
Claro, que lo reconocen en el ínterin, mas no a voz alzada; y lo reconocen de tal manera que insinúan ya, cuando todavía se anda en el balbuceo inicial del movimiento independentista, que una vez conseguida la independencia las relaciones entre ellos y los demás (esa España que dicen detestar o que les detesta ‑que de todo hay‑) no deberían sufrir fuertes alteraciones; lo anterior, traducido a lenguaje claro y práctico, se referiría a que sus producciones industriales, agrícolas, financieras y demás estarían cubiertas, aseguradas y garantizadas para seguir expandiéndose por ese espacio económico, tan vital hasta hoy día para ellos. El absurdo está llegando ya a aplicarse la venda hasta en el deporte, en el fútbol (que genera tanto dinero para cierto club), que seguiría estando incluido en la liga nacional (española) porque les interesa no quedar fuera de esta rueda de intereses económicos.
Aplicarle también la “excepción” a las demás actividades económicas es casi obligado. Y esto lo saben quienes espolean esta deriva secesionista. Porque una cosa es ajustar el toma y daca entre zonas (admitiendo incluso que Cataluña genera buenas plusvalías) y otra el querer beneficiarse, hasta el canibalismo, de los demás. Pues las diferencias en las balanzas pueden ser significativas.
Viene ahora la posición de quienes se sienten escarnecidos ante la insistencia victimista de los disidentes. Vale; os hemos hecho mucha pupita; somos malos; nos hemos, supuestamente, aprovechado de vuestra diligencia para ser como la cigarra (pero sin morir en el invierno); y, por ello, os hemos comprado todo los que nos vendíais. Simplemente por haceros trabajar más y que necesitéis más manos de obra foránea (no quiero entrar en lo de los andaluces allá); y que ampliéis vuestro sistema financiero con el consiguiente peligro de quiebra. Sí, hemos sido malos.
Para no serlo más, hemos decidido, puesto que lo anterior os ha dolido mucho y no os queréis juntar más, que vayáis por vuestro camino preferido; pero no en paralelo al nuestro. Nos apañaremos, tendremos que comprarles más a los franceses, a los alemanes, holandeses, italianos, los usa, e incluso deberemos esforzarnos en crear nuestras propias estructuras económicas y financieras (Madrid va a engordar bastante). Será problemático, no hay duda; tal vez lo suframos, pero es cuestión de ajustarse; no creo que más que ahora.
Mientras ‑correspondientemente lógico y recíproco‑, repatriaríamos lo nuestro y bloquearíamos lo bloqueable para no perderlo. Y aplicaríamos los aranceles necesarios a vuestras exportaciones (ya serían exportaciones fuera del Mercado Común, pues para entrar en la Unión Europea la cuestión sería larga y peliaguda, si no vetada).
Todo lo anterior no es más que un supuesto esbozado ante un futurible: un ejercicio teórico. Nunca debiera convertirse en real.