05-07-2012.
Hagamos memoria de la buena. De la de verdad. La que nos puede marcar caminos. La que nos enseña lo que pasó y lo que, en consecuencia, se hizo. Para que aprendamos de una vez por todas. Acudamos a los sucesos pasados y contemplemos sus efectos. Aprendamos Historia y de la Historia.
Esto viene a colación de la fragilidad que era de las posiciones obtenidas, por las que se luchaba tanto, a veces encarnizadamente, criminalmente, y que en ocasiones no daban, a quienes las obtenían, las satisfacciones que se pensaban. O eran efímeras.
Había poco respeto con quienes caían en desgracia, luego de haberlo sido todo. Pues en la obtención de los ascensos, a veces, no tenían consideraciones con los que dejaban atrás o machacaban a conciencia, pero se les olvidaba muchas veces que los agraviados supervivientes, o sus descendientes, no olvidarían los agravios.
El mayor enemigo del que, en apariencia, estaba en el cénit era el que estaba a su lado, sirviéndole. En apariencia fiel, este también. Apariencias.
Los resabiados que se las creían saber todas luchaban desde el primer instante, en que se consideraban medio seguros por ser más temidos que respetados, y no digamos ya, que queridos. Maquiavelo lo dejó escrito, doctrina del gobernante práctico.
Los sátrapas, zares, khanes y otros titulados antiguos eran bastante explícitos. Su poder era indiscutible y quienes se atrevían a hacerlo morían de inmediato. Si eran pueblos sometidos, la muerte colectiva era escarmiento previo y ejemplar. Silencio y besar el suelo. Humillación profunda.
Los anteriores no necesitaban intermediarios entre su poder y el mundo. Pero los otros, los que no llegaban a esa clase de magnitud divinizada, se ayudaban de trepas o gente supuestamente cualificada para el buen gobierno. Se les decía validos acá, en la Península. Y eran especie común, acompañante del monarca poco diligente o indolente (o poco capacitado, que también).
Se mantenían los validos hasta que otros, trabajando en la sombra o al descubierto, los lograban destronar. Pues en el trono también ellos estaban. Y a lo que va este comentario, la salida de estos personajes no era sencilla, simple, aséptica. No, en cuanto se decidía su caída, los agarraban y lo mejor que les podía pasar era el destierro. Cárcel había con frecuencia. Y hasta muerte indigna y afrentosa.
Del todo a la nada en un santiamén. No se iban de rositas estos políticos de antaño.
Don Álvaro de Luna, ¡cuánto poder hubo junto a Juan II de Castilla!, ¡qué muerte obtuvo también! El favorito del Rey, su defensor más certero frente a nobles castellanos y aragoneses. Juan II consintió en su muerte.
Jovellanos, no exactamente ejemplar de la casta anterior, muestra también las formas que se tenían con quienes decaían del favor real o del valido de turno (en este caso Godoy, mano derecha de Carlos IV). Reformista de buena fe, persiguiendo la regeneración de España (en lo económico y social), quedó desterrado y preso en el castillo de Bellver. Sus buenas intenciones quedaron plasmadas en informes, memorandos y libros, más que en realizaciones concretas.
Otro ejemplo poco edificante al respecto es el de Necker*. Le llamaron el “banquero del Rey” (en referencia a Luis XVI de Francia) y banquero era, pues era suizo. Manejó las finanzas y la administración de Francia, haciendo las reformas necesarias y los movimientos “creativos” de las finanzas del reino. Como indicó, entre otras cosas, que se redujera el gasto de la Corte, de ahí le surgieron grandes enemigos, que lograron su primer destierro. Otra y muy importante causa de su desaparición de la escena política francesa fue el estallido de la Revolución Francesa, que, por otra parte, él contribuyó a preparar al convocar los Estados Generales de 1789. Al menos, a él no le cortaron la cabeza.
Un caso no tan claro de favoritismo real lo dio el General Serrano, llamado “el general bonito”, porque sus relaciones más que amistosas con la Reina Isabel II le reportaron mantenerse en los aledaños del poder. De todas formas, este general era persona hábil en sus cambios de bando y supo adaptarse, casi siempre, a los vientos dominantes. Así que acabó con su amada Reina, tras una sublevación republicana y acabó con la República tras una sublevación monárquica. Ya en este revuelto siglo XIX, las salidas del poder no eran tan traumáticas para algunos (salvo los casos tristes y conocidos de los generales liberales, a manos de Fernando VII).
Se expondrían más casos, pero no es cosa de llenar todo con un informe cargante. He intentado únicamente presentar una levísima muestra de los métodos que se estilaban antes y de los que, ya puestos a regresar al pasado tan drásticamente como lo estamos haciendo, se debería tomar nota. Por lo de la impunidad tan descarada con que en estos tiempos, y en esta España, se mueven los que, teniendo algo de poder en algún momento, lo dejan bastante deteriorado. Habría que aplicarles, mínimamente, la confiscación de sus bienes y el destierro. Para que aprendiesen de veras.
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* Necker financió la guerra de Independencia USA sin tener que aumentar los impuestos al pueblo y llevó a cabo no sólo reformas económico/monetarias, sino también administrativas. Y esto en el siglo XVIII. Luego HAY OTRAS VÍAS.