Viaje al «Imperio del sol naciente», 08

28-02-2012.

Un acierto más (éste no hay que ponerlo en los activos de madame Angèle sino en los de nuestra hija Anouschka, que son muchos; pero ya se sabe que «De tal palo tal astilla») fue haber adquirido con anticipación la tarjeta magnética que nos permitía pasar rápidamente de una estación de metro a otra. Ya, nuestra hija nos había señalado el itinerario que recorrer en metro desde Asakusa hasta la estación de Shinjuku. No muy lejos de ella se encuentra el Shinjuku Bunka Center, sala de espectáculos en donde tendría lugar la cuarta y última representación del Don Giovanni realizada por la orquesta Tokyo Ensemble Opera Project.

Shinjuku es uno de los grandes barrios del centro de Tokio con su selva de rascacielos, hoteles y comercios de lujo, edificios gubernamentales, zonas de recreo y diversión nocturna, en donde se dan cita las más variadas formas de placer y de vicio (aunque, según parece, para los japoneses el concepto de vicio no existe o no comporta los mismos parámetros que en la civilización occidental).

También nos advirtió Anouschka que tuviésemos cuidado de no perdernos al llegar a la estación de Shinjuku, porque allí todas las salidas del metro desembocan en un gigantesco centro comercial, situado en una especie de laberinto subterráneo, en donde, es tal el barullo y la confusión de la marea humana que allí confluye, que incluso los tokiotas se despistan.

—Y no olvidéis que en el vestíbulo de la sala os estará esperando Joji con las entradas. Yo no podré hacerlo, porque estaré ya en el camerino.

Con cierta condescendencia, madame Angèle oía a su hija prevenirnos de los posibles incidentes, mientras ella ‑para sí‑ se decía que «Peor que en el metro de Moscú, no podrá ser en ese Shinjuku». Y, efectivamente, lo mismo que si se paseara por el jardín de nuestra casa, madame Angèle sorteó airosamente algún que otro impedimento y, a eso de las 18 horas, estábamos en el vestíbulo del Shinjuku Bunka Center, en donde nos esperaba el propio Joji Hattori, conspicuo violinista, fundador y director de la Tokyo Ensemble Opera Project.

Anouschka le había pedido que nos entregara las entradas del concierto. Largo sería referir (y, por otra parte, no viene a cuento) la sólida amistad que une a Joji con Anouschka; un compañerismo que empezó a mediados de los años noventa, cuando los dos estudiaban en el conservatorio de la London Guildhall School. Mirando en Google las respectivas biografías, se puede considerar que los dos están logrando una brillante carrera musical. Por eso, cuando Joji dirige en su país natal una ópera europea con su orquesta Tokyo Ensemble, suele acudir a Anouschka para que colabore con él, unas veces como consejera artística, otras para representar un papel, y otras, en fin, para hacer las dos cosas, como ocurría ahora con el Don Giovanni.

Se me argüirá que mi situación de padre-narrador me induce a valorar la representación del Don Giovanni con cierta parcialidad. Pues sí, y no puedo negarlo: la ópera fue todo un triunfo; primero, por la brillante actuación de la orquesta y de los cantantes; y segundo, por la originalidad con que la obra fue interpretada, pues en ella se alternaba el canto con el diálogo teatral e incluso con la narración.

El público apreció la actuación de Shinsuke Kokontei, un ilustre actor de teatro japonés que actuó como relator del argumento, y valoró la actuación de la única cantante no oriunda, tanto por su actuación dialogada en japonés cuanto por su intervención lírica en italiano. Al término de la representación, el público, que abarrotaba la gran sala, aplaudió a rabiar durante varios minutos y requirió una decena de veces la presencia de los cantantes-actores. Lástima que estaba prohibido hacer fotos.

Fuimos luego a los camerinos a reunirnos con Anouschka. Felicitamos a los artistas y al director Joji, el cual nos invitó a la cena organizada en un soberbio restaurante, para festejar el éxito del grupo musical y disfrutar de la despedida.

Comentando el entusiasmo del público, Joji nos manifestó que la representación del Don Giovanni era un paso adelante en el proyecto y objetivo que pretende conseguir con su Ensemble Opera Project: que el público japonés, inundado de karaokes y música made in USA, incluya en su agenda cultural la gran música clásica europea.

La fiesta se prolongó hasta altas horas de la noche, de tal manera que se impuso la vuelta en taxi al hotel Ryokan. El día siguiente era la fiesta de santa Catalina.

—Será para ti un día inolvidable —me dijeron la madre y la hija—.

—¿Por qué? ¿Qué tenéis previsto?, —pregunté con ansiosa curiosidad—.

—Ya verás, ya verás… —me contestaron al unísono—.

Y, repitiéndome ese «Ya verás, ya verás», caí rendido sobre el bendito tufón del dormitorio, deseando que aquella noche se repitiera el mismo agradable seísmo.

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