Tabla de multiplicar

18-06-2012.
A mí me dieron una vez una medalla… Sí, de veras; me dieron la medalla del Niño Jesús de Praga, que era de aluminio, pero muy resultona. Y la debíamos llevar en la procesión de su imagen, tan pequeñita, que parecía (y parece) una muñequita vestida y decorada ampulosa y profusamente, de acuerdo con los supuestos cánones o estilos píos y beatos que se llevaban desde hace siglos. Estilos ñoños, muy monjiles.

Así que, nosotros, los vecinillos de la zona principalmente aneja al convento carmelita (versión varones), éramos reclutados para formar parte de ese rito procesional. De veras que, más allá de lo que veíamos alrededor, no sabíamos nada más sobre el dicho Niño Jesús (sólo que era un Niño Jesús bien vestido, al contrario que nosotros) y menos ese sobrenombre “de Praga”… Hasta más adelante, y cuando ya no formábamos tropa fervorosa, nos enteramos, estudiando geografía, de que Praga era ni más ni menos que una ciudad que estaba en mitad de Europa; y de que, entonces, estaba ocupada por los siniestros rusos rojos y bolcheviques.
Una vez, ya adulto y algo pudiente (y no como ahora), me permití el lujo de ir a Praga, acompañado de mi señora.
No me pararé en la descripción de la ciudad checa, preciosa y recomendable; pero sí diré que realicé una visita a la Iglesia donde se encuentra el original de aquella devoción carmelita. Y no es que fuera mayor que su copia; es que allá se mostraban los diferentes trajecitos que las monjas habían diseñado, cortado y cosido para el infante. Y se decía que tenía una ropita para cada semana. Aquella iglesia me gustó más por otros detalles que había en su interior, en especial una escalera que subía a diferentes piezas convertidas en museo; en ella había un Cristo casi suspendido en la caja, como si flotase.
Como tantas cosas, a veces reconocemos parte de nuestra vida, retazos, en algo o alguna situación que de pronto nos asalta, inesperadamente. Esa imagen infantil y limpia, sencilla en su simpleza, me volvió. La medalla aquella la perdí en alguno de los traslados de vivienda que se vivieron en mi familia.
También nos daban escapularios. Ni idea del porqué se llamaban así esas cintitas con dos cuadritos plastificados en sus extremos y que llevaban la foto de la Virgen del Carmen o de San Juan de la Cruz; y siempre, siempre, un agujerito en el que se encontraba alojado un trocito de tela un poco áspera y a la que no le encontrábamos sentido. Se nos dijo alguna vez que eso era reliquia, retazo del hábito sanjuanista… ¡Muchos hábitos habría de haber llevado el poeta, santificado luego, para dar tanto de sí! Y menos posibilidad había de saber que el humilde clérigo apenas si podía cubrirse con su maltratado hábito.
Y lo de escapulario también lo entendí posteriormente cuando, otra vez los terribles estudios, nos aprendíamos la anatomía humana y se nos decía que la zona del cuello para la espalda se denominaba escápula. Claro, aquellas cintas dejaban una parte delante y otra detrás, sostenidas por los hombros, cerca de las escápulas.
Misterioso era el mundo, entonces, para los chicos y las chicas. Se regía por unas normas y ritos muchas veces desconocidos e incomprensibles para nosotros. Lo decían “los mayores”, y punto en boca. Hasta el lenguaje utilizado, como hemos visto anteriormente, era a veces críptico, fuera de todo alcance de nuestras mentes.
Nos hacían conocer y aprender el catecismo casi al modo que lo hacen en escuelas rabínicas o coránicas (nos faltaba el punto del balanceo en la recitación de los textos). Pero no comprendíamos ni entendíamos nada de nada de lo que repetíamos en voz alta. Se llegó a practicar el método de la emulación y la competición, porque se hacían concursos para lograr saber de memoria el mayor número de preguntas/respuestas posibles; la repera era sabérselo todo y había quienes lo lograron. Desde luego que no por ello llegaron a obispos.
Un papagayo lograría también esa hazaña y entendería lo mismo que nosotros. Además, la terminología, el vocabulario y la estructura de las frases era de lo más rancio de los siglos pasados, sin que se les variase apenas nada para hacer más asequible aquello a la chiquillería que, por ejemplo, quería hacer la Primera Comunión. No olvidemos que esta se hacía ¡a los siete años!; como todo el mundo sabe, edad apropiada para razonar las profundidades de la teología.
Pasa como con las tablas de multiplicar, memorizadas a sangre muchas veces (más de uno o una las maldicen todavía, pues el acompañamiento solía ser de ciertos palmetazos, cosa más suave que los gomazos) y alejadas de la inteligencia común. Se aprendían para ser aplicadas en multiplicaciones y divisiones (ya sin consultarlas), cuando nada hubiese supuesto tenerlas a mano durante cierto tiempo, para dar más seguridad en la ejecución de las cuentas. Y hasta llegar a vislumbrar, por su uso y aplicación, las razones aritméticas que las fundamentaban.
Con lo del catecismo fue diferente; pues, hasta hoy, muchos de nosotros no hemos comprendido todavía los arcanos de aquellas afirmaciones. Como cosas de Dios.
También es una incógnita para mí contemplar ese san Miguel (¿deberé decir san Miguelito?) tan pimpiripí, tan sonrosadillo, tan volandera su falda y vistosos sus lacitos, que más se parece al hermano mayor y algo loco del Niño Jesús antes mencionado, y que se les coloca en la iglesia al uno frente al otro. Me da más seriedad, sin embargo, el Niño que su escudero. Nosotros dibujábamos o veíamos al de la fachada del convento y nos parecía, este sí que sí, un magnífico guerrero blandiendo su poderosa espada. Tal que se parecía al Jabato, héroe de unos dibujos profusamente leídos en los escalones, junto al puesto de Sebastián, el de las novelas.
Deben ser los tiempos que no dan para más. Ni física ni conceptualmente. O que (y esto es más seguro) ya todo vale. Hasta no saberse la tabla de multiplicar.

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

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